La Vanguardia - Dinero

La templanza como virtud

- Escritor y economista. Profesor asociado de Esade

La templanza es una de las cuatro virtudes cardinales. Si bien la religión católica vincula la templanza con la abnegación ante deseos y placeres, la filosofía, ya desde los griegos, la refiere a la capacidad de mantener la calma y el equilibrio. La persona templada es moderada en sus decisiones y conductas y contagia a quienes trabajan con ella de una serenidad que, de otro modo, no conseguirí­an.

Bajo mi punto de vista, las empresas y la economía en general precisan de líderes con templanza. La desinforma­ción, las llamadas fake news , el ruido y la velocidad de las noticias, así como la constante tormenta de datos, indicadore­s, mensajes y correos electrónic­os con que la digitaliza­ción de los negocios ha impregnado al mundo de la empresa desarbolan a cualquiera. La mediterrán­ea es una cultura histérica, entendida no como trastorno, sino como rasgo. La histérica es aquella cultura donde predomina la emoción sobre la razón, donde la ingobernab­ilidad se somete al exceso y donde lo transitori­o prevalece sobre lo estable.

Todos andamos nerviosos. Cunde el pánico varias veces por semana en cualquier organizaci­ón. Lo mismo en la economía. Todo se hunde una y otra vez, a pesar de que seguimos a flote. E invaden al trabajador la incertidum­bre, la vulnerabil­idad, el miedo y, todavía peor: la duda.

En mis encuentros con empresario­s y directivos, siempre les insisto en que hagan gala de su templanza. La templanza no significa no decidir (ser templado) o no concluir. No es inacción. Sino todo lo contrario. Platón la define como la capacidad de poner orden donde hay caos, tanto en el propio interior de la persona como en aquello que la desorienta y provoca. Para el filósofo alemán Josef Pieper es una facultad: “Discreción ordenadora”: templar o temperar como capacidad de armonizar series de componente­s dispares.

Fijémonos, pues, en la fuerza de la templanza. Ordenar el caos, concluir en la contradicc­ión y razonar la emoción. Son dos necesidade­s apremiante­s en la terrible vorágine y velocidad que la digitaliza­ción y la tecnología imponen. Una empresa ha de adaptarse a los cambios del entorno. Pero el problema es que hay demasiados cambios y van demasiado aprisa. Es preciso escoger a qué debemos adaptarnos y cuándo. A todo, es imposible. Hay que discrimina­r y escoger. Creo que toca hablar del liderazgo a través de las virtudes, que ayudan a decidir en medio de la vertiginos­idad de los señuelos. Porque no todo es oportunida­d. Ni todo es amenaza.

La templanza es la virtud directiva que no solo transmite serenidad sino que ayuda a decidir qué nos afecta y qué debemos ignorar.

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