Inteligencia natural
Carlo M. Cipolla escribió el mítico libro Allegro ma non troppo sobre las diez reglas fundamentales de la estupidez humana. En su tercera ley fundamental Cipolla describe: “Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. Nunca he encontrado, ni espero encontrar, un texto escrito por una máquina sobre las diez leyes fundamentales de la estupidez de las máquinas. Las máquinas digitales funcionan y pueden ofrecer soluciones increíbles. Pero las personas trabajan y a veces, como en el caso de Cipolla, aportan lucidez diferencial. Algunas máquinas pueden emular la inteligencia y superarla en cosas precisas, pero la sabiduría es cosa de personas. De ello ha salido un pequeño libro patrocinado y editado por la Generalitat de Catalunya (Departament d’Empresa i Coneixement) en la Colección Papers de la industria sobre el impacto de la inteligencia artificial en las empresas.
Mi aproximación ha sido desde el Management. Pero gente de gran consistencia me ha ayudado mucho, como Ramon Trías que creó a inicios de los noventa ya una empresa sobre inteligencia artificial y desde ella revolucionó el sector de la banca, casi a la par que Regina Llopis creaba su empresa demostrando como la inteligencia artificial suele ser cosa de personas sabias. De los grandes tecnólogos del mundo al único que entiendo casi siempre es a Mateo Valero. Pero cuando me fui a preguntar a las empresas medianas o medio grandes, sobre qué estaban haciendo con inteligencia artificial, me devolvieron una retahíla de aspiraciones, pero me mostraron pocas realidades.
¿Quiere decir esto que la inteligencia artificial es un bluf? Para nada. La inteligencia artificial y en general el ramillete de las tecnologías basadas en datos cambiará nuestra vida y la de nuestras organizaciones, igual que la cambió internet y antes la electricidad. Es una discontinuidad histórica. Es un punto y a parte en la historia de la humanidad. Pero depende de las personas que de esta tecnología salga una humanidad aumentada, y no el momento de la famosa singularidad cuando las máquinas supuestamente se impondrán a las personas. Detrás de las máquinas de inteligencia artificial hay algoritmos que diseñan originaria
Algunas máquinas pueden emular la inteligencia y superarla en cosas precisas, pero la sabiduría es de los seres humanos
mente humanos. La tecnología no es (no debe ser) una dictadura, un determinismo inexorable. La tecnología es (debe ser) una opción llena de posibilidades al servicio de las personas. Quizás abusamos del tecnopapanatismo y nos olvidamos demasiado del humanismo. Las dos cosas son necesarias. Recuerden, hay que desconfiar de los humanistas desinteresados en la tecnología y de los tecnólogos desinteresados en el humanismo.
Y, ¿en qué nos ayudará básicamente la inteligencia artificial? En muchas cosas, pero básicamente en dos. Nos ayudará a hacer predicciones mucho más precisas basadas en el histórico de datos. Nos propondrá prescripciones de cómo actuar. A veces dejaremos que las máquinas puedan automatizar sus respuestas o sus mandatos de acción. Pero otras querremos que las personas decidan a partir de las sugerencias de las máquinas. A menudo, las máquinas harán el big data (inalcanzable para la mente humana) pero las personas haremos el small data basado en nuestro pensamiento crítico y nuestra capacidad de síntesis. No renunciaremos al análisis, pero nos apoyaremos en la inteligencia artificial para ello.
Y esta inteligencia artificial que nos permitirá decidir mejor, ser más precisos en el uso de nuestros recursos, innovar gracias a su gran capacidad de simulación, personalizar y recomendar soluciones singulares a nuestros clientes, establecer soluciones de computación visual de gran impacto operativo, tener asistencia de calidad para realizar diagnósticos, etcétera... ¿Llegará a las pequeñas empresas o se quedará solamente en las grandes empresas y en las star- ups más disruptivas? La tecnología más allá de su boom inicial, que puede ser muy diferencial para aquellos pioneros que llegan a los océanos azules, mercados exclusivos por un tiempo, acaba democratizándose y cuando está a disposición de todo el mundo, entonces, la diferencia la hacen las personas. Eso que llamamos el talento. Hablamos de un modo contemporáneo de inteligencia artificial desde hace décadas (Test de Turing, 1950) pero su impacto no ha hecho más que empezar. La inteligencia artificial cambiará el management, pero solamente sustituirá a los profesionales y a los directivos que la ignoren.
