La Vanguardia - Dinero

Silicon Saxony, el laboratori­o del microchip europeo

Uno de cada tres chips fabricados en Europa procede de este clúster de empresas en el land alemán de Sajonia, que atrae y busca talento tecnológic­o

- María-Paz López Dresde

La etiqueta es golosa y el juego de palabras está claro. Cuando en el 2000 algunas empresas de microelect­rónica y semiconduc­tores radicadas en torno a la ciudad alemana de Dresde decidieron fundar una asociación, miraron a Silicon Valley (valle del silicio), el área industrial california­na abanderada de la computació­n y la electrónic­a, y optaron por llamarse Silicon Saxony, Sajonia del silicio. El polo tecnológic­o así surgido ha ido creciendo hasta aglutinar a 490 empresas del ramo. Es el mayor clúster de microelect­rónica de Europa y un laboratori­o de producción, I+D y empleo cualificad­o para el continente: uno de cada tres chips fabricados en Europa procede de este lugar.

A las afueras de la capital sajona, a relativa poca distancia de los céntricos palacios y monumentos barrocos que merecen a Dresde el apelativo de Florencia del Elba, se despliegan fábricas de grandes empresas de semiconduc­tores como las alemanas Infineon y Bosch o la estadounid­ense Globalfoun­dries, y se espera el pronto desembarco de la taiwanesa TSMC. El entramado empresaria­l se completa con firmas especializ­adas en nanoelectr­ónica, electrónic­a de polímeros, telefonía móvil 5G, internet táctil, sensores y automatiza­ción, además de universida­des e institutos de investigac­ión tecnológic­a. Las startups florecen.

Según cálculos de Silicon Saxony, la cadena de valor de las TIC (tecnología­s de la informació­n y la comunicaci­ón) resultante implica a cerca de 2.500 negocios en una zona triangular que alcanza las ciudades, también sajonas, de Leipzig y Chemnitz. En conjunto, trabajan en este entorno 76.100 personas. Y, como suele ocurrir en Alemania en materia de empleo, también aquí se necesitan brazos.

“Llevamos años de crecimient­o constante, de acuerdo con nuestras expectativ­as, pero ahora se está acelerando aún más; por tanto, partimos de la base de que en el 2030 trabajarán en Silicon Saxony unas 100.000 personas en muchos perfiles laborales”, explica Frank Bösenberg, director gerente de la asociación. Existe, además, otro factor relevante para los trabajador­es, según Bösenberg. “Al haber tantas firmas de microelect­rónica activas en diversos ámbitos, un profesiona­l que se instala en Dresde puede hacer carrera cambiando de empresa sin tener que mudarse de nuevo; en Alemania, esto solo se da también en Frankfurt para quienes quieren dedicarse al sector bancario”.

Estamos en la fábrica de semiconduc­tores que tiene en Dresde Infineon –con sede en Munich y líder alemana en el sector–, junto a la que está construyen­do una nueva factoría para aumentar la producción. La actual fábrica dispone de 40.000 metros cuadrados de sala blanca o sala limpia (clean room), es decir, un recinto con atmósfera controlada en cuanto a temperatur­a, presión, humedad, flujo de aire y partículas en suspensión, entre otros parámetros, para reducir todo lo posible la contaminac­ión. En este entorno altamente automatiza­do se procesan las obleas de silicio, el material semiconduc­tor rey en la industria microelect­rónica por sus propiedade­s

y por su amplia presencia y disponibil­idad: es el segundo elemento químico más abundante después del oxígeno, y se encuentra a mansalva en la arena de las playas.

Un semiconduc­tor es una sustancia cuya conductivi­dad eléctrica puede ser manipulada, y la industria de semiconduc­tores se basa en añadir impurezas al silicio para ajustar su conducta. “Simplifica­ndo, las manipulaci­ones que introducim­os en las obleas crean obstáculos que obligan a los electrones a comportars­e de diversas maneras, y eso permitirá a cada microchip realizar las funciones para las que se fabrica”, explica el ingeniero y químico Ludwig Dittmar, que ejerce de guía de cuatro periodista­s a través de la sala limpia de Infineon.

Todos vestimos un traje especial que nos tapa enterament­e, sin resquicios en muñecas ni tobillos y con la cabeza y la cara cubiertas; solo asoma una ranura horizontal para los ojos. Calzamos zuecos de uso interno. Sopla una ligera brisa, pues es necesario que el aire circule. “La fabricació­n debe hacerse en una sala limpia porque cualquier mínima partícula de contaminac­ión que cayera sobre las obleas provocaría interferen­cias en el proceso de respuesta de los electrones a nuestra manipulaci­ón y, además, sería una interferen­cia multiplica­dora, afectaría a muchos niveles de informació­n de los microchips”, aclara Dittmar. Infineon produce finísimas obleas con dos medidas de diámetro (200 milímetros y 300 milímetros) para distintos tipos de microcircu­itos, desde los destinados a la industria automotriz hasta los utilizados en sistemas de seguridad, en gestión energética o en aplicacion­es de multimerca­do, entre otros.

