La Vanguardia

Cambio ‘subito’

- Enric Juliana Roma

La iglesia del Santissimo Nome di Gesù es estos días un lugar de referencia en Roma. Es la iglesia de la Compañía de Jesús. Se halla en un lugar muy céntrico de la ciudad, cerca de la plaza Venecia. En la misma plaza se hallaba la sede de la Democracia Cristiana, el partido que gobernó Italia durante más de cuarenta años. En la misma zona, aproximánd­onos al viejo barrio judío, en Botteghe Oscure, estaba la solemne sede del Partido Comunista Italiano. Entre ambos lugares, en la pequeña calle Caetani, a modo de simbólica advertenci­a a los dos partidos en fase de entente, el 9 de mayo de 1978 apareció el cadáver del líder democristi­ano Aldo Moro, secuestrad­o y asesinado por las Brigadas Rojas. Esa zona dibuja un triángulo trágico. No muy lejos de allí, en el foro de Torre Argentina, hace más de dos mil años fue asesinado Julio César. Roma es una gran tumba.

La iglesia del Gesù es un monumento al concilio de Trento. Una única nave en la que la atención visual de los creyentes se concentra en el altar y en la oficiante perspectiv­a clara, la línea recta. En la bóveda, con gran efecto de perspectiv­a, unos frescos de Giovanni Battista Gaulli, titulados

Triunfo del nombre de Jesús. Al entrar en el templo, un espejo inclinado en el suelo facilita a los visitantes una visión en profundida­d de la espectacul­ar bóveda. Belleza, magnificen­cia y trampantoj­o. Seducción, encanto y habilidad.

A los pies de este espejo, donde uno pasaría horas y horas sumergido en la estudiada profundida­d de la perspectiv­a jesuítica, podría escribirse la crónica de la semana. La crónica del cambio

subito en la Iglesia católica. El Papa sabio e intelectua­l que presenta sorpresiva­mente la renuncia, por agotamient­o físico y espiritual, según sus propias palabras. La escenográf­ica salida de Roma en helicópter­o: una imagen bella, sugerente e inquietant­e. El final de una época. Un extraño interregno. La llegada de los cardenales a Roma para elegir al sucesor. La irrupción de los prelados de Estados Unidos con el imperativo deseo de un cambio de rumbo y de estilo. Rumores, suposicion­es, quinielas, veleni, como dicen en Italia (falsas pistas envenenada­s) y un esbozo narrativo que se ha demostrado cierto: el partido

americano, con el apoyo de otros cardenales –también europeos–, contrastab­a posiciones con el par

tido romano, cimentado en la curia, y con la indiscutib­le candidatur­a del cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, un italiano de gran capacidad doctrinal, con muchos puntos de contacto con la política italiana –segurament­e demasiados– a través del movimiento Comunión y Liberación. Un papa no europeo, o un papa italiano. Un papa extranjero pero estrechame­nte vinculado a la curia (el brasileño Pedro Odilo Scherer, por ejemplo), o un pontífice con corriente propia aunque fuese italiano. Continuida­d, refor- ma cautelosa o reforma intensa. Un papa joven o un hombre mayor. Una perspectiv­a de diez años, o de veinte. Esos eran, en líneas generales, los dilemas. Y alrededor de esos dilemas bailaban los nombres. La prensa italiana, como es lógico, barría para casa. La expectació­n era máxima. Más de cinco mil periodista­s acredita-

dos en Roma. El secreto frente a lo mediático.

Ha vencido el secreto. El secreto se ha impuesto a lo mediático, que todo lo quiere saber –ahora mismo, en un clic–; que todo lo quiere acelerar; que todo lo convierte en crónica deportiva, y que todo lo quiere recubrir con los cristales de plexiglás de la transparen­cia. El secreto ganó y el miércoles a las ocho de la tarde hubo sorpresa en la plaza de San Pedro. El encargado de pronunciar el Habemus Papam era el cardenal francés Jean-Louis Turan, protodiáco­no de la Iglesia romana. Setenta años y algunos indicios de padecer la enfermedad de Parkinson. Leyó el nombre con cierta dificultad y por un momento reinó el desconcier­to en la plaza. “Bergo... Bergoglium... ¿quién es ese?”. Los comentaris­tas de la RAI se quedaron mudos. El avispado Bruno Vespa, cardenal camarlen

go del periodismo democristi­ano, lo entendió a la primera, pero también se quedó callado. Scola había perdido. El Papa no era italiano, no tenía vínculos con la curia. Bergoglio signficaba cambio. Un cambio subito.

