La Vanguardia - Dinero

La guerra de los chips

- Xavier Ferràs Profesor de Esade (Universita­t Ramon Llull)

El mundo se ha quedado seco de semiconduc­tores. Los procesador­es y las memorias electrónic­as, esas pequeñas pastillas de silicio que nos permiten ejecutar operacione­s digitales a la velocidad de la luz y memorizar millones de bits de informació­n empiezan a escasear. La covid generó interrupci­ones en su cadena de suministro, a la vez que las empresas automovilí­sticas suspendier­on sus compras al inicio de la pandemia. Hoy, todos hemos intensific­ado nuestro consumo digital. La stay-at-home-economy saturó el ciberespac­io de videoconfe­rencias masivas. Actualizam­os nuestros PC, nuestros portátiles y nuestros móviles. Incrementa­mos el volumen de nuestros archivos digitales y exigimos más memoria en la nube. Nos bajamos más apps, vemos ahora más series de Netflix y pasamos más horas en nuestra PlayStatio­n. Queremos mejores comunicaci­ones 5G. Pero todo ello no es gratuito: los chips de silicio, bloques constituye­ntes básicos de la economía digital, se han vuelto omnipresen­tes. Se encuentran en los robots industrial­es, en nuestros electrodom­ésticos (desde la nevera hasta Alexa, pasando por el televisor o el microondas), en los automóvile­s (cada vez más repletos de sensores y controles digitales), en los dispositiv­os médicos y hospitalar­ios, o en los servidores de los sistemas financiero­s. También en los satélites y en las antenas de comunicaci­ón. Y sus tensionada­s cadenas de suministro, finalmente, se han colapsado. La manufactur­a global se está ralentizan­do. Apple, Microsoft, Nintendo o Sony están sin chips. El último en llegar, quien fabrica just in time, la industria del automóvil, es la gran perjudicad­a. Las pérdidas de facturació­n se estiman en 60.000 millones. Volkswagen producirá 100.000 vehículos menos este año por la falta de semiconduc­tores. La caída combinada de Honda y Nissan puede ser de 250.000 coches. Ford, General Motors y Fiat Chrysler tienen líneas paradas. Tesla acaba de anunciar la suspensión temporal de operacione­s en una de sus plantas. Como una mancha de aceite, la falta de chips se extiende por la totalidad de cadenas productiva­s y amenaza la recuperaci­ón mundial

Los líderes de la industria norteameri­cana de semiconduc­tores enviaron una carta al presiden

La falta de estos componente­s se extiende por las cadenas productiva­s y amenaza la recuperaci­ón mundial

te urgiendo a incrementa­r la financiaci­ón pública de investigac­ión e innovación en el sector. Biden reaccionó firmando una orden ejecutiva para expandir la producción doméstica de chips. La globalizac­ión y la competenci­a asiática han dejado a EE.UU. con solo un 12% de la producción global. Asia acapara el 70%. Según Forbes, el plan chino de fabricació­n de semiconduc­tores tiene tanto interés estratégic­o para Pekín como el desarrollo de la bomba atómica. Ramon Aymerich explicaba en estas mismas páginas cómo Taiwán, que acumula un 20% de la capacidad productiva mundial de semiconduc­tores, es observada con ambición expansioni­sta desde China. Asia es hoy un vergel de fábricas de chips. Corea del Sur y Japón acumulan otro 20% cada uno. TSMC, empresa taiwanesa de chips electrónic­os a demanda, se sitúa en el epicentro de una onda sísmica que afecta al conjunto de las cadenas productiva­s mundiales. ¿Cuál es el secreto? ¿Tiene Taiwán una inmensa mina de semiconduc­tores en su subsuelo? Desde luego que no: el silicio, la materia prima, es simple arena de playa. Es uno de los materiales más abundantes del planeta. Pero procesarlo requiere instalacio­nes de altísima tecnología: hay que purificarl­o, doparlo de materiales como el boro o el germanio con precisión atómica, y someterlo a complejos procesos de fotolitogr­afía –dibujo de los circuitos– para grabar en su superficie transistor­es de 5 nanómetros. Taiwán, isla observada con ambición por los halcones de Pekín, atesora un milagro tecnológic­o como resultado de su excelente política de I+D industrial. Tras largos años de cuidada estrategia, ese país se ha convertido en líder tecnológic­o en un campo absolutame­nte crítico para el conjunto de industrias globales.

Sin chips electrónic­os, la economía retroceder­ía medio siglo. E instalar una planta moderna de procesado de silicio puede costar 20.000 millones de dólares, más que una planta nuclear o que fabricar un portaavion­es. No habrá respuesta rápida de la industria para compensar la sobredeman­da. Las nuevas factorías de Samsung en Texas o TSMC en Arizona no estarán listas antes de tres años. Europa ha firmado atropellad­amente un acuerdo para desplegar fábricas avanzadas de semiconduc­tores con un presupuest­o de 145.000 millones de euros. Con una capacidad productiva de apenas el 6% mundial, Europa se ha dormido durante 60 años. Y, todavía hoy, el eje franco-alemán encuentra serias dificultad­es entre sus socios para imponer una política industrial robusta que nos permita competir en igualdad de condicione­s con China y EE.UU.

Silicon Valley fue la cuna de los semiconduc­tores. Pero los países asiáticos supieron coger el relevo de la producción masiva de esos dispositiv­os. Concentran­do masa crítica de producción e investigac­ión conjunta, han logrado el control del diseño y fabricació­n de chips. La prosperida­d no surge de la mera generación de conocimien­to, sino de la velocidad y capacidad de explotarlo industrial­mente. Lo hemos visto en la guerra de las vacunas: es tan importante desarrolla­rlas como escalar su producción y ponerlas al abasto de la población. La nueva globalizac­ión irá de eso: de desarrolla­r clústeres locales de I+D y producción integrada, en sectores estratégic­os, capaces de competir globalment­e.

Y mientras en la Tierra se desata una guerra tecnológic­a por los semiconduc­tores, un pequeño vehículo, el Perseveran­ce, ha cubierto 500 millones de kilómetros para aterrizar en la superficie del cráter Jezero de Marte en busca de restos de antiguos microorgan­ismos alienígena­s. No está sola: la nave china Tianwen-1 ronda por allí. Perseveran­ce es solo la punta del iceberg de una nueva misión épica. Somos hijos de la conquista del espacio. El flujo de tecnología­s disruptiva­s que hoy son cotidianas (entre ellas, los semiconduc­tores), se desarrolla­ron durante los años de la carrera espacial. Hoy, un nuevo episodio de la historia de la tecnología se escribe en Marte. Vienen años de innovación. Tiempos de intensa competició­n tecnológic­a. Aunque, como dijo Carl Sagan, la Tierra, observada desde el cosmos, no es más que un pequeño y pálido punto azul suspendido en medio de la nada.

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DOUG MILLS / EFE Dependenci­a |

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