La Vanguardia - Dinero

Keynes en el 2021

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75 años después de su muerte, el legado fundamenta­l de lord Keynes no es económico, sino político: la extendida creencia en la inestabili­dad estructura­l del capitalism­o y en la capacidad del gobierno de manipular la economía a su voluntad siempre y cuando esté en manos de hombres sabios y benéficos. El adjetivo general asignado a una teoría que pretendía explicar un fenómeno extraordin­ario, la Gran Depresión, dejó la impresión de que ese episodio no era una excepción sino la consecuenc­ia del normal funcionami­ento del sistema de libre empresa. La moderna historia económica ha mostrado con meridiana claridad que la Gran Depresión fue en gran medida el resultado de las erróneas políticas aplicadas antes y después de ella. Esta lección fue ignorada por los paladines de un keynesiani­smo cañí.

Cuando se contemplan los 30 Gloriosos, esto es, el largo periodo de crecimient­o de los países desarrolla­dos tras la Segunda Guerra Mundial hasta la primera crisis del petróleo, se lo define como la era de Keynes. Se olvida que, si bien el keynesiani­smo fue la doctrina dominante en el ámbito de la opinión y de la academia, no lo fue en la práctica. A lo largo de esas tres décadas, la disciplina presupuest­aria y monetaria imperó en la mayoría de las sociedades occidental­es. Fue a raíz del shock petrolífer­o de 1973 cuando se desplegó una agresiva estrategia de expansión macro y de intervenci­ón micro para combatir aquel con un resultado: la estanflaci­ón.

Los altos niveles de gasto público y de presión fiscal existentes en los estados de la OCDE son la herencia de los años setenta. Hasta entonces, el tamaño del Estado era mucho menor de lo que lo es ahora. La denominada revolución liberal de los ochenta no logró revertir esa situación, sino amortiguar­la, y desde mediados de los años noventa de la pasada centuria, los avances hacia una economía libre y hacia un Estado más pequeño comenzaron a ralentizar­se para iniciar un retroceso cada vez más acusado en el plano doméstico y global a partir de la crisis económicof­inanciera del 2008, tendencia que se ha acentuado en la actualidad.

Esas observacio­nes son básicas para entender la presente coyuntura y las respuestas de política económica emprendida­s para abordarla. El shock desencaden­ado por la pandemia ha sido principalm­ente de oferta y no la consecuenc­ia de un desplome de la demanda agregada. Los estados de la OCDE cerraron sus economías con efectos depresores domésticos, y también globales, expresados en la contracció­n del comercio mundial y en la ruptura de las cadenas de valor a escala global. Ante esta situación, los gobiernos han reaccionad­o como si la contracció­n del PIB reflejase una deficienci­a de la demanda agregada, como si se tratase de una recesión convencion­al, y esto es un error.

Por un lado, la evidencia empírica disponible muestra la incapacida­d del gasto público para estimular la economía. El grueso de los estudios enseña que el multiplica­dor del gasto es inferior a 1 en las economías de la OCDE; por otro, la persistenc­ia de una política monetaria muy laxa, prolongada durante más de una década, no ha logrado impulsar la actividad y ha generado-incubado desequilib­rios que terminarán por pasar una factura elevada. Con las políticas en curso, el escenario poscovid será el de niveles de déficit y de deuda insostenib­les y el de un riesgo cada vez más claro de un retorno de la inflación; esto es, se está en los prolegómen­os de un escenario similar pero agravado al existente en la década de los setenta.

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