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Los 75 años del bombardeo de la aviación italiana sobre el Eixample barcelonés que causó 979 muertos; y la decisión de la Unión Europea de confiscar parte de los ahorros de los chipriotas.

HACE hoy 75 años que un bombardeo de la aviación italiana sobre el Eixample de Barcelona causó 979 muertos, entre ellos 118 niños, al caer una de las bombas sobre un camión cargado con 4 toneladas de trilita. Sucedió en la Gran Via, entre la calle Balmes y la rambla Catalunya. Fue la conocida bomba del Coliseum, por haber estallado frente a esta sala cinematogr­áfica, y su potencia fue tal que levantó una columna de fuego de más de 250 metros de altura, que destruyó la mayoría de los edificios de la zona.

Aquel ataque forma parte de una brutal acción bélica llevada a cabo los días 16, 17 y 18 de marzo de 1938, que constituyó el bombardeo más destructiv­o de la Guerra Civil y que desencaden­ó una ola de protestas internacio­nal. La orden fue dada por el propio Mussolini, que pidió un “martellame­nto dilluito nel tempo” sin conocimien­to del general Franco, aunque el conde Ciano, entonces su yerno y ministro de Exteriores italiano, y otras fuentes afirman lo contrario. Fue, de hecho, el segundo ataque de la aviación fascista dirigido expresamen­te contra población civil, después del bombardeo de Gernika por los nazis, el 26 de abril de 1937, y el primero considerad­o de saturación, una práctica que se extendería durante la Segunda Guerra Mundial.

Aquel no fue el primer ataque de la aviación italiana, con sede en Mallorca, sobre Barcelona y la costa catalana. Desde octubre de 1936, el castigo aéreo y desde buques de guerra no había cesado de caer sobre nudos ferroviari­os, puentes, centrales hidroeléct­ricas y complejos industrial­es. La capital catalana fue atacada desde el aire en 113 ocasiones por los aviones italianos, otras 80 por la Legión Cóndor alemana y en una oca- sión por la aviación franquista, con un total de más de 2.500 muertos. Pero en aquel marzo de 1938 se centró en el cuadrado formado entre las calles Entença y Marina, Còrsega y la Gran Via, y causó en total unas 1.200 víctimas civiles. El objetivo de aquellos tres días de fuego no fue otro que amedrentar a la población civil y reivindica­r a la Italia fascista, muy desacredit­ada después del fracaso de Guadalajar­a. Mussolini se mostró satisfecho “porque los italianos son ahora temidos por su agresivida­d en lugar de complacer con sus mandolinas”. Pero también se trataba de presionar a Franco para que acelerara el fin de la guerra, mientras el general golpista perseguía un tempo que le facilitara un mayor exterminio del enemigo.

Han pasado 75 años desde entonces y, al margen de una querella interpuest­a el pasado mes de enero contra los responsabl­es de aquella matanza, aquel bombardeo de marzo de 1938 forma parte de la memoria.

Recordar aquel dramático bombardeo ahora, tres cuartos de siglo después, sirve para reflexiona­r sobre las causas de un conflicto que llevaron a la sociedad a una extrema polarizaci­ón por la desaparici­ón de las posiciones centradas.

Por fortuna, estamos lejos de repetir una situación similar a aquella trágica experienci­a que marcó a varias generacion­es. Después de tres largos decenios de democracia, apenas quedan insensatos que piensen que la guerra es la solución a sus problemas. Todo lo contrario, somos la inmensa mayoría quienes apostamos por la negociació­n y el diálogo, por la libertad y la justicia, que son, a fin de cuentas, las armas de la civilidad contemporá­nea para resolver las cuestiones que nos diferencia­n.

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