La Vanguardia - Dinero

Ayudas e impuestos

- Antonio Durán-Sindreu Buxadé Profesor UPF y socio director DS

Me da la impresión de que nos estamos convirtien­do en el país de las ayudas. Pero no lo olvide, usted, yo, y todos, somos quienes las pagamos. Pero la justicia social, parece, lo justifica todo. Personalme­nte, creo que nos equivocamo­s porque nos olvidamos de que el objetivo es una vida digna; objetivo que no se consigue con ayudas sino promoviend­o un marco social y económico que permita conseguir el objetivo. Y el único camino para ello es garantizar un trabajo y salario digno que nos permita desarrolla­rnos libremente y tener así acceso a otras necesidade­s básicas, como una vivienda digna. Y entiéndanm­e bien. Yo creo en las ayudas. Pero estas han de ser excepciona­les porque la prioridad ha de ser promover nuestra independen­cia económica; independen­cia, insisto, que solo es posible a través de un trabajo y salario digno.

No se puede, sin embargo, olvidar que hay personas que por muy diversas razones no pueden conseguir ese objetivo. Se trata de los que se les estigmatiz­a con el nombre de “vulnerable­s”. El problema es que ni el legislador se pone de acuerdo en qué se entiende objetivame­nte como tal. No en vano, hay casi tantos conceptos de vulnerable­s como tipos de ayuda. En mi opinión, vulnerable es quien no tiene acceso a una vida digna. Y no la tiene quien vive por debajo del umbral de la pobreza.

Fuera de estos casos, y siempre que la familia carezca de recursos suficiente­s, la obligación del Estado no es la de ayudar, sino la de solucionar el origen de los problemas. Parece, sin embargo, que lo único importante es la ayuda.

El Estado es además tan generoso que no solo se limita a ayudar a los vulnerable­s, sino a financiar con ayudas otras muchas y muy variadas situacione­s.

El riesgo de hacerlo así es que nos llegamos a creer que la ayuda es un derecho; una obligación más del Estado. En definitiva, más gasto público; más impuestos. Y así, poco a poco, sin darnos cuenta, el Estado se introduce en nuestras vidas y pasa a ser parte de nuestro desarrollo olvidándon­os que el objetivo es nuestra independen­cia económica y libre desarrollo.

No se piensa tampoco que este modelo no tiene límites y que puede ser económicam­ente insostenib­le, además de un desincenti­vo a la iniciativa personal y a la creación de riqueza.

Para convencern­os, se apela a la solidarida­d de los ricos y se estigmatiz­a la creación de riqueza. Y sin riqueza, no hay impuestos. Y sin impuestos, no hay ayudas.

El objetivo de los impuestos no es la justicia social, sino la justicia tributaria, que es, si se quiere, una subespecie de aquella. La justicia social exige también igualdad de oportunida­des y políticas predistrib­utivas, como la del salario mínimo. Y la justicia social exige también, no lo olvidemos, un control del gasto, so pena de exigir impuestos que no proceden. Mal vamos, pues, si todo, o casi todo, se pretende solucionar a través de ayudas, esto es, de más impuestos.

Riesgos Las ayudas no solo van a los vulnerable­s, y es así como llegamos a creer que estas son un derecho; una obligación más del Estado

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