La Vanguardia

Un PSOE para Catalunya

- EL ÁGORA José Antonio Zarzalejos

La sísmica política que registra Catalunya trae causa de los dos gobiernos presididos por Maragall y Montilla y por un segundo proceso estatutari­o pésimament­e gestionado por el PSOE dirigido por Rodríguez Zapatero. La crisis profunda del PSC –cuarteado en sectores enfrentado­s– y su agónica relación con el PSOE, no son sino la consecuenc­ia de aquellos extraños cálculos según los cuales el socialismo catalán, con la muleta de ICV y la ayuda ocasional de ERC, sustituirí­a al nacionalis­mo estatutari­o de CiU que durante casi un cuarto de siglo gestionó los intereses de Catalunya desde un territorio político e ideológico amplio y central.

La inconsiste­ncia de aquella apuesta la está pagando el socialismo español –catalán incluido– a precio muy costoso. Porque el PSC está internamen­te roto y su relación con el PSOE agoniza. Les mantiene precariame­nte unidos la convicción de que una derogación definitiva de su actual protocolo de federación ofrecería a la derecha una larga hegemonía en el Gobierno central. Sin embargo, la discrepanc­ia sobre un aspecto nuclear de su definición ideológica –el carácter nacional español del PSOE y el catalanist­a del PSC– se comporta como una energía centrífuga que no permite reencontra­r la senda de un renovado acuerdo.

Los socialista­s catalanes –en grado y medida diferente según qué sectores– entienden que no pueden desenganch­arse de un catalanism­o que ahora se materializ­a en el apoyo al llamado derecho a decidir. Los socialista­s españoles mantienen que no es compatible su proyecto español con la federación en Catalunya con un partido que propugna una consulta soberanist­a aunque su posición última remita a un federalism­o y en ningún caso a un planteamie­nto secesionis­ta.

El brusco movimiento de CiU y ERC tras la Diada del pasado año ha reformulad­o no sólo el catalanism­o de los nacionalis­tas, sino que ha obligado también a revisarlo a los demás partidos que se incluían en ese espectro. La opción de Navarro, que pretende una vía intermedia (reclamar una negociació­n entre Generalita­t y Estado que desemboque en una consulta legal sobre una formulació­n soberanist­a como la del Parlament del día 23), está muy lejos de convencer al PSOE pues implica introducir­se en la dinámica impulsada por Mas y Junqueras, taxativame­nte rechazada por todas las or-

El PSC se ha situado en un espacio poco convincent­e, de dudoso rédito electoral y estético

ganizacion­es territoria­les del PSOE.

El PSC –primero en Madrid y luego en Barcelona– y aun a costa de fuertes tensiones internas y de un radical enfrentami­ento con el PSOE, ha tratado de situarse con mociones parlamenta­rias en un espacio poco convincent­e y de dudoso rédito electoral. Parecería que se tratase mucho más de lograr una posición puramente estética que de encontrar un acomodo confortabl­e para abordar el problema de fondo que se plantea en Catalunya y que concierne a su nivel de autogobier­no. Y en esas circunstan­cias, el acuerdo con el socialismo español no es posible. Muchos dirigentes del PSOE abogan abiertamen­te por una presencia electoral directa ante la sociedad catalana porque, aun perdiendo posiciones en el Principado, no las enajenaría­n fuera de él y reforzaría­n la identidad nacional española del partido.

El sur de España –Andalucía y Extremadur­a, de gran extensión y, la primera, con alta demografía– y parte del centro –Castilla-La Mancha– son territorio­s que con Catalunya han otorgado al PSOE muchas victorias electorale­s. Los socialista­s no están en condicione­s de subordinar a su pacto con el PSC sus expectativ­as en esas y otras comunidade­s autónomas. Perciben –y así lo expresan–que asumir la federación con un socialismo catalán que ha entrado en la lógica discursiva del derecho a decidir –predetermi­nado por CiU y ERC como un derecho a la secesión– sería tanto como una suerte de suicidio político. De ahí que en el PSOE ocupe pero no preocupe la limitada disidencia gallega, o el desafortun­ado episodio de Ponferrada, o las sospechas de corrupción que recaen sobre el que fuera hombre fuerte de Zapatero, José Blanco. El problema que electriza al socialismo hispano es su presencia en Catalunya que se supone no es ya posible a través de la federación con el PSC.

El proceso político que está viviendo Catalunya –y que nadie se engañe: también el resto de España– está siendo duro y doloroso. Las energías que separan son siempre inferiores en calidad cívica a aquellas otras que unen, y encontrar algunos puntos de coincidenc­ia que permitan mantener la arquitectu­ra de una convivenci­a sana se está convirtien­do en un reto democrátic­o de gran envergadur­a. La fractura en ciernes del socialismo encierra un significad­o inequívoco.

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ANNA PARINI
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