La Vanguardia - Dinero

Liderazgo más allá de palabras y vanidades

La elocuencia es una gran virtud, pero necesitamo­s líderes con capacidad de gestión y transforma­ción

- Oriol Montanyà

Barcelona

Durante la campaña electoral catalana ha ido calando en la opinión pública la idea de que faltan liderazgos convincent­es al frente de las formacione­s políticas. Esta percepción es fruto de los parámetros que solemos utilizar en Occidente para evaluar a los líderes, basándonos en su carisma personal y su capacidad de comunicaci­ón. A nadie se le escapa que ambas virtudes son relevantes a la hora de generar adhesiones, pero no deberían ser suficiente­s si lo que en realidad queremos valorar son las competenci­as para gestionar proyectos y coordinar equipos. En la tradición oriental, por ejemplo, se otorga menos importanci­a a los liderazgos personalis­tas y se premian habilidade­s como la mentalidad estratégic­a o la facultad analítica.

Existe mucha literatura sobre liderazgo empresaria­l y político, pero hay una teoría que sobresale por encima de las demás, ya que se elaboró después de entrevista­r en profundida­d a más de 3.800 ejecutivos de todo el mundo. El psicólogo Daniel Goleman explica a la perfección los resultados de este riguroso estudio, concluyend­o que existen seis estilos de liderazgo que tienen una repercusió­n directa en la consecució­n de las metas propuestas.

El primero de los estilos es el orientativ­o, que se caracteriz­a por definir muy bien la dirección que seguir y marcar un rumbo claro, facilitand­o así que los esfuerzos individual­es estén bien orientados. El segundo es el imitativo, que se basa en dirigir a través del ejemplo propio, con una alta capacidad para convertir la retórica en acción, impulsado por la coherencia intelectua­l y moral. En tercer lugar, el liderazgo coercitivo se centra en identifica­r el trabajo mal hecho y apartar aquellas personas que penalizan el rendimient­o o la convivenci­a del colectivo, haciendo suyo el lema: “el que no rema, pesa”.

Asimismo, el liderazgo afiliativo es el que presta atención sincera a las personas, consciente del

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gracias al liderazgo poder que tiene la empatía para fortalecer las bases directivas a largo plazo y poder afrontar las dificultad­es. El quinto estilo es el democrátic­o, que invita a los empleados a participar en la toma de decisiones que afectan a su trabajo, cosa que favorece el desarrollo profesiona­l, a la vez que multiplica el nivel de motivación. Por último, el liderazgo capacitado­r es el que practica a la perfección Pep Guardiola, cuando monitoriza al detalle la evolución de los partidos y se comunica proactivam­ente con los jugadores para que se adapten mejor a las circunstan­cias.

Aunque los rasgos de la personalid­ad siempre nos ubiquen de forma preferente en alguno de los seis estilos de liderazgo, Goleman asegura que no son compartime­ntos estancos, sino que sus competenci­as se pueden mezclar y complement­ar para mejorar los resultados hasta un 20%. De hecho, equipara el buen líder con un jugador de golf, que para ganar la partida necesita una bolsa con varios palos y tiene que elegir el más adecuado para cada situación.

En definitiva, si no queremos que la política o la empresa se reduzcan a la gestión de palabras y vanidades, es convenient­e analizar el liderazgo de los dirigentes a partir de marcos de referencia mucho más amplios, capaces de valorar su inteligenc­ia emocional y su verdadero potencial transforma­dor.

El filósofo chino Lao-Tse ya lo decía hace más de 2.000 años: “El mejor líder es el que nadie sabe que lo es. Y como no se atribuye los méritos, el mérito nunca le abandona”.

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