¿Y qué debería hacer una pequeña empresa para explorar cómo crear valor para sus clientes desde la inteligencia artificial? En el breve libro editado propongo nueve pasos que me parecieron de sentido común. Primero, tener unas nociones básicas de para qué puede servir la inteligencia artificial. Segundo, preguntarnos en qué la inteligencia artificial puede cambiar a nuestros clientes. Tercero, preguntarnos a continuación qué nuevo valor podría crear nuestra empresa usando la inteligencia artificial. Cuarto, pensar en los datos que tenemos o podemos generar para poder tener una base sobre la que los algoritmos de inteligencia artificial puedan responder a problemas, necesidades o aspiraciones de nuestros pacientes o de nuestras organizaciones. Quinto, si hemos descubierto una oportunidad basada en inteligencia artificial, explorar si existen soluciones más o menos estándares o hay que personalizar una solución. Evitando exageraciones. A veces, simplemente con estadística clásica podemos tener respuesta a nuestras preguntas. Como dice Ramon Trías, no hay que matar moscas a cañonazos simplemente para demostrar que tenemos cañones. Sexto, desplegar la solución de inteligencia artificial valorando la relación coste e impacto. Séptimo. Necesitaremos una fase de entrenamiento y mejora de la solución aplicada para que alcance resultados fiables u óptimos. Octavo, no olvidar que lo fácil es inyectar tecnología y lo difícil son los cambios en la organización y en las personas que comporta. Hay que gestionar el cambio. Noveno, valorar el impacto que ha alcanzado la inteligencia artificial con los indicadores de los proyectos al uso.
Cuando empezó internet muchas empresas tampoco sabían qué deberían hacer con ella y hoy es una commodity. No hay que preocuparse tanto por la inteligencia artificial, pero sería un error no ocuparse. Entender y debatir mucho de inteligencia artificial no debería llevarnos a menospreciar la inteligencia natural. Al fin y al cabo, podremos hablar de inteligencia artificial, pero nunca hablaremos de sabiduría artificial.
En diciembre del 2015, Europa fue protagonista del primer acuerdo universal y jurídicamente vinculante sobre el cambio climático: el acuerdo de Paris. Se cerraba un ciclo que empezó en otra capital europea, el año 1972, Estocolmo.
Paris ha supuesto un hito por la confluencia del desafío climático con el profundo proceso de transición de la geopolítica tecnológica y económica, en el que estamos inmersos. Las necesidades básicas del suministro de energía, alimentos y agua de 9.000 millones de personas, en el horizonte del 2030, están en el corazón de los desafíos.
Esta situación está marcando la transición energética europea y ésta, a su vez, sirve de soporte al renacimiento tecnológico e industrial para afrontar el riesgo real del declive europeo. Para la Unión Europea, cambio climático y liderazgo tecno-industrial son dos caras de la misma moneda. Cinco años después, en medio de la mayor crisis económica de la historia reciente, el acuerdo del Consejo del 11 de diciembre ha dado una respuesta al desafío del cambio de paradigma que ha aflorado la pandemia y que tiene ante sí nubarrones tanto de orden financiero global como de seguridad. Una histórica movilización de fondos (Marco Financiero Plurianual y Next Generation EU) articulada con una perspectiva de gobernanza más allá de la supranacionalidad, y que esperamos sea ratificada por los parlamentos de los Veintisiete.
Siendo su objetivo asegurar el sistema de bienestar y la estabilidad europea, la idea fuerza del cambio climático vertebra, junto a la digitalización y la salud, la estrategia de reforzamiento del sistema tecnoindustrial europeo en la cadena de valor global y, por tanto, la consolidación de la Unión Europea como región económica que compite y coopera con China y USA en términos equivalentes.
