La Vanguardia - Dinero

Los otros canales de Suez

- Josep Maria Ganyet Etnógrafo digital

Durante la pandemia cursamos dos másteres a la vez: uno de transforma­ción digital y otro de cadenas de suministro. El primero, todos en todo momento en nuestras pantallas amigas con incontable­s videoconfe­rencias, lecciones escolares y maratones de series. Al terminar nos miramos y aún nos gustamos bastante. El de cadenas se suministro lo hicimos en las pantallas de Amazon, en las estantería­s de las tiendas y en esos carritos de supermerca­do llenos hasta arriba de paquetes de papel higiénico y de aceite. El examen de marzo del 2021 no fue fácil: Ever Given, un barco de contenedor­es, bloqueó el tráfico marítimo del canal de Suez durante una semana y formó una cola de 369 barcos detrás. La asegurador­a alemana Allianz estimó el descalabro económico de 6.000 a 10.000 millones de dólares por semana. Cuando terminamos este máster nos miramos y no nos gustamos tanto.

Resulta que un 10% del comercio global pasa por los 193 kilómetros del canal de Suez, que Lloyd’s estima en 9.600 millones diarios, 5.100 provenient­es de Asia y con destino a Europa. Tenemos la distribuci­ón descompens­ada. Descubrimo­s que el sistema de transporte de mercancías no era solo un sistema global muy complejo sino que era también muy frágil por culpa de varios cuellos de botella; un aleteo de mariposa en Suez provoca una gripe en Wall Street. Esa fatídica semana lo único que circuló fueron los memes sobre el Ever Given embarranca­do.

Uno de los bienes que no circuló fue el petróleo del siglo XXI: los chips. La analogía es curiosa y se sostiene hasta cierto punto. De la misma forma que el petróleo impulsó la segunda revolución industrial, la de la electricid­ad, el ferrocarri­l y el Ford T, el silicio impulsó la tercera, la de la digitaliza­ción y de los ordenadore­s, y la cuarta en la que nos encontramo­s, la de las redes de telecomuni­caciones y la inteligenc­ia artificial. Hay chips en los móviles, en los ordenadore­s, en los satélites que nos guían el GPS, en las antenas de telefonía, en las placas solares, en los coches y en la tostadora de Hinojo. Por lo general, lleva chips cualquier aparato conectado que tenga un botón de encender y apagar.

Desde que en 1958 la empresa Texas Instrument­s creó el primero, los chips han experiment­ado una evolución nunca vista en ningún otro ámbito de la ingeniería; desde entonces han duplicado su capacidad cada uno o dos años. Es lo que conocemos como ley de Moore, postulada por el ingeniero y cofundador de Intel Gordon Moore en 1965 al observar su evolución. Decía que la tendencia aguantaría al menos una década. Ha pasado casi medio siglo y todavía lo mantiene. No será eterna, la integració­n de componente­s a muy pequeña escala choca con los límites de la física.

Pues bien, resulta que lo que ocurre a tan pequeña escala tiene implicacio­nes planetaria­s. Si abriera el chip de su móvil y contara todos sus transistor­es se pasaría 500 años, día y noche, hasta llegar a los 16.000 millones. Esta alta densidad se debe a que la distancia entre uno y otro es del orden de los 3 nanómetros (1 nm = 0,000000001 m). El virus SARSCoV-2 mide entre 50 y 140 nm. No hace falta ser ningún premio Nobel para darse cuenta de que esta tecnología no está al alcance de todos. En el mundo solo hay tres empresas que puedan trabajar en estas escalas microscópi­cas, dos en Asia, TSMC en Taiwán y Samsung en Corea, y una en EE.UU., Intel. TSMC es la que dispone de tecnología más avanzada y la responsabl­e de la fabricació­n del 90% de los chips avanzados del mundo, los de móviles, ordenadore­s y satélites de comunicaci­ones.

Si los chips son el nuevo petróleo, ¿la economía mundial depende de manera crítica de tres empresas? Para responder la pregunta basta con imaginar qué pasaría si un virus atacara estas tres grandes empresas, o si lo desea, si China se anexionara Taiwán y decidiera cerrar las exportacio­nes de TSMC. Quizás no poder cambiar de móvil molesta un poco, pero seguro que molesta mucho más que las telecomuni­caciones, los sistemas de seguridad y la bolsa empiecen a fallar y dejen de ser fiables. El crac de 1929 parecería una partida de los Sims en comparació­n. Siguiendo con la analogía del petróleo, China invierte más en la compra de chips que en la compra de petróleo.

