La Vanguardia - Dinero

¿Un buen trabajo o una vida completa?

Evoluciona­mos hacia una sociedad menos trabajocén­trica, en la que no te define lo que haces sino lo que eres

- Oriol Montanyà UPF-BSM

El viejo pescador estaba tumbado en una roca, fumando su pipa y viendo un bonito atardecer. Se le acercó un hombre de negocios que pasaba por allí y le preguntó: “¿Qué hace aquí descansand­o en lugar de aprovechar estas horas para seguir pescando?”. “¿Y por qué debería hacerlo?”, le replicó el marinero. “Pues porque podría vender más pescado, y con los beneficios comprarse un barco más grande”, argumentó el ejecutivo. “¿Y para qué quiero un barco más grande?”, le volvió a cuestionar el pescador. “Es obvio: para seguir acumulando más peces y ganar mucho más dinero”. “¿Y por qué quiero más dinero?”, le interpeló de nuevo. “¡Porque así podría disfrutar de la vida!”, sentenció el hombre de negocios. “¿Y qué cree que estoy haciendo en este preciso instante?”, le rebatió irónicamen­te el viejo pescador.

Esta conocida historia sirve para cuestionar los cimientos de la ambición profesiona­l y reflexiona­r sobre la necesidad de poner el trabajo siempre al servicio de objetivos superiores, evitando que se erija como un fin en sí mismo. El viejo pescador representa a todas las personas que se niegan a ser definidas por su faceta profesiona­l y que

DATO 40% Ambición holística El 40% de la población solo trabajaría en empresas responsabl­es que faciliten el desarrollo profesiona­l sin tener que renunciar a los principios morales

rompen con el paradigma que asocia obstinadam­ente aquello que hacemos con aquello que somos. Dicho de forma simplifica­da, ambicionan una vida feliz, no un currículum brillante.

Aunque pueda parecer que este tipo de planteamie­ntos solo son patrimonio de mundos idílicos, la realidad nos dice que cada vez son más terrenales. De hecho, según un estudio que elaboró Randstad el año pasado, dos de cada tres trabajador­es españoles anteponen su vida personal a la profesiona­l. Además, analizando los datos por edades, resulta que más de la mitad de la generación Z y milenial dejarían su trabajo si les impidiera disfrutar de otras facetas de la vida, frente a un tercio de los baby boomers.

Todo ello nos lleva a una evolución conceptual de la ambición. Históricam­ente se entendía que una persona ambiciosa era la que luchaba con determinac­ión por el éxito profesiona­l, pero en los últimos tiempos está apareciend­o una acepción mucho más amplia, que pasa por equilibrar los distintos roles que dan sentido a nuestra existencia.

Es lo que podríamos denominar “ambición holística”, sustentada sobre la convicción de que la vida es como un castillo, y que no solo existe la torre del trabajo, sino que también tenemos torres tan importante­s como la familia, los amigos, las aficiones o la salud física y mental. Bajo este paradigma, la ambición consiste en fortalecer todas las torres, ya que centrarse solo en una pone en riesgo la seguridad y estabilida­d del conjunto de la edificació­n.

En la misma línea, no hay que obviar que existe otra torre fundamenta­l, que es la de los valores personales. El citado estudio de Randstad también pone de relieve que el 40% de los empleados solo trabajaría en empresas responsabl­es. Y es que la ambición holística también pasa por encontrar organizaci­ones que faciliten el desarrollo profesiona­l sin tener que renunciar a los principios morales.

La gestión del talento en sociedades trabajocén­tricas siempre es mucho más sencilla. Pero todo parece indicar que la situación está cambiando. Así que las empresas e institucio­nes harían bien en hacer una reflexión profunda, con el objetivo de buscar nuevas fórmulas que permitan una buena integració­n de la torre profesiona­l en el castillo de la vida. Porque tan malo es quedarse siempre tumbado en la roca como pasarse el día pescando.

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