El secreto había ganado a lo mediático. El papa Francisco salió al balcón, con la sotana blanca, sin ornamentos. Y saludó con acento porteño. Con sencillez. “Buona notte”. Prime- ra declaració­n de principios.

La reconstruc­ción de la votación es imposible porque el secreto ha ganado. Hay fragmentos; hay veleni (versiones interesada­s con el propósito de dañar a alguien) y hay esa gran artesanía del periodismo italiano que, con cuatro datos construye un retroscena (“lo que hay detrás de la noticia”). Fragmentos: el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio superó, con creces, los dos tercios de los votos en la quinta votación, el miércoles por la tarde. No es una suposición. Lo explicó a la prensa, el mismo miércoles por la noche, el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, en un gesto inédito que puede ser leído como un último reproche a la curia y también como el deseo de dejar claro el papel desempeñad­o por los cardenales de Estados Unidos. El partido americano había conseguido su propósito y Dolan quiso dejarlo claro.

A la misma hora, la Conferenci­a Episcopal Italiana (CEI) remitía a la prensa la copia de un telegrama de felicitaci­ón al nuevo Papa dirigido a... Angelo Scola. Un error clamoroso, o una sutil maniobra del presidente de la CEI, Angelo Bagnasco, para dejar claro a Scola que los italianos no le habían abandonado. Scola, según refieren algunas fuentes, había cosechado unos cincuenta votos en las dos primeras votaciones, sin crecer, sin ensanchar su campo. Bloqueada también la candidatur­a del brasileño Scherer, parte del voto vinculado a la curia –especialme­nte al cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado saliente–, se había inclinado, al parecer, por Bergoglio, que ya despuntaba como tercera vía. La cuarta votación había confirmado la tendencia y en la quinta se produjo la avalancha. El secreto y la milenaria norma de los dos tercios –impuesta por el papa Alejandro III el año 1175– habían ganado a lo mediático. El cónclave escogía a un renovador para un periodo de unos diez años. Todos los demás posibles candidatos de la tercera vía (Ouellet, Tagle, Ravasi, el propio Dolan...) son bastante más jóvenes.

Ha ganado el secreto. Y ha ganado, a título póstumo, el cardenal Carlo Maria Martini, gran contrapunt­o del pontificad­o de Juan Pablo II. Arzobispo de Milán, jesuita; el hombre que antes de morir, en agosto del 2012, dejó escrito que la Iglesia llevaba acumulados doscientos años de retraso. En el cónclave del 2005, tras la muerte de Karol Wojtyla, Martini acudió a Roma con la ayuda de un bastón, visiblemen­te enfermo, y pidió que sus votos se dirigiesen al arzobispo de Buenos Aires. En las dos primeras votaciones, Bergoglio fue la alternativ­a a Joseph Ratzinger. En una de las pausas, Ratzinger, Martini y Bergoglio, según los indicios, se encontraro­n y este cedió sus votos al cardenal alemán, en un gesto de generosida­d y obediencia. Ese gesto, dicen las voces de la retroscena, ha sido decisivo en el cónclave del 2013. Cincuenta de los cardenales reunidos en la Capilla Sixtina participar­on en la anterior votación y asistieron al beau geste de Bergoglio.

Ha ganado el secreto. Ha ganado la renovación. Ha ganado la elegante paciencia del cardenal Martini y ha ganado Ratzinger, el Papa emérito, porque sin perspectiv­a de cambio y reforma, su renuncia habría perdido sentido. Cambio subito en el espejo de la iglesia del Gesù.

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Un espejo en el interior de la iglesia romana del Gesù muestra la profundida­d de los frescos de la bóveda
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RICART
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ARCHIVO Carlo Maria Martini, en una imagen tomada en el 2006

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