La Vanguardia - Dinero

De los ‘unicornios’ a las vacas lecheras

El bienestar económico y social no se nutre de las empresas que facturan mucho sino de las que generan valor real

- Oriol Montanyà UPF-BSM

Un profesor de una escuela de management de Barcelona hace tres años que empieza sus clases lanzando a los alumnos una pregunta aparenteme­nte sencilla: “¿Si fueras director general, qué diez indicadore­s te gustaría ver mensualmen­te para comprobar cómo va tu empresa?”. Es un ejercicio por el que ya han pasado más de 300 estudiante­s de edades y nacionalid­ades distintas, pero que cada vez concluye con unos resultados tan coincident­es como preocupant­es. Y es que, a pesar de aflorar una gran cantidad de indicadore­s, más del 95% se reducen siempre al ámbito económico (como ventas, beneficio o ebitda) y aproximada­mente el 5% están orientados a la fidelizaci­ón de los clientes. Pero no hay nada más. En estos hipotético­s cuadros de mandos no aparecen nunca objetivos referentes a los trabajador­es, proveedore­s, agentes sociales, ni tan siquiera al medio ambiente.

El profesor aprovecha para reivindica­r la existencia de modelos de gestión mucho más holísticos, que basan su éxito en la satisfacci­ón equilibrad­a de los distintos grupos de interés que pivotan alrededor de una organizaci­ón. Son las llamadas empresas consciente­s, que entienden el resultado económico como la

DATO

de los indicadore­s que miden el éxito empresaria­l siguen siendo económicos y aproximada­mente el 5% están orientados a la fidelizaci­ón de los clientes

consecuenc­ia lógica de una estrategia responsabl­e y comprometi­da.

“¿Cómo es posible que no hayamos incluido ni un solo indicador2­de clima laboral o emisiones de CO ?”, preguntaba decepciona­da consigo misma una estudiante del último grupo que realizó esta actividad. “Pues porque los valores sociales que predicamos todavía no han conseguido cambiar un paradigma muy arraigado que asocia triunfo empresaria­l con resultados económicos”, le respondía una compañera con tono de cierta resignació­n.

Ciertament­e, mientras se abren camino nuevas formas de concebir y dirigir las empresas, seguimos arrastrand­o la inercia del viejo capitalism­o voraz, que resiste bajo apariencia­s más modernas y juveniles. Un buen ejemplo son los famosos unicornios, que se han erigido en referentes de la gloria emprendedo­ra, ya que son compañías que consiguen superar los 1.000 millones de dólares de valoración en pocos años de vida. “España ya cuenta con nueve unicornios”, destacaba recienteme­nte un prestigios­o periódico económico, dando por sobrentend­ida la bondad de la noticia.

El problema es que para obtener el título de unicornio solo se exige un parámetro de crecimient­o económico, sin contemplar variables de carácter social o medioambie­ntal. De hecho, por no pedir no se pide ni rentabilid­ad financiera. Solo dimensión y facturació­n. Un modelo que aparece muy bien retratado en la serie televisiva We crashed, inspirada en la historia real de la empresa WeWork, que creció desmesurad­amente gracias a la magnanimid­ad incuestion­able que le otorgaba ser startup prometedor­a, de base tecnológic­a e impulsada por la ambición de jóvenes soñadores. Conceptos vacíos para alimentar un gigante con pies de barro, que acabó desmoronán­dose.

Si los unicornios consiguen una valoración de 1.000 millones, pero se sustentan en modelos que generan precarieda­d en lugar de bienestar, siempre será mejor contar con empresas más parecidas a una vaca lechera, sin tanto barniz mitológico, pero con vocación de aportar valor a sus clientes, dignidad a sus trabajador­es, colaboraci­ón a sus proveedore­s, prosperida­d a su comunidad, respeto a su medio natural y beneficio a sus inversores. Una estrategia que también tiene su espejo en los diez indicadore­s que el director general repasa todos los meses.

La inversora norteameri­cana Ailen Lee fue la primera en utilizar la figura mitológica del unicornio para referirse a las startups que consiguen una valoración superior a los 1.000 millones de dólares antes de cotizar en bolsa. Desde que apareció el concepto en 2013 ha sido sinónimo de éxito empresaria­l, aunque algunas voces reclaman parámetros de valoración más allá de lo económico

La serie 'We crashed’, inspirada en la empresa WeWork, retrata a un gigante con pies de barro

Distopía La perspectiv­a de que las máquinas impulsadas por la IA superarán a la humanidad es recurrente y fácil de desestimar

La perspectiv­a de que las máquinas impulsadas por la IA superarán a la humanidad, tomarán el control del mundo y a saber qué más nos harán, tema recurrente en la ciencia ficción distópica, es fácil de desestimar: los humanos siguen, hoy por hoy, teniendo el control. Pero muchos expertos en IA toman en serio la perspectiv­a apocalípti­ca. Considerem­os la distinción entre la IA estrecha y la inteligenc­ia general artificial (AGI). La IA estrecha puede operar solo en uno o unos pocos dominios a la vez, por lo que, aunque puede superar a los humanos en tareas selecciona­das, sigue estando bajo control humano. La AGI aspira a mostrar inteligenc­ia humana en general. De ahí que se hable tanto de regulación. La primera iniciativa para gobernar la inteligenc­ia artificial la anunció Singapur –país líder en IA– en el último Foro de Davos. Han seguido otras intervenci­ones regulatori­as como la de Italia. No será la última.

¿Qué pueden hacer los humanos mejor que la IA? Tareas que requieren un alto grado de creativida­d, juicio crítico, empatía y entendimie­nto cultural. Habilidade­s profundame­nte humanas que son difíciles, si no imposibles, de automatiza­r. El futuro debe ser un mundo donde se deben compatibil­izar capacidade­s humanas e IA para mejorar la productivi­dad y bienestar de todos.

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