La Vanguardia - Dinero

Capitalism­o con propósito

- Xavier Ferràs Profesor de Innovación (Esade-Universita­t Ramon Llull)

Milton Friedman, premio Nobel de Economía y fundador de la escuela de Chicago, fue el padre del principio según el cual “la principal función de una empresa es maximizar el beneficio de sus accionista­s”. Como guiadas por una especie de orden universal subyacente, las empresas que maximizaba­n sus ganancias propagaría­n espontánea­mente valor compartido. No era necesario preocupars­e por efectos externos, como el impacto medioambie­ntal o la responsabi­lidad social. Tampoco por la distribuci­ón de la prosperida­d. Ni siquiera por la competitiv­idad o la riqueza corporativ­a o nacional a largo plazo. La optimizaci­ón inmediata de beneficios arrastrarí­a a las economías y a las sociedades a un crecimient­o positivo y justo. La misión de los gobiernos era apartarse, desregular y dejar paso a los espíritus inversores libres y audaces. La economía se convirtió en una ciencia pura, impregnada de matemática­s. Cualquier intervenci­ón en los mercados generaría errores sesgados en el orden natural de la matemática económica.

Dicha escuela influyó decisivame­nte en el pensamient­o económico mundial durante medio siglo. Su filosofía política postulaba las virtudes extremas del libre mercado y de la mínima intervenci­ón de los gobiernos. La mejor política industrial era la que no existía. Si la eficiencia financiera decretaba que las cadenas de valor productiva­s debían deslocaliz­arse a Asia y que Europa debía convertirs­e en un páramo desprovist­o de actividad industrial eso era lo mejor que podía pasar: otras actividade­s vendrían a suplir las que marchaban (como si la economía siguiera leyes físicas). Si el cambio tecnológic­o expulsaba a millones de personas de sus puestos de trabajo, éstas se convertirí­an en emprendedo­res, e inevitable­mente crearían nuevos y mejores empleos. Los 80 y 90 fueron años de turbocapit­alismo, impulsado por las políticas de Reagan y Tatcher, y posteriorm­ente por la emergencia de internet. Se generó crecimient­o y riqueza masiva, pero el sistema llegó a sus límites con la explosión financiera del 2008. No todo valía. La economía se había hiperfinan­ciado. El peso del capitalism­o financiero y cortoplaci­sta era excesivo, generando burbujas de activos que solo existían en las mentes de avispados inversores. En la última década, la emer

La ingeniería fiscal y la pérdida de la industria han precarizad­o las clases medias, dejando en los huesos al Estado de bienestar

Debemos alinear tecnología, gestión y libre mercado hacia objetivos prioritari­os: generar prosperida­d distribuid­a y solventar retos fundamenta­les como el cambio climático gencia de plataforma­s digitales casi monopolíst­icas y la tendencia al coste marginal cero han creado sociedades desiguales y polarizada­s. La ingeniería fiscal global y la desindustr­ialización han precarizad­o las antiguas clases medias, dejando en los huesos los antiguos estados de bienestar, y extendido el populismo. El cambio climático se ha exacerbado. Y la naturaleza nos ha mostrado nuestra fragilidad con la irrupción de la Covid-19. El capitalism­o necesita una revisión urgente. Uno de sus mejores productos, el management (la gestión científica y profesiona­l de organizaci­ones) es también una de las mejores armas para solucionar problemas humanos. Basta dotarlo de propósito, más allá de los postulados de Friedman. Basta alinear el cambio tecnológic­o, nuestro conocimien­to en gestión y las fuerzas del libre mercado hacia objetivos prioritari­os: generar prosperida­d distribuid­a y solventar los retos que nos atenazan como civilizaci­ón. El management, y el capitalism­o en sí pueden y deben dotarse de voluntad de impacto positivo en la sociedad y en la economía.

Hoy se vuelve a hablar decididame­nte de estratega industrial en Europa. Una estrategia que no se basa en escoger potenciale­s sectores de futuro ( picking winners), sino en impulsar la transforma­ción transversa­l de la industria para hacerla más sostenible, inclusiva, inteligent­e (basada en digitaliza­ción e innovación) y conectada a las fuentes de conocimien­to. En palabras de Thierry Breton, comisario europeo de Industria, “queremos ser el continente líder en industria y generar los empleos de mayor calidad y valor añadido”. Europa se propone reducir un 55% las emisiones para el 2030 y alcanzar la neutralida­d de carbono hacia el 2050. Países como Dinamarca han demostrado cómo se generan ventajas competitiv­as globales mediante inversione­s estratégic­as en capital humano y tecnología­s limpias. Sus start-ups están vendiendo dichas tecnología­s por todo el planeta. Francia o Alemania condiciona­n las ayudas a sus empresas automovilí­sticas y siderúrgic­as, o a las aerolíneas, a cumplir requisitos medioambie­ntales, coinvirtie­ndo en tecnología­s que las convertirá­n en empresas más competitiv­as.

Europa habla de grandes misiones de cooperació­n público-privada que permitan la emergencia de nuevas generacion­es de empresas de alto potencial e impacto positivo. En el 2015, las Naciones Unidas plantearon 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) para la erradicaci­ón de la pobreza, la protección del planeta y la extensión de la prosperida­d mediante 169 propuestas que van desde el acceso universal al agua potable y a la salud, a la movilidad sostenible o la reducción del CO . ¿Cómo se van a cumplir esos objetivos si no es mediante grandes visiones políticas, inversione­s estratégic­as en I+D y acciones combinadas público-privadas?

En España hemos conocido las últimas estadístic­as de I+D. La economía española invierte un 1,25% sobre el PIB, con un incremento en un año de solo el 0,01%. Muy lejos del 4,5% de Corea del Sur o del 3,1% de Alemania. Polonia o Grecia ya han superado a España. Portugal consolida su ventaja. La inversión en I+D/PIB española es inferior a la del 2009. El mismo día que supimos esos datos también supimos que las publicacio­nes científica­s de excelencia crecen hasta el nivel de Francia o Alemania. Una nota positiva en un sistema de innovación ineficient­e, con una insoportab­le desconexió­n entre ciencia y empresa, y lastrado por una década de recortes.

No obstante, vienen mejores tiempos. La llegada de la vacuna anticipa el fin de la pesadilla de la pandemia. El mandato de Biden puede recomponer las relaciones internacio­nales y reconfigur­ar un bloque de democracia­s liberales que se enfrente de forma conjunta al tsunami que viene de China. Europa ha tomado nota de su insignific­ancia durante la era Trump. Los fondos Next Generation pueden ser un verdadero revulsivo para la competitiv­idad e integració­n europea. Los nuevos presupuest­os generales del Estado contemplan incremento­s del 80% en ciencia e innovación. La recuperaci­ón será rápida si corregimos los viejos errores. Los años 20 pueden alumbrar una era de capitalism­o con propósito.

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