Un PSOE para Catalunya
La sísmica política que registra Catalunya trae causa de los dos gobiernos presididos por Maragall y Montilla y por un segundo proceso estatutario pésimamente gestionado por el PSOE dirigido por Rodríguez Zapatero. La crisis profunda del PSC –cuarteado en sectores enfrentados– y su agónica relación con el PSOE, no son sino la consecuencia de aquellos extraños cálculos según los cuales el socialismo catalán, con la muleta de ICV y la ayuda ocasional de ERC, sustituiría al nacionalismo estatutario de CiU que durante casi un cuarto de siglo gestionó los intereses de Catalunya desde un territorio político e ideológico amplio y central.
La inconsistencia de aquella apuesta la está pagando el socialismo español –catalán incluido– a precio muy costoso. Porque el PSC está internamente roto y su relación con el PSOE agoniza. Les mantiene precariamente unidos la convicción de que una derogación definitiva de su actual protocolo de federación ofrecería a la derecha una larga hegemonía en el Gobierno central. Sin embargo, la discrepancia sobre un aspecto nuclear de su definición ideológica –el carácter nacional español del PSOE y el catalanista del PSC– se comporta como una energía centrífuga que no permite reencontrar la senda de un renovado acuerdo.
Los socialistas catalanes –en grado y medida diferente según qué sectores– entienden que no pueden desengancharse de un catalanismo que ahora se materializa en el apoyo al llamado derecho a decidir. Los socialistas españoles mantienen que no es compatible su proyecto español con la federación en Catalunya con un partido que propugna una consulta soberanista aunque su posición última remita a un federalismo y en ningún caso a un planteamiento secesionista.
El brusco movimiento de CiU y ERC tras la Diada del pasado año ha reformulado no sólo el catalanismo de los nacionalistas, sino que ha obligado también a revisarlo a los demás partidos que se incluían en ese espectro. La opción de Navarro, que pretende una vía intermedia (reclamar una negociación entre Generalitat y Estado que desemboque en una consulta legal sobre una formulación soberanista como la del Parlament del día 23), está muy lejos de convencer al PSOE pues implica introducirse en la dinámica impulsada por Mas y Junqueras, taxativamente rechazada por todas las or-
El PSC se ha situado en un espacio poco convincente, de dudoso rédito electoral y estético
ganizaciones territoriales del PSOE.
El PSC –primero en Madrid y luego en Barcelona– y aun a costa de fuertes tensiones internas y de un radical enfrentamiento con el PSOE, ha tratado de situarse con mociones parlamentarias en un espacio poco convincente y de dudoso rédito electoral. Parecería que se tratase mucho más de lograr una posición puramente estética que de encontrar un acomodo confortable para abordar el problema de fondo que se plantea en Catalunya y que concierne a su nivel de autogobierno. Y en esas circunstancias, el acuerdo con el socialismo español no es posible. Muchos dirigentes del PSOE abogan abiertamente por una presencia electoral directa ante la sociedad catalana porque, aun perdiendo posiciones en el Principado, no las enajenarían fuera de él y reforzarían la identidad nacional española del partido.
El sur de España –Andalucía y Extremadura, de gran extensión y, la primera, con alta demografía– y parte del centro –Castilla-La Mancha– son territorios que con Catalunya han otorgado al PSOE muchas victorias electorales. Los socialistas no están en condiciones de subordinar a su pacto con el PSC sus expectativas en esas y otras comunidades autónomas. Perciben –y así lo expresan–que asumir la federación con un socialismo catalán que ha entrado en la lógica discursiva del derecho a decidir –predeterminado por CiU y ERC como un derecho a la secesión– sería tanto como una suerte de suicidio político. De ahí que en el PSOE ocupe pero no preocupe la limitada disidencia gallega, o el desafortunado episodio de Ponferrada, o las sospechas de corrupción que recaen sobre el que fuera hombre fuerte de Zapatero, José Blanco. El problema que electriza al socialismo hispano es su presencia en Catalunya que se supone no es ya posible a través de la federación con el PSC.
El proceso político que está viviendo Catalunya –y que nadie se engañe: también el resto de España– está siendo duro y doloroso. Las energías que separan son siempre inferiores en calidad cívica a aquellas otras que unen, y encontrar algunos puntos de coincidencia que permitan mantener la arquitectura de una convivencia sana se está convirtiendo en un reto democrático de gran envergadura. La fractura en ciernes del socialismo encierra un significado inequívoco.