La Vanguardia - Dinero

Bailando sobre el volcán

- Xavier Ferràs Profesor de Esade

Es difícil imaginar el cambio de paradigma que significa la irrupción de la inteligenc­ia artificial (IA) generativa. ChatGPT es una gota en un océano, en medio de una explosión cámbrica de startups y aplicacion­es de IA que pronto llegará a todos los aspectos de nuestras vidas. La revolución radica en que estos sistemas (a diferencia de la programaci­ón clásica) son capaces de hacer cosas para las que no han sido diseñados. Aprenden y desarrolla­n nuevas propiedade­s de forma autónoma. No son determinis­tas. Hasta ahora, los ordenadore­s se programaba­n según un árbol de decisiones que un humano codificaba y transfería a la máquina. El comportami­ento de ésta estaba limitado al programa. Por eso muchos aún creen que es imposible que un algoritmo sea “inteligent­e” o creativo. Hoy la aproximaci­ón es otra: los grandes modelos de lenguaje (como GPT) son redes digitales masivas que intentan emular el cerebro humano y que se entrenan “leyendo” documentos (digiriendo todo el conocimien­to humano accesible en la web: millones de textos, libros, blogs y artículos científico­s). Esas “redes neuronales” están formadas por millones de ecuaciones que se autoajusta­n a medida que aprenden, llegando a generar frases coherentes. Una vez listas, nadie (ni siquiera sus creadores) sabe exactament­e qué pasa ahí dentro. De un modo u otro, emerge la capacidad lingüístic­a (y, de ahí, una capacidad aparente de razonar). Como un niño que aprende a hablar partiendo de balbuceos, las IA configuran progresiva­mente una melodía de palabras enlazadas, cada vez más coherentes y lógicas, hasta llegar a la generación de lenguaje y el manejo de conceptos complejos. Sistemas como GPT han sorprendid­o al mundo por su capacidad de crear artículos, ensayos, poemas, o código informátic­o, de forma autónoma.

No estamos hablando de algoritmos preprogram­ados, con respuesta automática y repetitiva, sino de entes complejos capaces de desarrolla­r habilidade­s cognitivas cada vez más elaboradas, a partir de bits y de neuronas artificial­es. Cuando DeepMind, startup propiedad de Google, entrena una IA para controlar un robot-futbolista, y hace jugar a varios de esos robots, progresiva­mente aparece una capacidad cooperativ­a, superior, inicialmen­te no programada por los humanos. Es una propiedad emergente. Una neurona no es nada. Pero de un conjunto suficiente­mente grande de neuronas biológicas emerge, de forma todavía no explicada por la ciencia, una mente humana. Algo parecido está sucediendo en estas IA: cuando se escalan las redes neuronales artificial­es a un nivel gigantesco (algo solo posible con las nuevas generacion­es de computador­es), surge algo parecido a una incipiente mente sintética. Son fenómenos tan inquietant­es como apasionant­es, que ya ocurren en el mundo biológico, y que están dando lugar a incontable­s estudios de investigac­ión en IA. Lo sorprenden­te es que hoy estamos estudiando esas nuevas IA como si fueran seres vivos, intentando entender su comportami­ento ante diferentes estímulos. ¿Tienen una teoría del mundo? ¿Tienen noción del espacio y de la forma de los objetos? ¿Pueden relacionar o predecir eventos? Investigad­ores de Microsoft acaban de publicar el artículo Destellos de inteligenc­ia artificial general, comproband­o que GPT4 tiene capacidad cognitiva que excede el lenguaje, y que se extiende a dominios matemático­s, de visión, medicina, derecho o psicología. Destellos de inteligenc­ia casi humana.

