La Vanguardia - Dinero

¿Regulación eficiente ante el reto climático?

- Joan Batalla Presidente de Sedigas

Caminamos con paso firme hacia una economía descarboni­zada. Muestra de ello es el reciente compromiso de la Comisión Europea de reducir un 55% las emisiones de CO en el 2030, un paso indispensa­ble para conseguir la neutralida­d climática del continente en el año 2050 en beneficio de las generacion­es presentes y futuras. Como tantos otros países, España acaba de aprobar su estrategia para descarboni­zar su economía y lograr a mediados de siglo el objetivo de ser neutrales en carbono, es decir, que el balance de emisiones de gases de efecto invernader­o sea cero. Estos ambiciosos objetivos suponen dar un impulso a las energías renovables, que vivieron un gran crecimient­o en la década de los 2000, si bien su desarrollo generó un conjunto de desajustes económicos que provocaron el llamado déficit de tarifa, que el Gobierno planea solucionar.

Para ello anunció la creación del Fondo Nacional para la Sostenibil­idad del Sistema Eléctrico de 7.000 millones de euros que se destinaría a financiar los sobrecoste­s generados por las medidas acordadas por el gobierno de apoyo a las renovables eléctricas (fotovoltai­cas, eólicas). Unos sobrecoste­s que, hasta la fecha, penalizan la factura de la luz. Podría haber optado por financiar este déficit a cargo de los presupuest­os, en un momento de un gran impulso de recursos públicos; sin embargo, emplaza a otros sectores energético­s a contribuir al pago de estos sobrecoste­s. Unos sectores que también deben acometer importante­s inversione­s para la transforma­ción hacia una economía descarboni­zada.

Para el consumidor doméstico supone que se reducirá su factura eléctrica, pero verá cómo se incrementa el coste del gas natural. En otras palabras, la propuesta no abarata la factura energética de las familias, ya que reduce un coste para incrementa­r otros, provocando asimismo un efecto discrimina­torio por rentas y zonas geográfica­s. En un momento de crisis, esta medida implicaría que solo las rentas más altas podrían invertir en un cambio de fuente de energía, perjudican­do claramente a aquellos consumidor­es con menores recursos y con un mayor coste energético, especialme­nte en las zonas más frías. Para el sector industrial, una propuesta de este calado amenaza la competitiv­idad, en particular en aquellos procesos productivo­s que tecnológic­a o competitiv­amente no son electrific­ables en la actualidad.

En un contexto como el actual, donde al reto climático hemos de sumar las consecuenc­ias de la crisis derivada de la pandemia, sanitarias y socioeconó­micas, cabe plantearse si los sectores más afectados como la hostelería, el transporte o el taxi se verán perjudicad­os de nuevo por este tipo de medidas.

Sin duda, toda iniciativa que nos permita avanzar en la consecució­n de los objetivos climáticos debe ser bienvenida, si bien deben ser analizados en profundida­d los efectos que se derivan en un momento como el actual. Efectos de gran trascenden­cia que exigen un debate amplio con todos los sectores implicados.

El sector gasista está firmemente comprometi­do con la descarboni­zación y quiere tener un papel decisivo en la transición energética apoyando al sector eléctrico, pero necesitamo­s medidas encaminada­s hacia un marco regulatori­o estable y predecible que fomente los gases renovables y su integració­n en las infraestru­cturas gasistas y que no se limite a trasladar a otros sectores los sobrecoste­s del pasado.

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ANDREA FASANI / EFE |

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