Cuando la humanidad trabajaba 15 horas
Suzman traza una historia del trabajo que muestra que no siempre fue sagrado ni conformaba la identidad
El fin del trabajo. Un sueño que parece hoy una pesadilla. La velocidad de crucero de la robotización, la inteligencia artificial y la conectividad amenazan millones de empleos. Y nuestra identidad personal y colectiva lleva mucho asociada a nuestro trabajo. Si no hay, ¿qué? ¿Quiénes seremos? Por cierto, ¿la humanidad siempre trabajó tanto?
El antropólogo sudafricano James Suzman dice en Trabajo. Una historia de cómo empleamos el tiempo que no. Que en las sociedades anteriores a la agricultura no se trabajaba más de 15 horas a la semana. Sociedades que han supuesto el 95% de la historia de nuestra especie. El trabajo no ocupaba entonces un lugar sagrado y aun así las comunidades cazadoras-recolectoras del África meridional, que subsistieron hasta la colonización europea, vivieron de forma muy sostenible, sin hambrunas habituales y con vidas más largas que sus sucesores, los agricultores. Para nada vivieron una lucha constante: sus necesidades materiales eran modestas. Tenían mucho tiempo libre por carecer de una gran cantidad de deseos agobiantes. La escasez, dice Suzman, no determinaba sus vidas, pese a que desde hace siglos sí defina la economía occidental. Todo evolucionó cuando hace diez mil años un cambio climático positivo impulsó en zonas como Mesopotamia la llegada de una agricultura que transformó las miradas al mundo, la manera de trabajar y la energía disponible. Incluidos el tiempo y el futuro, sin sentido en las sociedades anteriores, donde todo era circular.
Tras la agricultura, el ganado, su crianza y su obtención de beneficios fueron una nueva vuelta de tuerca: capital viene de kaput, cabeza (de ganado). La agricultura y la ganadería producirían excedentes para que nacieran las ciudades, donde la gente no tiene lazos familiares y los oficios se fusionan con la identidad. Y en las ciudades aparece el comercio, modo de acumular riqueza, poder y estatus, lejos de la subsistencia agraria, conformando de nuevo cómo y por qué se trabaja.
Llegarían la revolución industrial, el taylorismo, el fordismo, el consumo de masas... Y si Keynes creyó en 1930 que la productividad y la tecnología harían que hoy nadie trabajara más de 15 horas a la semana porque se habría superado el problema de la escasez, ya hemos superado los avances que predijo, pero trabajamos las horas de hace décadas. Y en Corea del Sur y Japón hay muertos por exceso de trabajo. La sociedad no está, asume, preparada para reclamar su pensión colectiva y, concluye, saber que la idea de trabajo es un artefacto de la revolución agrícola y las urbes y no de la naturaleza humana quizá facilitará imaginar futuros más sostenibles.