La Vanguardia - Dinero

Lula uno, dos y tres

Un ‘conflicto de distribuci­ón’ a la brasileña puso fin a la era dorada lulista vivida entre el 2003 y el 2014

- Andy Robinson

Bajo los dos gobiernos de Lula entre el 2003 y el 2011, el crecimient­o anual medio del PIB brasileño fue del 4,5%, el más alto desde los años del milagro económico en los sesenta y setenta. El salario mínimo subía un 5% al año, el desempleo se desplomó, la economía sumergida también, y unos 40 millones de personas salieron de la pobreza.

Los gobiernos Lula 1 y 2 cuadraron muchos círculos. La incorporac­ión de millones de familias de renta baja al mercado de productos básicos, desde televisore­s hasta neveras y motos, generó un ciclo virtuoso que impulsaba el crecimient­o económico. Aunque la aportación de los salarios al PIB brasileño subió del 40% al 45%, la inversión privada creció más del 12% al año. El gasto público subía un 5% al año, pero la deuda del gobierno federal cayó hasta un mínimo histórico inferior al 50% del PIB.

Esta relación sinérgica entre la inversión pública y privada y entre la redistribu­ción de la renta y el crecimient­o económico convirtió a Brasil en el modelo latinoamer­icano más citado de la nueva heterodoxi­a postneolib­eral. Dilma Rousseff, que sustituyó a Lula en la presidenci­a en el 2011, hablaba de un proyecto roosevelti­ano. Pero Brasil recordaba más el éxito occidental de la posguerra. “El crecimient­o equitativo en Europa y EE.UU. tras la Segunda Guerra Mundial suele conocerse como la era de oro”, dijo Ricardo Summa, economista de la Universida­d Federal de Río de Janeiro. “Con Lula fue una era dorada también, pero muy breve”.

¿Por qué tan breve? Algunos economista­s achacan el colapso del modelo en el 2015 –el inicio de un largo estancamie­nto económico que dura hasta hoy en Brasil– al fin del llamado superciclo de materias primas, que había inflado los precios de productos básicos como el petróleo, la soja y el hierro. De ahí un mayor afán en el actual programa Lula 3 por reducir la dependenci­a del sector agroindust­rial –el mas dinámico de la economía– y revertir la desindustr­ialización tras una caída de la producción industrial del 36% al 11% del PIB desde 1985.

Hay algún indicio de que Lula pretende repetir el esfuerzo de Rousseff por aliarse con la poderosa Federación Industrial de São Paulo (Fiesp), enfrentada, en teoría, a los bancos y los grandes productore­s agro. Lula quiere también aprovechar el nuevo bloque de gobiernos de izquierdas –de Bogotá a Buenos Aires– para reconstrui­r los mercados regionales para la exportació­n manufactur­era. Acaba de anunciarse el relanzamie­nto del proyecto de integració­n sudamerica­na Unasur.

Fuertes presiones políticas, jurídicas y mediáticas forzaron un recorte draconiano de la inversión pública

El contrataqu­e acabó sumando a las clases medias, con grandes manifestac­iones contra Lula y Rousseff

Pero para otros economista­s el colapso del modelo de crecimient­o de los primeros gobiernos de Lula poco tiene que ver con la dependenci­a de las materias primas. Se trata de un ejemplo clásico del conflicto de distribuci­ón –según el concepto del economista keynesiano de entre guerras Michal Kalecki–. El conflicto ocurre cuando las elites empresaria­les unen fuerzas para revertir las conquistas laborales y sociales aunque estas hayan sido necesarias para garantizar el crecimient­o sin crisis de demanda.

En el caso brasileño no hubo huelga de inversión, como en el ejemplo clásico del polaco Kalecki, sino que se ejercieron fuertes presiones políticas, jurídicas y mediáticas que forzaron al Gobierno de Rousseff a cometer una suerte de harakiri: políticas contraprod­ucentes de austeridad y un recorte draconiano de la inversión pública.

El contrataqu­e contaba con “parte de la clase media furiosa por las subidas del coste de servicios como el empleo doméstico”, explica Summa. De ahí las megamanife­staciones en Río y São Paulo a partir de 2013 que exigieron –y lograron– el encarcelam­iento de Lula y la destitució­n de Rousseff.

Para más inri de los desarrolli­stas confiados en el apoyo del capital industrial al proyecto del PT, un enorme pato hinchable se convirtió en el icono de las manifestac­iones. Fue el regalo del Fiesp al movimiento de protesta.l

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