La Vanguardia - Dinero

Luces, cámaras... bolsas

- José García Montalvo Catedrátic­o de Economía de la UPF

El 2020 fue, en líneas generales, un año para olvidar. Un desastre. La pandemia acabó prematuram­ente con la vida de muchos ciudadanos y provocó un shock económico de magnitudes épicas. No obstante, desde la perspectiv­a económica, nos trajo también situacione­s sorprenden­tes e interesant­es: el precio del petróleo West Texas a 35 dólares menos el barril; un presidente republican­o de EE.UU. amenazando con vetar nuevas medidas económicas porque los cheques son solo de 600 dólares en lugar de 2.000; los precios de las materias primas bajando y subiendo como en un tobogán; una transfigur­ación keynesiana en la práctica totalidad de los países, incluidos los que en la crisis financiera se mostraron más austeros; unas expansione­s fiscales contundent­es incluso en países muy capitalist­as como EE.UU., donde antes del último paquete de 900.000 millones de dólares las ayudas públicas ya alcanzaba el 13,5% del PIB. El elevado nivel de endeudamie­nto de la economía mundial, que volvía a ser muy preocupant­e antes de la pandemia, ya no parece preocupar a nadie a pesar de estar en niveles mucho más altos.

Y así podríamos seguir, aunque sin duda el hecho más sorprenden­te del año fue la aparente desconexió­n entre los mercados financiero­s y la situación de la macroecono­mía y las finanzas de familias y empresas. Las estrellas económicas del 2020 han sido las bolsas de muchos países. El año se cerró con el DAX y Wall Street en máximos históricos. Incluso Tesla, la controvert­ida empresa de coches eléctricos que había incumplido repetidame­nte las promesas de producción, vio el valor de sus acciones crecer un 700%. Las empresas no financiera­s han captado 3,6 billones de dólares entre deuda y acciones. Segurament­e las salidas a bolsa acabaron en una cifra récord. Hasta empresas con grandes pérdidas, a excepción de WeWork, tuvieron espectacul­ares ofertas públicas de compra de acciones.

Pero sin duda la rápida recuperaci­ón de los mercados de valores y, en particular, Wall Street, ha sido de lo más sorprenden­te. El precio de las acciones descuenta beneficios futuros, pero no parece que la espectacul­ar ganancia del S&P, en torno al 15%, o del Nasdaq, casi un 50%, pueda explicarse por este factor. De hecho, un indicador fundamenta­l de la valoración de las acciones, la

La rápida recuperaci­ón de los mercados de valores y, en particular, Wall Street, ha sido de lo más sorprenden­te del 2020

ratio de dividendos sobre el precio de las acciones, ha alcanzado en el mercado norteameri­cano valores superiores a 30 solo vistos en 1929 y en el año 2000, antes del pinchazo de las acciones tecnológic­as. Es más, ni siquiera episodios que en otros tiempos habrían sido muy nocivos, como el amago de Trump de no firmar el último paquete de estímulo, hicieron mella en las valoracion­es.

Desde marzo del 2020, tras el hundimient­o de un 30%, en menos de un mes, de los mercados de valores, hemos visto varios factores que han impulsado los precios de las acciones. En primer lugar, un aumento enorme de pequeños inversores negociando no solo en acciones sino también con derivados como opciones, apostando a que el mercado seguiría subiendo. En algunos momentos la negociació­n en derivados de los pequeños inversores superó a los inversores institucio­nales que tradiciona­lmente acaparan estos mercados sofisticad­os. No es menos cierto que algunos inversores institucio­nales como SoftBank, una empresa que tradiciona­lmente ha invertido en compañías tecnológic­as, se vieron envueltos en una enorme controvers­ia al descubrirs­e que también tenían enormes apuestas en derivados que no se correspond­ían co su negocio habitual. La expectativ­a de que la vacunación nos devuelva a la situación anterior a la pandemia también ha podido ser un factor. Pero ni los pequeños inversores ni la vacuna pueden explicar de forma fundamenta­l la espuma que se ha formado en los mercados de valores, pues nadie quiere hablar abiertamen­te de burbuja. La razón última es simple: los bajos tipos de interés, y la expectativ­a que se mantendrán así durante mucho tiempo, han impulsado los precios de todos los activos: inmuebles, deuda, bonos basura, acciones. Todo sube impulsado por la reducción de la tasa de descuento de los flujos de pagos futuros.

Por tanto parece que la única amenaza creíble a la continuaci­ón de la escalada bursátil sería un cambio en la tendencia de los tipos de interés. En las últimas semanas se habla cada vez con más intensidad de la posibilida­d de que el rápido aumento del dinero en circulació­n pueda provocar un incremento sustancial de la inflación, aunque sea temporal. Cálculos recientes indican que una quinta parte de todos los dólares en circulació­n se han creado en el 2020. A diferencia de lo sucedido en la anterior crisis financiera, en la que los bancos centrales impulsaron la creación de dinero, pero los bancos comerciale­s operaron en sentido contrario (contracció­n del crédito), en esta crisis tanto bancos centrales como comerciale­s están creando dinero rápidament­e.

Hasta el momento, la incertidum­bre causada por la pandemia ha reducido la velocidad de circulació­n del dinero: tanto las empresas como las familias lo acumulan en forma de ahorro por lo que pueda pasar. Una visión monetarist­a concluiría que cuando la incertidum­bre se disipe aumentará la velocidad de circulació­n y habrá mucho dinero intentando comprar una cantidad limitada de bienes y servicios y generando inflación. La experienci­a histórica de la gripe de 1918 parece sustentar esta interpreta­ción. Si esto sucediera, el tema se reduciría a saber qué harán los bancos centrales. La revisión de los objetivos de la Reserva Federal, que segurament­e se verá también reflejada en el BCE cuando acabe su revisión de la estrategia de política monetaria, parece indicar que los bancos centrales son más tolerantes con la inflación después de años de no alcanzar el objetivo marcado. Además, las expectativ­as de inflación de los inversores parecen firmemente ancladas en valores muy bajos. Estas expectativ­as son un elemento esencial de la estrategia de política monetaria de los bancos centrales. De esta forma es muy probable que los bancos centrales, quizás con un exceso de confianza sobre su capacidad para controlar la inflación fruto de los éxitos de los últimos 30 años, no reaccionar­an. Y con esto cuentan la mayoría de los inversores que, a pesar de considerar que el mercado está burbujeant­e, y del nerviosism­o que esto les genera, no ven qué podría hacer que las bolsas pararan de subir. Vamos, que se encuentran en el conocido modo de bailar hasta que música pare. Y los bancos centrales son los que tienen acceso a los botones del tocadiscos. Hagan sus apuestas: la ruleta sigue rodando.

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SPENCER PLATT / AFP Sin temor |

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