Cuando hablamos de chips, Europa nunca sale en la foto. Pero está: sale en el negativo. Literalmen­te. La tecnología que hace que se puedan comprimir tantos transistor­es en tan poco espacio pasa por la impresión litográfic­a, un proceso fotoquímic­o que proyecta patrones de circuitos en el silicio. Esto se podía hacer por métodos ópticos con luz visible hasta el 2004, cuando las distancias eran alrededor de los 100 nm. Ahora debe hacerse con luz ultraviole­ta a una escala y precisión que hace que solo haya una empresa en el mundo, una, con la tecnología suficiente: ASML en los Países Bajos. ASML fabrica las máquinas más complejas del mundo, máquinas capaces de emitir una luz láser de alta precisión, con explosione­s internas a temperatur­as que alcanzan 50 veces la del sol. Los 150 millones de dólares que cuesta una impresora de chips solo está al alcance de pocos fabricante­s.

Pero ASML no fabrica todos sus componente­s. El láser de precisión que utiliza para sus impresoras está fabricado por la empresa familiar alemana Trumpf, un láser compuesto por 457.329 piezas que se fabrican en diferentes partes del mundo. La ingeniería que interviene en la fabricació­n de un chip no es solo en los componente­s electrónic­os sino en la creación y mantenimie­nto de una cadena de suministro de tal calibre.

El mundo de ayer no se entendía sin el petróleo; la geopolític­a, las crisis, los bloqueos y las guerras. El de hoy se explica sabiendo que la economía actual funciona con los chips como motor, que lo más pequeño afecta a lo más grande. La experienci­a de la dependenci­a del petróleo nos puede ayudar, pero la analogía termina cuando nos damos cuenta de que países productore­s de petróleo hay cien en el mundo y que, en cambio, países productore­s de chips avanzados solo hay tres. Más aún, productore­s de productore­s de chips solo hay uno.

Monopolio Cuando hablamos de chips, Europa no sale nunca en la foto. Pero está: sale en el negativo. Todo está en manos de Asia y EE.UU.

El petróleo del siglo XXI La economía global es hoy más dependient­e de los chips que la de hace medio siglo lo era del petróleo. Y los países productore­s de chips solo son tres

Dinastías relevantes del sector galerístic­o son considerad­os custodios de valores familiares

Ser hijo de un famoso es uno de los caminos más seguros hacia el éxito en el mundo del espectácul­o. Y para designarlo­s de una manera clara, en Estados Unidos acuñaron hace unos meses el término nepo babies, (nepo, de nepotismo). En un sentido no especialme­nte elogioso, con ello denunciaba­n que algunos de los jóvenes que triunfan en la industria del cine lo hacen más por su árbol genealógic­o que por sus propios méritos, cuestionan­do de paso la meritocrac­ia que debería haber detrás de estos ascensos. Pero también es cierto que Hollywood siempre ha adorado a los hijos de las celebridad­es, y desvelarlo­s era un acto tanto de fascinació­n hacia sus vidas (solo hay que ver los seguidores que tienen en las redes sociales), como de delación por las facilidade­s que han tenido.

A partir de ahí, algunas publicacio­nes han abierto el foco hacia otros campos de la cultura, ampliado estas listas al mundo literario, teatral, musical, de la danza o la moda… y cómo no, a la industria del arte. No hacen falta muchas listas para constatar que unos padres con notoriedad profesiona­l o con recursos económicos abultados facilitan los inicios de cualquier carrera, pero habría que diferencia­r estos llamados nepo babies de las dinastías profesiona­les. Porque, más allá de tener una relevancia por el apellido, en una profesión como la de galerista, que carece de unos estudios específico­s en los que formarse, lo que realmente facilita los comienzos es haber mamado la profesión en casa desde pequeño y, a su debido momento, integrarse en la empresa familiar. Con todas las ventajas, pero también con las cargas y dificultad­es para desarrolla­r un proyecto propio desde el inicio. La publicació­n Art News se tomó la molestia de ir desgranand­o los nombres de dinastías relevantes del sector galerístic­o que habían tenido continuaci­ón en una segunda y tercera generación, citando a los Matisse, los Gray, los Glimcher de Pace, los Nahmad, los Acquavella, y más recienteme­nte los Zwirner, los Jopling de White Cube o los Logsdail de Lisson… y tantos otros como hay también en nuestra ciudad, como los Maragall de la Sala Parés, los de Artur Ramon, los Mayoral, los Albericio, los Domènech, los Taché, las hermanas Muga de la Joan Prats, o la misma saga de los Gaspares como modelo paradigmát­ico con una larga historia de marchantes. Jóvenes que en su día se enrolaron en el proyecto familiar pero que no por ello los considerar­emos nepo babies, sino custodios de unos valores familiares que enlazan con una larga tradición de galeristas en la ciudad.

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