Más represión financiera
El temor a la inflación comienza a tomar cuerpo en EE.UU. y en Europa. El repunte del precio del petróleo, los cuellos de botellas por la falta de disponibilidad a nivel global de semiconductores, la escasez de contenedores para el tráfico marítimo y el alza de precio de las materias primas agrícolas empujan los precios al alza. Adicionalmente, en EE.UU. el nuevo plan de ayudas directas en tramitación supondrá un considerable aumento del consumo que, previsiblemente, provocará alzas en la inflación.
Tanto la Reserva Federal como el BCE llevan años intentando que la inflación se acerque a su objetivo del 2%, aunque había sido flexibilizado. Ahora ambos bancos centrales están dispuestos a considerar dicho nivel como una media durante un dilatado periodo de tiempo. Ello quiere decir que permitirán que la inflación se sitúe durante cierto tiempo en niveles superiores al 2% sin subir los tipos de interés.
Una vez más, los más perjudicados con esta situación serán los ahorradores e inversores más conservadores. Por un lado, la rentabilidad sin riesgo, entendiendo por tal la ofrecida por la letra del Tesoro a un año, seguirá siendo negativa durante un prolongado periodo de tiempo (-0,5%). Por otro lado, la inflación mermará el poder adquisitivo de los patrimonios mantenidos en liquidez o sin asumir riesgos.
Esta alteración artificial de los tipos de interés beneficia a los endeudados, que no ven incrementarse la carga financiera de su deuda. Sin embargo, aunque se repite hasta la saciedad que la inflación permite al deudor aliviar la carga de la deuda, eso no siempre es correcto. Solo será así siempre y cuando los ingresos del deudor aumenten en la misma proporción en que lo hace la inflación. De no ser así, la inflación puede provocar el impago de la deuda.
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