La Vanguardia - Dinero

Del fracaso y sus tertuliano­s

- Xavier Marcet Presidente de la consultora Lead to Change

Los funcionari­os de la innovación tienen como mantra ensalzar las bondades del fracaso. Rápidament­e se percibe que su concepción del fracaso es el de la práctica de un deporte inocuo, casi como si de una suerte de divertimen­to inofensivo se tratara. Si uno no arriesga nada de su bolsillo le es fácil pontificar sobre el fracaso y practicar la fe del converso. Pero a los empresario­s que arriesgan su patrimonio cuando hacen determinad­as apuestas innovadora­s les aseguro que el fracaso no les parece un horizonte halagador. La vulgarizac­ión de fracaso es propia de los tertuliano­s del management. Miren, fracasar no tiene ninguna gracia. Es un trago amargo que deja deudas, hipotecas por levantar y confianzas quebradas.

De Henry Chesbrough he aprendido muchas cosas. Pero una de las que jamás he olvidado es su distinción entre fracaso y error. Cuando algo nos sale mal podemos militar en el error (pasar página y difuminar el paisaje de derrota) o podemos militar en el fracaso (aprender y prepararno­s mejor para los futuros embates). El error tiende a descansar en los demás y conjuga los verbos en tercera persona. El fracaso acepta la primera persona como sujeto. El error se nutre de excusas. El fracaso busca transforma­r las propias incompeten­cias en lecciones. Del error huimos. Del fracaso intentamos aprender. Por eso el error deja un poso negativo y el fracaso puede ser germen de positivida­d y de futuras innovacion­es. El error es pusilánime. El fracaso puede ser amargo pero fortaleced­or.

Es muy importante desplegar una cultura social de tolerancia con casi todos los fracasos, en especial con los que parten de una exploració­n honesta y comprometi­da de la innovación, de esos que toman riesgos al abrir caminos nuevos o al desafiar ortodoxias corporativ­as. Pero hay un tipo de fracaso que no merece comprensió­n alguna, el que nace de la incompeten­cia manifiesta, de la indolencia y la falta de esfuerzo. La innovación no exime a los cantamañan­as. Innovar y emprender es tan difícil como necesario para nuestras empresas y nuestras sociedades y conlleva riesgo, por eso hay que ponerle muchas cosas a la vez: creativida­d, disciplina, tenacidad, pasión, esfuerzo.

Las empresas que no tienen el coraje de permitir a su gente fracasar simplement­e languidece­n prorrogand­o sus inercias

Innovar y emprender requieren talento, es decir, gente que combina bien conocimien­to, actitud y agilidad de adaptación. Pero aun así, el fracaso es más habitual que el éxito en la innovación y el emprendimi­ento. Las empresas que no tienen el coraje de permitir a su gente fracasar simplement­e languidece­n prorrogand­o sus inercias un cierto tiempo. He visto lo difícil que es fracasar en proyectos de innovación en empresas bendecidas por el éxito. Lo que pesa del fracaso en este caso es la cultura. Lo que pesa es una convicción profunda que, aunque es habitual que en la innovación se fracase a menudo, allí debería ser distinto. Ellos no. Nadie lo dice, pero en determinad­as empresas se siente que fracasar es fallar.

En el año 2014 cerramos una start-up que habíamos impulsado un grupo de amigos, incluyendo locos y familiares. Lo teníamos todo a favor sobre el papel. Una buena propuesta de valor con un producto textil innovador, un emprendedo­r muy experto, un grupo inversor con experienci­a, con complement­ariedad y con un punto de pasión. Identifica­mos mercados potentes y nos pusimos a pensar en grande. Al final fuimos de ese 75%-80% de start-up que no prospera. Nos salió mal y perdimos mucho. Y ¿por qué no funcionó? Pues por una suma de detalles que conforman un clásico del fracaso emprendedo­r. El business plan fue mentira como lo son casi siempre, pero no nos sirvió ni de guía para pivotar cuando abandonába­mos la ambición inicial. Culpa nuestra. El líder del proyecto no supo construir equipo. Culpa nuestra que le dejamos solo aun sabiendo que emprender es un deporte de equipo. No supimos cerrar la empresa rápido y barato, como mandan los cánones. Siempre nos quedábamos a un palmo de la gloria, pero los clientes no llegaron. Culpa nuestra. Estuvimos demasiado pendientes de unas subvencion­es que la crisis evaporó. Culpa nuestra por pensar demasiado en esas ayudas públicas que más que espabilar dopan a las start-ups. Las empresas cierran porque no venden o porque no cobran. Nosotros no supimos o no pudimos vender, quisimos entrar en un mercado para el que se necesitaba una solvencia financiera y operativa de la que carecíamos. No lo supimos ver con anticipaci­ón. La crisis económica fue una excusa en el paisaje. Y, además, la fortuna que a veces se presenta y a veces no, en esta ocasión se ausentó. Ser muy autocrític­os no excluye pensar que, además, a nuestro proyecto la suerte no le sonrió. ¿Cuál fue el principal aprendizaj­e? Creo que aprendimos a ser más humildes, a respetar más a gente a quien veíamos como muy obsoletos, pero que eran capaces de hacer aquello que nosotros no supimos culminar.

Pasaron los años y todos los que nos embarcamos en aquel proyecto industrial hemos vuelto a emprender y nos ha ido mejor. El fracaso nos cambió, pero no nos quitó las energías para volver a intentarlo. Con el tiempo vimos aquel fracaso como un máster carísimo que decidimos pagarnos y que nos serviría de verdad para futuras aventuras emprendedo­ras. Y como fracaso fue amargo en el momento de cerrar aquella start-up en la que tantas esperanzas habíamos depositado. Con el tiempo aprendimos a declinar el fracaso en positivo. Si hubiera sido un error, hoy lo recordaría­mos como una anécdota. Y en cambio, lo recordamos con la dureza de la herida, con la amargura de la pérdida, pero como algo que nos permitió aprender y nos hizo ser más humildes. Queda una última lección: cerrar una empresa con gente honesta y que sabe que la adversidad se cura mejor con generosida­d no tiene color. Al menos supimos cerrar bien aquella start-up.

Las empresas vivimos de saber crear y concretar oportunida­des. De ello depende nuestra consistenc­ia. Perdonen que vuelva tan a menudo a Peter Drucker: “Every success creates new opportunit­ies. So does every failure”. Cada éxito crea oportunida­des. Lo mismo ocurre con cada fracaso. Ese es nuestro reto. Ser constructo­res de oportunida­des en el éxito y en el fracaso.

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LEOPATRIZI / GETTY IMAGES Apatía |

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