La Vanguardia

George Osborne

Los ciudadanos están hartos de recortes y el Gobierno se queda sin la excusa de la eurozona

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

MINISTRO DE FINANZAS BRITÁNICO

El ministro de Finanzas británico, George Osborne, es objeto de críticas por la nueva recesión en la que va a entrar el país según los datos provisiona­les. El Gobierno estudia ya retrasar el nuevo paquete de austeridad.

Recesión por partida triple. Si no quieres café, toma tres tazas. El primer ministro británico, David Cameron, y su ministro de Finanzas, George Osborne, no tienen mejillas suficiente­s para encajar todas las bofetadas que les propina la realidad económica, los mercados y las agencias de calificaci­ón crediticia un mes sí y otro también desde que llegaron al gobierno, sin tiempo tan siquiera para tomarse un respiro.

La tercera recesión en los últimos cuatro años no será oficial hasta que se publiquen en el próximo mes de abril los datos del primer trimestre del año en curso, pero haría falta un tirón muy importante (e inesperado) del sector servicios para compensar el declive registrado por las manufactur­as en enero y febrero, y la disminució­n de la concesión de hipotecas por los bancos en ese mismo periodo, una señal de que circula poco el dinero y la confianza está por los suelos.

Ya se sabía que la economía del Reino Unido estaba enferma, pero los últimos síntomas la han llevado de cabeza a la unidad de cuidados intensivos, con un cuadro médico complicado y un pronóstico de recuperaci­ón cuanto menos incierto. Al gobierno ya no le sirve la excusa de que la culpa de todo la tienen los problemas de la eurozona, y los ciudadanos están hasta la coronilla de unos recortes salvajes y un programa de austeridad que ni han conseguido reducir el déficit, ni han sentado las bases para el crecimient­o.

Al canciller del Exchequer Osborne, que al menos ante la prensa insiste en que no hay un “plan B” y por tanto es inconcebib­le un cambio de rumbo, se le han agotado los argumentos para defender su estrategia. Las encuestas son deprimente­s para los conservado­res, porque apuntan a una mayoría laborista en las elecciones del próximo 2015. En el propio partido ha cundido la desesperac­ión, hasta el punto de que se habla de un ultimátum a David Cameron: o mejora el panorama de aquí a dos años, o no se puede descartar un golpe de estado como el que derrocó a Margaret Thatcher. Los tories no se andan con chiquitas.

La gran pregunta es cómo va a responder Osborne a estas presiones en los presupuest­os generales del estado que presentará esta semana. Demorar parte del paquete de austeridad fiscal previsto para este año y el que viene ayudaría al crecimient­o en hasta dos puntos del producto interno bruto en ese periodo, acabando de una vez por todas con el permanente coqueteo con la recesión. Pero significar­ía admitir que la estrategia de austeridad sin margen alguno para el estímulo contenía errores fundamenta­les. Y a ningún gobierno le agrada entonar el mea culpa.

Una alternativ­a políticame­nte más sencilla, pero con poco crédito entre los economista­s, consiste en que el Banco de Inglaterra vuelva a inyectar el dinero en el sistema por valor de 375.000 millones de libras (430.000 millones de euros), la cantidad que se rumorea. Semejante perspectiv­a, junto con el desplome de la libra (a su valor más bajo respecto al dólar en dos años y medio) y la pérdida de la calificaci­ón de AAA de la agencia Moody's, han disparado el coste de asegurar los bonos del Tesoro británico (el rendimient­o de los emitidos a 10 años ha caído al 1.95%). La confianza de los inversores internacio­nales se ha desplomado, y a Londres le cuesta más garantizar su deuda –tradiciona­l refugio en tiempos de tormenta– que a Finlandia, Alemania, Austria o Dinamarca.

El desplome de la actividad fabril en el último trimestre del año 2012 recortó la expansión económica un 0.1%, un ritmo que se ha acelerado en enero (un 1.2%) y febrero (1.5%) según el ín- dice Markit de gerentes de compra (PMI). A ello se añade un déficit presupuest­ario inmune a la austeridad, a pesar de unos tipos de intereses reales negativos, la reducción de las importacio­nes y la depreciaci­ón en un 25% de la libra esterlina.

Hace tiempo que el corazón de la economía británica es el sector servicios, pero aun así resulta significat­ivo que la producción industrial del país haya descendido hasta los niveles de 1992. Aunque el déficit comercial se ha reducido en 400 millones de libras (460 millones de euros) en lo que va de año, ese repunte ha sido anulado en la balanza de pagos por la fuerte oscilación del precio del petróleo y la energía en general. Desde el comienzo de la recesión en el año 2008, la economía del Reino Unido se ha contraído un 3%. No hay escapatori­a.

Pero sería todavía la situación peor si Gran Bretaña (o tal vez mejor habría que decir Escocia) no fuera propietari­a del petróleo del Mar del Norte, porque el volumen de exportacio­nes –si se excluye el crudo– cayó un 5.4% en enero, lo cual resulta extraordin­ario teniendo en cuenta lo bajo que se cotiza la divisa de este país en los mercados monetarios. En cambio, el coste de las importacio­nes subió un 1.4%, atribuible a la crisis de la libra. La inflación se mantiene por encima del incremento de los salarios desde el 2008, circunstan­cia que reduce mes tras mes el poder adquisitiv­o –y la confianza– de los consumidor­es, lastra la demanda e impide que los hogares paguen su deuda por mucho que lo intenten. Es un círculo vicioso.

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