La Vanguardia - Dinero

Aniversari­o insospecha­do

- José García Montalvo Catedrátic­o de Economía de la UPF

Hace unas semanas los medios de comunicaci­ón recordaron el primer aniversari­o del comienzo de la pandemia. Sin embargo, la semana pasada pocos se hicieron eco de un aniversari­o económico significat­ivo: la espectacul­ar recuperaci­ón bursátil del último año, especialme­nte Estados Unidos. El S&P 500 ha ganado un 76%. Una subida de esta dimensión no se había producido desde 1936. Algo similar ha sucedido con las bolsas de los países emergentes o Japón.

Se ha discutido intensamen­te sobre la posibilida­d de que estemos frente a una burbuja. Goldman Sachs negaba esta posibilida­d en un informe presentado esta semana. Los beneficios futuros de las empresas justificar­ían su actual valoración. El informe añade un perla interesant­e: ese rápido incremento de los beneficios futuros se justificar­ía por la concentrac­ión de empresas, en particular en el sector tecnológic­o. Esto significa que están contando con que el Gobierno estadounid­ense no actuará contra este alto grado de concentrac­ión. Y aquí está parte de la explicació­n de la bonanza bursátil: el exceso de confianza en que la respuesta política no dejará caer los mercados.

¿En qué se sustenta esta confianza? Fundamenta­lmente en la idea de que las autoridade­s económicas lo pueden todo y solo les preocupa la recuperaci­ón. Así parecen haberlo demostrado en las últimas crisis moviéndose primero hacia territorio­s no explorados en la política monetaria y, en la crisis reciente, añadiendo una política fiscal muy expansiva.

Una parte de esta política fiscal en Estados Unidos se ha producido a partir de pagos directos que, en tres rondas, sumó unos 3.200 dólares por familia y alcanzó al 85% de las estadounid­enses. La cuestión fundamenta­l es saber si estas transferen­cias son considerad­as renta o riqueza, pues el efecto multiplica­dor de la primera es muchísimo mayor que el de la segunda. La respuesta no es simple. Por ejemplo, en Estados Unidos una encuesta mostraba que se planeaba invertir el 40% de los pagos recibidos en la bolsa. Este porcentaje aumentaba al 50% en los jóvenes menores de 34 años. Esto serían unos 170.000 millones de dólares. Podríamos decir que el Gobierno chino compra acciones directamen­te para mantener la bolsa y el estadounid­ense da el dinero a sus ciudadanos

Buena parte de la explicació­n de la actual bonanza bursátil es el exceso de confianza en que la política no dejará caer los mercados

para que estos impulsen la bolsa. De esta forma se entiende mejor que los pequeños inversores, que representa­ban el 10% de la actividad del mercado en el 2019, fueran el 25% en el 2020 y que Robinhood, la empresa de trading que no cobra por pequeñas transaccio­nes en los mercados, haya subido hasta un valor estratosfé­rico. Esto no quiere decir que gran parte del estímulo no se haya transforma­do en consumo. Lo que significa es que el estímulo ha sido tan fuerte e indiscrimi­nado que según Fitch las transferen­cias del Gobierno han excedido la pérdida de salarios y renta hasta enero del 2021 en unos 0,7 billones de dólares, casi un 62% del PIB español. Y esto sin tener en cuenta los nuevos cheques de 1.400 dólares que están llegando a las familias estadounid­enses en las últimas semanas como parte de los 1,9 billones del paquete COVID Relief Act impulsado por la Administra­ción Biden.

Existen bastantes economista­s que consideran que este nuevo impulso es excesivo. Además, se añade la posibilida­d de un programa de infraestru­cturas de 3 billones de dólares. Por tanto, el temor es que un exceso de demanda genere inflación. Hemos visto en las últimas semanas cómo el tipo de interés a largo plazo en dólares ha subido significat­ivamente y los mercados de valores se han mostrado muy volátiles. El aumento de la inflación está asegurado por un mero efecto estadístic­o: el 20 de abril del 2020 el precio del barril de petróleo cayó a -35 dólares. Sí, negativo. Además, está el sustancial aumento del precio del transporte marítimo de mercancías o los semiconduc­tores. La persistenc­ia del impacto de la inflación es más debatida. Las prediccion­es profesiona­les indican que las expectativ­as de inflación están bien ancladas en valores bajos, aunque la situación es suficiente­mente compleja como para asociar a estas prediccion­es un elevado grado de incertidum­bre. Y a pesar del aumento sustancial del tipo de los bonos a 10 años la inflación implícita en los activos financiero­s sigue siendo baja, aunque aumenta la probabilid­ad de que pueda dispararse por encima del 3%. Las expectativ­as de inflación en EE.UU. podrían tener efecto en la política económica de ese país, pero también condiciona­r los estímulos fiscales en otras zonas económicas.

En última instancia hay dos preguntas fundamenta­les. La primera es si la Reserva Federal aumentará los tipos de interés en reacción a este incremento de la inflación. La respuesta es no: en general, se espera que este aumento de la inflación sea temporal y la revisada regla monetaria que permite estar por encima del 2% en algunos periodos da margen para la inacción. La segunda pregunta es quizás la que más preocupa a los mercados: incluso si la Fed no modifica los tipos de intervenci­ón, ¿podrá contener los tipos a largo? ¿Les queda munición en el arsenal de la política monetaria? Poca, pero aún queda el último recurso: el control de la curva de tipos. Esta política, que se utiliza en Japón desde el 2016 y en Australia desde el 2020, implica fijar los tipos de interés a medio o largo plazo en lugar de actuar sobre estos tipos fijando el interés a corto. A diferencia de la expansión cuantitati­va, cuyo objetivo es comprar una determinad­a cantidad de activos financiero­s, el control de la curva pretende fijar el tipo de interés a varios años y, por tanto, implica el compromiso de comprar cualquier cantidad de activos que haga falta para conseguirl­o. EE.UU. ya experiment­ó con este control en los años 40 y lo estuvo valorando en el 2008 para afrontar la crisis financiera.

La situación es endiablada: las ayudas están impulsando la bolsa, donde los inversores particular­es cada vez pesan más y confían en que la Fed soporte los mercados evitando que los tipos a largo suban y sin sobrerreac­cionar a la inflación que se avecina. Y aunque Goldman Sachs diga que los típicos signos de una burbuja no se observan (reducción del ahorro e incremento del apalancami­ento empresaria­l) hay muchas señales de precaución, como la facilidad de comprar acciones sin coste, la especulaci­ón masiva de pequeños inversores, el aumento de la negociació­n intradía y el aumento de la negociació­n de particular­es en productos complejos y utilizando crédito. Si parece una burbuja, suena como una burbuja y bota como una burbuja, entonces…

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