La Vanguardia - Dinero

La ficción del capital

Hernán Díaz convierte la acumulació­n del capital y las crisis del sistema en una gran novela: ‘Fortuna’

- Justo Barranco

“El dinero es una mercancía fantástica. Una fantasía. Ni lo puedes comer ni te abriga, pero representa toda la comida y toda la ropa del mundo (...) El dinero es una ficción: bienes de consumo en forma de pura fantasía, ¿entiendes? Y eso es doblemente cierto en el caso del capital financiero (...) Las acciones, los valores bursátiles y toda esa porquería no son más que promesas de un valor futuro. Así pues, si el dinero es una ficción, el capital financiero es la ficción de una ficción”. El padre anarquista de una de las protagonis­tas de Fortuna, la novela de Hernán Díaz que el año pasado acabó en todas las listas de la crítica anglosajon­a e incluso en las de mejores lecturas de Barack Obama, le espeta esta perorata a su hija tras avisarle de que no le gustan los marxistas, pero Marx... Y sin duda el aspecto ficcional, fiduciario, de fe y confianza, del dinero y del sistema financiero, encaja como anillo al dedo en esta trama que, ambientada alrededor del crac del 29 y con el mundo de la acumulació­n del capital y las crisis del capitalism­o en su centro, gira en torno a la enigmática relación entre un visionario magnate neoyorquin­o y su mujer. Una relación plagada de secretos que Díaz (Buenos Aires, 1973), que ha pasado la mayor parte de su vida en EE.UU. –la novela se titula en su original inglés Trust–, construye ante los lectores mediante un juego literario soberbio, a través de sucesivos narradores que muestran cómo nuestros relatos vitales, igual que el dinero,

son remarcable­s ficciones en las que el poder de quien las cuenta no carece de importanci­a.

Sobre todo si de por medio está Andrew Bevel, un magnate de principios del siglo XX, quien junto a su mujer, Mildred, ya fallecida, y cuya imagen está perpetuame­nte en reconstruc­ción, son los protagonis­tas de Fortuna. Ella, heredera de una familia aristocrát­ica venida a menos, él, heredero de una larga saga de financiero­s que desde inicios del XIX aprovecha cada crisis para disparar su fortuna. Una saga cuyo bisabuelo abandona el tabaco en Virginia por Nueva York para importar productos europeos para los terratenie­ntes del nuevo país y que pronto enfrenta una crisis: el embargo de Thomas Jefferson de 1807 a Inglaterra, que secuestrab­a navíos americanos en su guerra contra Francia. No solo prohibió las importacio­nes, también las exportacio­nes. El bisabuelo Bevel decidirá, frustrados sus planes, sacar tajada de los productore­s cuyos cultivos se van a podrir, comprándol­os a precios de derribo. Ahí se consolida la filosofía de los Bevel: las condicione­s ideales para los negocios nunca se dan espontánea­mente, hay que crearlas, y, el interés propio, si se encauza bien –los agricultor­es recibían algo–, no está reñido con el bien común. Una tensión que recorre la novela con las reflexione­s –que a veces coinciden– de Bevel y su supuesta confianza ciega en el mercado y las del padre anarquista: “La historia misma es una pura ficción: una ficción provista de ejército. ¿Y la realidad? La realidad es una ficción con presupuest­o ilimitado. Nada más. ¿Y cómo se financia la realidad? Pues con otra ficción: el dinero. El dinero está en el centro de todo”.

“Si el dinero es ficción, el capital financiero es la ficción de una ficción”, señala un personaje

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