El volumen y la ambición de los fondos movilizados, complementados con los del BCE, son un hito en la historia de la construcción europea. Pero también lo son porque el acuerdo, frente a cualquier olvido, reafirma la razón de ser que los padres fundadores marcaron en el frontispicio de la propia Unión Europea: libertad, justicia y cohesión. Así, vemos como se afirma, sin equívoco, que no hay sitio en la casa común para quien no cumpla los principios fundamentales de la Unión, marcados por el artículo 2, en relación con el artículo 7, del TFUE. También se explicita otro principio fundamental, como es la decisión de que la Unión Europea alcance los objetivos del cambio climático colectivamente y con la máxima eficiencia en términos de coste.
De otro lado, los compromisos financieros asumidos por las instituciones comunitarias en el mercado obligan a un uso eficiente de los recursos y, por tanto, exigen disciplina y rigor en el cumplimento de los objetivos para la recuperación económica y fortalecimiento de nuestra economía productiva en el sistema mundial.
En este contexto, tenemos que ser conscientes de los diferentes intereses geopolíticos que confluyen en la Unión, en la medida en que tienen ya implicaciones estratégicas en la materialización de las geografías tecno-industriales más dinámicas dentro de la comunidad europea.
Tampoco es un dato menor que la soberanía económica europea (véase el excelente trabajo de Bruegel: Redefining Europe’s economic sovereignty, junio 2019) está poniendo en valor tanto la política industrial (art.173 TFUE)
Ursula Van der Leyen y Charles Michel, después de cerrar el Fondo de Recuperación en julio como la necesidad de fortaleza política de la UE para jugar en el seno de la geopolítica tecnológica, económica e industrial. No hay competencia leal sin reglas equivalentes.
Estas breves anotaciones deben servir para señalar la importancia del momento y hacernos tomar conciencia de cómo nuestra principal ocupación es reforzar seriamente la influencia y el peso de España en el seno de la soberanía económica europea.
Nuestra ubicación geopolítica y nuestra responsabilidad en la comunidad iberoamericana es otro añadido, no menor, para que el plan de recuperación se aborde con una visión sólida de Estado y una gestión comprometida. Hay poco por inventar, sigamos la senda de la eficiente cooperación público-privada marcada por nuestros socios más dinámicos en la Unión.
Los fondos no son un fin, son un medio para fortalecer nuestro sistema tecno-industrial en el seno del sistema europeo y su cadena de valor. Esto pasa por campeones nacionales en sectores estratégicos, como la energía, porque no hay seguridad nacional sin seguridad energética, al tiempo que sin fortaleza energética no hay posición en la unión energética europea. Es decir, no hay fortaleza tecnoindustrial sin fortaleza energética. Como tampoco hay fortaleza industrial sin musculatura tecnológica. Y todo exige, finalmente, integrar a las pyme industriales en la cadena de valor de los proyectos de recuperación económica.
Los fondos deben de tener la funcionalidad de reforzar en España el espíritu europeo como proyecto político común que nos ofrece un espacio de convivencia, bienestar y estabilidad. Es responsabilidad de todos, por tanto, que trabajemos en proyectos reales de transformación y modernización en el horizonte del 2030. Esto solo es posible con una estrategia de Estado y un uso eficiente de los recursos públicos y privados.
Este es el desafío porque los recursos comunitarios (sin olvidarnos de infraestructuras básicas como el agua, la digitalización, la interconexión ibérica y transpirenaica) son una oportunidad para redefinir y consolidar nuestra economía productiva y ofrecer oportunidades vitales a las generaciones jóvenes. No hay fortaleza en la soberanía industrial y gobernanza europea sin fortaleza industrial y fortaleza de Estado. Esto no es un juego de vanidades e intereses. Es sinónimo de futuro.
Los fondos no son un fin, son un medio para fortalecer nuestro sistema tecnoindustrial en la cadena de valor europea
Esto pasa por crear campeones nacionales, porque no hay seguridad nacional sin seguridad energética