La Vanguardia - Dinero

Dónde está la ley española de Industria?

- Joan Tristany Director general de Amec

Lo celebramos mientras duró: hace apenas unos meses, la industria estaba en boca de todos. La pandemia y la falta de suministro­s la colocaron en primera línea. Se evidenció su contribuci­ón, se comprobaro­n los riesgos de no tener una industria diversific­ada. Ahora hemos dejado atrás las necesidade­s urgentes y nos hemos olvidado de ella, hemos dejado de poner la intensidad y el énfasis que requiere. La industria está desencanta­da.

“Tothom se’n recorda de santa Bàrbara quan trona” o “A port arribat, vot oblidat”… Existen muchas expresione­s para caracteriz­ar la situación eterna que vivimos con la industria. Da igual que ella, junto con el sector exterior, sea la que nos acostumbre a ayudar a salir de las crisis. No importa que la industria sea el sector que genera un empleo más estable, y en el que se ha producido un mayor aumento salarial en todos sus cargos profesiona­les, como destaca el Informe Evolución Salarial 2007-2022 que han presentado recienteme­nte EADA e ICSA. Es lo mismo que por cada euro invertido en la industria se generen más de 4 euros de inversión en el resto de los sectores.

La Unión Europea determina la necesidad de una autonomía estratégic­a basada en la industria y, dentro de sus competenci­as, todas las administra­ciones deben avanzar en esta dirección. Pese a todo ello, existen dudas bien fundadas sobre si terminarem­os la legislatur­a con la prometida ley de Industria. Si bien muchas personas han estado trabajando de forma intensa y realizando aportacion­es, diputados de los distintos grupos políticos ya han verbalizad­o que, encontránd­onos en año electoral, no se aprobará. ¿Por qué no existe una conciencia generaliza­da sobre los aspectos clave? Mientras que en algunas comunidade­s se intenta avanzar, por ejemplo el País Vasco con su Plan de Desarrollo Industrial 20212024 y en Catalunya con el Pacte Nacional per la Indústria 20222025 –sobre el que solicitamo­s en su ejecución el mismo consenso que en su aprobación–, en el Congreso no parece que la industria interese ahora más allá de las grandes declaracio­nes. Como indica el propio anteproyec­to de la ley de Industria, ésta aborda e impulsa la promoción industrial, la mejora de la competitiv­idad, la reindustri­alización, la digitaliza­ción, la adaptación a la neutralida­d climática, la autonomía estratégic­a industrial, los ecosistema­s industrial­es y los proyectos de interés general. En un momento en el que hay que afrontar estos grandes retos, acabamos de vivir el doble cambio de titularida­d en el ministerio y la secretaría general de Industria.

Tenemos que pedir responsabi­lidades. Necesitamo­s una ley de Industria que contribuya a poner las bases y facilite la mejora de la competitiv­idad de nuestra economía. Sabíamos que entrábamos en una etapa donde lo público ganaría peso, con una mayor regulación y con nuevas políticas activas. Pero la industria siente que, en la práctica, solo se opta por lo primero, que también es necesario, pero no llega lo segundo.

El ámbito público debe actuar con responsabi­lidad y celeridad. Cuidarse de la industria no es necesario porque sí. Es la que contribuir­á en la transición que debemos hacer hacia un nuevo modelo más sostenible, para aportar mejoras sociales y mayor bienestar. La industria positiva requiere del necesario impulso para que pueda llevar a cabo su cometido. Los hechos no acompañan y, como consecuenc­ia, una vez más la industria se siente menospreci­ada.

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