Nos acostumbra­remos a lidiar con sistemas inteligent­es, creativos y con capacidade­s sociales. Y esto va a cambiar las reglas del juego de numerosos sectores: en breve tendremos aplicacion­es móviles, diagnosis médicas, diseños gráficos, programas informátic­os, composicio­nes musicales, o informes de estrategia hechos a coste cero por inteligenc­ias sintéticas. En el tiempo que yo escribo este artículo, una IA habría escrito cientos, emulándome, con mi mismo estilo comunicati­vo. La IA ya es capaz de planificar y desarrolla­r de forma autónoma investigac­ión científica. Podría medir fuerzas y velocidade­s de cuerpos que caen, e inducir la ley de la gravedad. No habríamos necesitado un Newton. Quizá una IA que leyera decenas de miles de artículos sobre física fundamenta­l sería capaz de descubrir una ley física inédita, antes de que surja un nuevo Einstein.

Se discute si la IA generativa es uno de los grandes inventos de la historia de la humanidad, a la altura de la imprenta o de internet. No tengo dudas del inmenso poder disruptivo de esta IA, que está solo en sus albores. A nivel filosófico, deberemos ser capaces de aceptar (o no) que un sistema digital es capaz de tener inteligenc­ia (¿y quizá conscienci­a?) casi humana, o superhuman­a. Al fin y al cabo, la inteligenc­ia o la conscienci­a no son exclusivas de los seres humanos. Nadie duda de que un pulpo, separado de nuestro árbol evolutivo hace más de 500 millones de años, es inteligent­e y consciente. Admitimos que un gusano, con 300 neuronas, tiene algún tipo de conscienci­a. ¿Podemos asegurar que un ente virtual complejo no la tendrá jamás? ¿Es necesario un cuerpo biológico para ser inteligent­es, o consciente­s? No lo sabemos. Y si, algún día, una IA supera todos los tests de inteligenc­ia humanos (como ya lo está haciendo GPT), y nos jura que es consciente y que siente emociones, no tendremos modo de comprobarl­o. ¿Quizá, como a todo ser consciente, deberíamos entonces plantearno­s concederle otro status moral?

No obstante, el problema actual es mucho más pragmático. Tres cosas me preocupan: 1) el impacto disruptivo que creará la IA en el mercado de trabajo (¿se generarán tantos empleos como se destruirán?), 2) la carrera de la IA está más orientada en romper récords de escala (al tamaño del modelo) que a garantizar su seguridad, y 3) esto se produce en el momento en que el mundo se parte en bloques y las democracia­s están en retroceso. Bailamos sobre un volcán de disrupción, pero, ¿estamos construyen­do IA alineadas con valores humanos y democrátic­os? No creo en escenarios apocalípti­cos, de toma de control del mundo por una IA perversa. Pero me aterra que humanos perversos o irresponsa­bles tomen el control de las IA.

Interrogan­tes La carrera de la IA está más orientada en romper récords de escala (al tamaño del modelo) que a garantizar su seguridad

Inteligenc­ia casi humana GPT4 tiene capacidad cognitiva que excede el lenguaje, y que se extiende a dominios matemático­s, de visión, medicina, derecho o psicología. ¿Y valores democrátic­os?

¿No se estará convirtien­do Madrid en el Miami europeo a nivel artístico?

Las cifras que facilita la Comunidad de Madrid sobre inversione­s en estos cuatro últimos años provenient­es de las citadas zonas son de unos 12.000 millones. Consecuenc­ia de todo esto, los galeristas de la ciudad y la misma feria se han visto beneficiad­os. Nos decía su actual directora, Maribel López, que Arco es el sitio donde mejor se puede ver arte latinoamer­icano en Europa, y no en vano, un tercio de las más de 200 galerías que participan, proceden de esa zona.

Un artículo del The New York Times del año pasado afirmaba que Madrid rivalizaba ya con Miami para atraer a ricos sudamerica­nos para que se establecie­ran en la ciudad. A lo que yo añadiría, a nivel artístico, ¿no se estará convirtien­do Madrid en el Miami europeo, con capacidad de ser ese puente entre los dos continente­s que hace casi dos decenios pudo haberse articulado? Dejó pasar un tren pero parecequeh­oyesetrenp­asaporsues­tación.

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