Jornada de 32 horas: del experimento a la revolución
La reducción de la carga horaria seguirá avanzando, pero es probable que se concentre en algunos sectores, gracias a la tecnología y la modernización de procesos productivos
Pocas horas antes de la Nochebuena de 1982, el flamante gobierno de Felipe González aprobó que la jornada semanal máxima para los trabajadores pasaba a ser de 40 horas. Cuentan las crónicas periodísticas que el ministro de Trabajo del momento, un parco Joaquín Almunia, restó importancia a las críticas de la patronal y destacó que la medida potenciaría la productividad y el empleo, al tiempo que España se equiparaba con otras economías europeas. Han pasado casi cuarenta años y otro Ejecutivo, presidido también por un socialista, ha tenido que enfrentarse al encendido debate de seguir avanzando en la reducción de la jornada laboral. Cuatro días de trabajo a la semana, 32 horas y el mismo salario, es la propuesta sobre la mesa para trabajar menos y ser más productivos.
El objetivo de acortar la jornada arrancó casi un siglo y en las últimas décadas se han ido probando nuevas fórmulas en distintos puntos del planeta, alentadas por una serie de posibles beneficios que no paran de crecer: desde el bienestar de los trabajadores a la conciliación de la vida personal, la reducción de la factura medioambiental, el aumento del tiempo de ocio... En el caso de España, ha resurgido hace solo unos días por el apoyo del vicepresidente Pablo Iglesias (de Podemos) a la semana laboral de cuatro días, aunque casi con la misma rapidez zanjaron la cuestión desde Moncloa.
Más allá de la defensa sin reservas de los sindicatos –UGT ha recordado que, como otros homólogos europeos, son partidarios de implantar cuatro días de trabajo y uno de formación a la semana– y del rechazo igual de contundente de la patronal –la CEOE ha hablado directamente de “ocurrencia”–, el debate académico, socio-ecónomico y político sigue abierto: ¿Hay que seguir reduciendo la jornada laboral? ¿Se puede trabajar un máximo de cuatro días a la semana? ¿Es ahora un buen momento para tratar de plantearlo en medio de la incierta recuperación de una crisis sin precedentes?
“En todas las salidas de las crisis surgen este tipo de planteamientos, porque siempre subyace la cuestión del reparto del empleo”, señala Florentino Felgueroso, investigador del think tank Fedea. Reducir la jornada para poder repartir el trabajo entre más personas, recuerdan los expertos, se basa en la falacia de la cantidad fija de trabajo, como si fuera un pastel que se puede trocear a conveniencia.
“El planteamiento de reducir la jornada es interesante”, destaca Manuel Hidalgo, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Pablo de Olavide, “sobre todo si se aborda como una oportunidad de revisar los procesos productivos y de avanzar en la lucha contra la cultura empresarial del presentismo e impulsar el trabajo por objetivos”.
Para el economista y analista José Moisés Martín, una revisión de la jornada de trabajo impulsa “la modernización del sistema productivo, de la gestión y de los procesos para evitar que se pierdan horas de trabajo”. Al tiempo, destaca, supone “un reparto más justo de las ganancias económicas, no solo en salarios sino también en tiempo”.
Martín aboga directamente por “ir experimentando” e implantar