La Vanguardia - Dinero

Turquía se resiste a cambiar de sultán

El país confía en el mismo chef, que propone las mismas recetas; el resultado, para disgusto de la mitad de los turcos, promete ser el mismo

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Erdogan se vende en sus carteles como “el hombre justo, en el momento justo”. Pero se sobreentie­nde “en un momento delicado”. Que el presidente turco pueda tener alguna responsabi­lidad en ello, tras veinte años acumulando poder, es lo de menos. Los turcos han decidido que nadie va a levantar más deprisa lo que el terremoto se llevó. Y que, para salir del pozo, nadie mejor que quien los metió en él. Una lógica que Occidente observa con estupor, cuando no pavor.

El caso es que Turquía cada vez pesa más en el mundo, pero los turcos cada vez pesan menos en Turquía. Las ambiciones de potencia media –como las ambiciones de superpoten­cia en la antigua URSS– pasan la factura a la población.

Y hasta la población pesa menos, incluso literalmen­te, según bromean algunos. Su bolsa de la compra es, por lo menos, cada vez menos voluminosa, porque el coste de los alimentos se ha doblado en un año. El precio de las cebollas se ha convertido en arma electoral, las féculas sustituyen a algunas carnes y los padres acumulan quejas sobre los menús escolares.

Una política económica errática –que el cesarista Recep Tayyip Erdogan llegó a confiar en su propio yerno– está a punto de llegar a un nuevo momento crítico, según muchos analistas. “Puede aguantar hasta septiembre, por la temporada turística”, dice un banquero. “Seis meses como mucho”, opina el directivo de una multinacio­nal. Es sabido que Erdogan, por celo religioso, abomina de la usura. Y sostiene, contra la ortodoxia, que bajar los tipos de interés también baja la inflación, en lugar de subirla.

A ello hay que añadir que Erdogan ha tirado la casa por la ventana para ganar las elecciones legislativ­as y presidenci­ales. Las primeras ya las ha ganado. Pero las que cuentan son las segundas, puesto que concentran la jefatura

EL ESPECTRO DE LA INFLACIÓN

del Estado y del gobierno en una sola persona. Como sus añorados sultanes. O como Atatürk, todavía más venerado por la oposición, excepto los kurdos.

Su partido llegó a creerse los sondeos de firmas solventes que ponían por delante a Kemal Kiliçdarog­lu y que contradecí­an sus propias estimacion­es. El hijo de un diputado del AKP lo confesaba a este diario hace una semana: “Mis amigos están todos muy nerviosos por el futuro”.

Por si acaso, Erdogan no solo hizo coincidir todo lo inaugurabl­e con las fechas de campaña. También hizo una retahíla de anuncios extraordin­arios (como la gratuidad del gas doméstico durante un año) que convirtió en munición para sus mítines. No es raro que la oposición le acuse de usar recursos públicos con fines electorali­stas.

Sea como sea, la presión sobre la lira va a ser fortísima desde el día después de la segunda vuelta. Ya empieza a serlo. Sea como fuere, esos mismos turcos, concentrad­os en la Anatolia profun

El plan de convertir Turquía en potencia industrial exportador­a con una lira barata no ha funcionado

da –excepto los kurdos– y en barriadas ignotas –excepto los alevíes– volvieron a votar a su “reis”. Insistiend­o en la misma receta, pero esperando un sabor distinto. El döner kebab no para de girar, pero veinte años después Erdogan sigue allí. Segurament­e por cinco años más. A tiempo para el primer centenario de la República.

Erdogan, al mando del partido islamodemó­crata que cofundó, ha modernizad­o la infraestru­ctura del país como nadie antes. Si hace quince años terminó con el chabolismo de los gecekondu, su expansión y dignificac­ión del transporte público urbano y suburbano –salario indirecto– está jubilando a los dolmus, las furgonetas de transporte colectivo.

Pocas ciudades pueden presumir de haber conseguido conectar sus dos aeropuerto­s –uno en Asia, otro en Europa– a la red de metro con pocos meses de diferencia. Ha sucedido este año en Estambul. La red de ferrocarri­l, sin embargo, sigue siendo insuficien­te.

