La catalanidad de CaixaBank
Las entidades financieras perdieron sus señas de identidad al convertirse en bancos multinacionales para hacer frente al cambio tecnológico
¿La nueva Caixa se descatalanizará tras la fusión con Bankia? Esa es la pregunta que se hacen las élites madrileñas. La respuesta me la dio un excomisario europeo: “La Caixa no se va a descatalanizar porque ya lo está”. En la medida en que sus dirigentes, encabezados por Isidro Fainé, decidieron convertirla en una entidad multinacional sus señas identitarias han ido diluyéndose. Lo mismo ha pasado con el Santander, que poco a poco ha dejado de ser un banco español y, por supuesto, cántabro, como lo fue en sus orígenes. La entidad que preside Ana Patricia Botín tiene la mayor parte de sus accionistas fuera y lo mismo pasa con sus empleados y sus negocios. Y eso mismo se podría decir del BBVA.
El proceso en La Caixa ha sido similar. En la medida que ha expandido su negocio y se ha ido internacionalizando, sus referentes identitarios se han ido diluyendo, aunque mantenga un fuerte arraigo en Catalunya. Con la absorción de Bankia este proceso inevitablemente se va a acelerar, sobre todo si a medio plazo se produce la auténtica fusión con un banco europeo.
Al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y a su vicepresidenta
Nadia Calviño, lo que menos le ha preocupado de esta fusión bancaria ha sido su impacto en el procés. Lo que realmente les inquietaba era que se repitiese una situación similar a la del crack financiero, cuando el sistema español tuvo que ser rescatado por la UE. No parece sensato pensar que esta adquisición se haya tratado políticamente ni con el president de la Generalitat, Quim Torra, ni con la presidenta de la Comunidad de
Madrid, Isabel Díaz Ayuso. No es una cuestión política, ni ideológica, es técnica.
Esa es la gran diferencia con la fracasada fusión de enero del 2011. Rodrigo Rato, por entonces presidente de Bankia, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo rompió el acuerdo que unas semanas antes había alcanzado con Fainé. La razón de fondo fue la exigencia de que la Asamblea General de La Caixa tuviera la última palabra pa