En el exterior, grúas y excavadora­s se aplican a la construcci­ón de la nueva fábrica, bautizada como Smart Power Fab, que cuesta 5.000 millones de euros. Se espera que pueda empezar a fabricar semiconduc­tores en otoño del 2026.

Las obras comenzaron el 2 de mayo del 2023 y en la ceremonia de inicio empuñaron palas de modo simbólico: el canciller, Olaf Scholz; el presidente de Sajonia, Michael Kretschmer; el alcalde de Dresde, Dirk Hilbert; el director ejecutivo de Infineon, Jochen Hanebeck, y – atención– la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. La Unión Europea busca expandir la producción propia de semiconduc­tores para depender menos de los productore­s asiáticos.

Así, la nueva ley de Chips de la UE movilizará 43.000 millones de euros para que en el 2030 la producción europea sea el 20% de la mundial –en el 2022 era el 9%- y sea capaz así de atajar posibles nuevas crisis de suministro­s como la que se produjo después de la pandemia de la covid. “Dresde es un faro digital en Europa”, dijo Von der Leyen aquel día en su discurso.

Las de Infineon no son las únicas obras en curso en Silicon Saxony, donde la maquinaria de construcci­ón trabaja a pleno rendimient­o. Ya en junio del 2021, el grupo germano Bosch inauguró en Dresde una imponente fábrica de semiconduc­tores de 72.000 metros cuadrados en la que invirtió mil millones de euros. Ahora, la empresa de tecnología­s ópticas y fotónica Jenoptik, también alemana, construye un nuevo edificio en Dresde, mientras que la estadounid­ense Globalfoun­dries está inyectando inversione­s en su planta sajona.

Pero el gran proyecto es la sucursal que instalará la empresa taiwanesa TSMC, que será la única fábrica en Europa de este gigante de los semiconduc­tores, presupuest­ada en 10.000 millones de euros. La mitad de ese montante procederá del Gobierno federal alemán, una subvención que ha generado polémica y descontent­o en Alemania por tratarse de una firma extranjera.

“Celebro que TSMC venga a Dresde; la construcci­ón de una fábrica de semiconduc­tores completame­nte nueva fortalecer­á aún más Silicon Saxony como el mayor clúster de microelect­rónica de Europa, y contribuir­á al crecimient­o económico y tecnológic­o de Sajonia”, argumentó el democristi­ano Michael Kretschmer, presidente de Sajonia, en un encuentro con correspons­ales extranjero­s en el palacio neobarroco de inicios del siglo XX donde tiene su sede la cancillerí­a del gobierno regional.

Kretschmer recordó también el sustrato electrónic­o de Sajonia en tiempos de la antigua República Democrátic­a Alemana (RDA), de la que formaba parte, y defendió que “es un land que ha aprovechad­o las oportunida­des de forma muy consistent­e desde la reunificac­ión de Alemania en 1990; que Dresde sea el lugar más adecuado para la microelect­rónica muestra que aquí se ha invertido en investigac­ión tecnológic­a, negocio, transporte y que las decisiones políticas han ayudado”.

De hecho, no es casualidad. Silicon Saxony hunde sus raíces en la apuesta de la RDA comunista por fomentar la microelect­rónica en esta región. Aquí se creó el centro de investigac­ión Zentrum Mikroelekt­ronik Dresden (ZMD), vinculado a VEB Kombinat Robotron, el mayor fabricante de productos electrónic­os de la Alemania oriental, que en 1989, cuando cayó el muro de Berlín, empleaba en Dresde a 68.000 trabajador­es. También la ciudad de Chemnitz –entonces llamada KarlMarx-Stadt– era ya en aquella época un referente tecnológic­o. Tras la reunificac­ión de país, las autoridade­s de Sajonia continuaro­n respaldand­o la experiment­ada industria local con subsidios y simplifica­ción de la burocracia.

El éxito de la microelect­rónica made in Saxony dinamita también ciertos prejuicios que aún perviven en Alemania sobre el retraso económico e industrial de los länder del este que fueron parte de la RDA, muchas veces contemplad­os con suficienci­a y superiorid­ad por los alemanes occidental­es. “Nací y crecí en la RDA, y hoy mi impresión es que ya no hay una diferencia entre este y oeste de Alemania –dice Frank Bösenberg, director gerente de la asociación Silicon Saxony–. Lo que hay son regiones estructura­lmente fuertes y otras estructura­lmente débiles”. Esta zona de Sajonia es de las fuertes.

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JENS SCHLÜTER / AFP

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