También ha subordinad­o al

La economía sumergida es una pieza esencial del sistema con trabajador­es precarios

ejército al poder civil, uno de los problemas históricos de Turquía. Aunque la asonada del 2016 pudiera hacer pensar lo contrario... antes de las purgas.

Sin embargo, no todo el mundo comparte un juicio tan benévolo. Porque Turquía no es un país, sino dos (o incluso tres) según a quién preguntes. Algunos, con menos paciencia, sobre todo entre los hijos de las antiguas clases medias, esperan el veredicto del domingo para hacer las maletas.

La mayoría de las personas entrevista­das para este reportaje han rechazado dar su nombre. El miedo a terminar en la cárcel de manera arbitraria, por un tuit o una crítica, sigue separando a Turquía del acervo europeo.

La entrada del Cuerno de Oro, estos días está vigilada, también por motivos electorale­s, por el portaerona­ves Anadolu, una réplica del Juan Carlos I. Navantia no es la única empresa de capital español a la que le han ido bien los tratos con Turquía.

Turquía no ha abandonado su vocación industrial, aunque el ladrillo pese tanto como en España. Marcas como Inditex, Mango o Roca fabrican aquí. Su sector cosmético depende de suministro­s de España o Italia. La automoción da juego a empresas como Grupo Antolín, Gestamp o Ficosa, a lo que hay que añadir Mapfre o una panificado­ra como Uno.

Eduardo Irastorza, profesor de OBS Business School, señala que “las empresas españolas no verían con malos ojos que las cosas continúen como están”.

Desde finales del 2021, BBVA controla la práctica totalidad de las acciones de Garanti, el principal banco privado turco. Una apuesta no siempre comprendid­a, aunque en el 2022, la banca ganó en Turquía cinco veces más que en el 2021.

Mientras tanto, la oposición acentúa su perfil xenófobo para captar el voto ultra, que decantará las elecciones. Aunque lo tiene tan difícil que habla ya de “diez millones de inmigrante­s irregulare­s”, en lugar de cinco.

El economista Refik Erzan no cree que la solución sea mirar para otro lado: “La inmigració­n siria ha tenido fuertes efectos adversos en los trabajador­es nativos en el sector informal, en el empleo temporal y en los trabajador­es menos cualificad­os, la construcci­ón o la agricultur­a, así como en los jóvenes y las trabajador­as a tiempo parcial”.

Y hay que entender que el AKP es una especie de chavismo de

DATO

Desempleo La tasa de paro en Turquía es menor que la de España

Índice de pobreza La tasa de pobreza relativa alcanza el 14,4% de la población

468 euros Salario mínimo bruto mensual en Turquía, el equivalent­e a 10.003 liras

Muchos jóvenes formados están a la espera del resultado del domingo para hacer las maletas

DATO

2,7%

baja intensidad donde el verde –del islam– sustituye al rojo.

Por otro lado, en paralelo a la economía que aparecen en los papeles, a veces alarmantes, hay una economía sumergida muy caudalosa. “Lo es todo. El que no está en la economía sumergida, sufre”, reconoce un ejecutivo.

Esta es literalmen­te economía subterráne­a en algunos de los barrios más densos de Estambul, donde debajo de cada edificio hay un taller textil, con muchas mujeres, kurdos y afganos en precario. Asimismo, Turquía se ha convertido en plataforma para la reexportac­ión de bienes de todo el mundo a Rusia, vía Kazajistán o Georgia. “Hemos multiplica­do la facturació­n por tres”, reconoce un operador.

Pero la pandemia, la guerra en Ucrania y el terremoto se han conjugado para hacer descarrila­r el gran proyecto de hace un par de años. Convertir a Turquía en potencia exportador­a, a lomos de la depreciaci­ón de la lira y aprovechan­do la voluntad de acercar las cadenas de producción desde China. No ha sido así.

“La inversión occidental no ha llegado, porque mira otros baremos, como la independen­cia judicial”, observa un técnico. Asimismo, “los exportador­es de productos finales también necesitan

La inversión occidental no ha llegado, porque teme por la independen­cia judicial

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