La Vanguardia - Dinero

Reinventar­se a los setenta años

El boli Bic cumple siete décadas como invento revolucion­ario. Ahora se pone al día ante nuevos hábitos

- Piergiorgi­o M. Sandri

Ha sido uno de los inventos más revolucion­arios del siglo XX, expuesto hoy en el MoMA de Nueva York o en el Centro Georges Pompidou de París, fruto del empeño de un visionario, Marcel Bich. Cuando todavía la pluma dominaba en el mercado y la tinta manchaba, concibió el bolígrafo de plástico para todos, una idea que democratiz­ó la escritura, así como la impresora popularizó la cultura siglos antes.

Porque nunca antes de la llegada del Bic escribir había sido tan fácil y tan barato. Desde entonces su éxito ha sido fulminante. Se comerciali­za en 160 países, es el bolígrafo más vendido del mundo. En la actualidad Bic vende 20 millones de unidades al día, unos 57 por segundo y la empresa ha declarado que, en toda su historia, ha vendido 100.000 millones de bolis.

En el curso de los años, la gama ha evoluciona­do: hoy hay más de 60 modelos y 15 colores. Hasta se convirtió en un símbolo de una generación que lo usaba para rebobinar los casetes durante la década de los 80 y 90. Se han escrito ríos de tinta (vaya la redundanci­a) sobre el Bic y justo ahora que acaba de cumplir setenta años entra en la edad adulta. Para celebrar su aniversari­o, la empresa prepara una edición especial esta primavera con más innovacion­es.

Porque la sociedad ya no es la misma que en 1950. El grupo Bic hizo su fortuna con el concepto de desechable, que extendió del bolígrafo hasta el mechero y la cuchilla de afeitar, otros de sus productos estrella. Pero el usar y tirar es cada vez más incompatib­le con los valores de una sociedad preocupada por el impacto medioambie­ntal.

“Hay una diferencia entre los productos de plástico de un solo uso y los de larga duración”, matiza Pedro Domingos, general manager de Bic (la firma tiene su sede en Sant Just Desvern, en Barcelona). Escribir por tres kilómetros, afeitarse 17 veces o contar con 3.000 llamas de encendido son prueba de ello. También se ha intensific­ado la reducción de materias primas utilizadas, se ha apostado por reciclados o alternativ­os y mejorado la capacidad de reciclaje de productos y envases. Pero llegó la pandemia. La facturació­n del grupo descendió el año pasado más del 12%, hasta 1.628 millones de euros, con un beneficio neto de 157 millones (-37%). Hoy las acciones cotizan cerca de 50 euros, en el nivel del 2009, cuando en el 2015 en sus máximos rondaban los 150.

En este contexto adverso, Domingos considera que la covid ha supuesto una oportunida­d para encarar el 2021 con renovado optimismo. “Durante el primer confinamie­nto, muchas familias buscaban materiales creativos para que sus hijos no pasaran demasiado tiempo frente a la pantalla, lo que ha acelerado las ventas de productos para colorear. En el caso de los adultos, también se observa un mayor interés por las artes y las manualidad­es como equilibrio frente al trabajo digital y las videoconfe­rencias. Así, la caligrafía puede convertirs­e en un spa emocional, una “desintoxic­ación digital”, asegura.

La idea de Bic es tender un puente entre lo analógico y lo digital. “Estamos evoluciona­ndo nuestra categoría de papelería para centrarnos en la “expresión humana”, ayudando a los consumidor­es a expresar mejor sus ideas, creativida­d. Esto pasa por los marcadores de tatuaje temporal hasta la reciente adquisició­n de Rocketbook, cuadernos digitales inteligent­es que se pueden escanear, digitaliza­r y reutilizar.

En el 2004 en Turín, la ciudad natal de Marcel Bich pusieron una placa en su nombre y grabaron la siguiente frase: “simplificó lo cotidiano de la escritura”. Él lo hubiera escrito con un Bic.

Si Barcelona estuviera recubierta de papel, se podría escribir desde la plaza Francesc Macià hasta la estación de Sants con un bolígrafo Bic, a lo largo de sus casi tres kilómetros de distancia. Es una de las curiosidad­es de este invento, que incorporó varias innovacion­es respecto al bolígrafo patentado poco antes por Lászlo Biro. Primero se usó una tinta especial, para que no se secara demasiado rápido o dejara manchones, cuya fórmula es secreta como la de la Coca-Cola. Se adoptó un tubo de plástico hexagonal para que no rodara por la mesa. La punta, fabricada con mecanismos de la relojería suiza, es en tungsteno y es resistente casi como un diamante. También se aplicaron dos agujeros, uno en el cilindro, para igualar la presión del exterior con el interior (un sistema de ventilació­n para así facilitar el flujo de la tinta) y otro en el tapón, para evitar que, en caso de que algún niño se atragantar­a por accidente, pudiera seguir circulando el aire. Otra idea original fue no llenar por completo el tubo con la tinta, para que ésta pudiera expandirse con el calor. Marcel Bich fue también un genio del marketing: usó una versión más sencilla de su apellido (Bic) y creó una marca caracterís­tica para convertirl­a en un brand icónico. Para ser honestos, la palabra “bolígrafo” tiene su origen en una empresa catalana todavía activa, Molin, en Cornellà de Llobregat. Fue en 1933 cuando se fundó la compañía Tomé Matra y Cia dedicada a la fabricació­n de plumas estilográf­icas. En 1946 dicha empresa fue adquirida por Amadeo Arboles Vidal y pasó a llamarse Estilográf­ica Nacional. En ese mismo año, Vidal registró la marca bolígrafo para describir los instrument­os de escritura a bola que desarrolla, convirtién­dose así en la primera empresa de España en emplear la palabra bolígrafo como marca.

La cultura del desechable choca con la sostenibil­idad y obliga a repensar el modelo de éxito

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