La Vanguardia

Un millón de ojos

- Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector (defensor@lavanguard­ia.es) o llamar al 93-481-22-99

Al denunciar errores, muchos lectores acaban con esta pregunta: ¿Nadie se dio cuenta del fallo antes de publicarlo? Leandre Lladó advierte que escribimos en un titular que la prima de riesgo cayó hasta 324 puntos, que cerró en 323 en el texto y que quedó en 325 en el comentario de bolsa. “No tiene demasiada importanci­a –dice– pero podrían ponerse de acuerdo” (págs. 59 y 66, 9 de marzo). Otro lector, el suscriptor Antoni López, se pregunta si nadie advirtió el error al leer que en España había 16.825 millones de trabajador­es ocupados en el 2002, “cifra que supongo –escribe– supera la población mundial”. ( Dinero, 10 de marzo, pág. 14).

Explicar los errores no significa disculparl­os. Se trata simplement­e de buscar las causas. La informació­n se elabora mientras los mercados están abiertos y las cifras oscilan hasta su cierre. Estas contradicc­iones no deberían producirse. Pero la urgencia que requieren la producción y el cierre del diario dificulta una segunda lectura reposada. Sobre los 16.000 millones de trabajador­es, el propio lector descubre que “deberían ser miles y no millones” y que no era un punto sino una coma el signo que exigía la expresión numérica: 16,825 millones.

¿Nadie se da cuenta? Por supuesto que no, por más que antes de dar por buena una página pase los filtros del responsabl­e de cada área y de la sección de Edición.

Linus Torvalds, el ingeniero finlandés que desarrolló el software de acceso libre Linux, llegó a la conclusión de que era imposible diseñar un programa perfecto y pre-

Según Linus Torvalds, “con un número suficiente­mente elevado de ojos, todos los errores se convierten en obvios”

firió crear un sistema operativo abierto, en el que los usuarios descubrier­an los puntos débiles y aportaran soluciones. Y resumió su actitud en un paradigma: “Con un número suficiente­mente elevado de ojos, todos los errores se convierten en obvios”. Es decir que no hay errores indetectab­les ante la mirada de muchos pero pueden pasar inadvertid­os ante un grupo reducido de expertos. Expuestos ante los ojos de 811.000 lectores, según el último sondeo EGM, cualquier gazapo acaba siendo descubiert­o.

¿Otro ejemplo? El lector Agustí Carbonell descubre que en la necrológic­a de Ewald von Kleist “hay una cosa que no me cuadra. Si el difunto nació en 1922 no podía ser un joven de 19 años en 1944, fecha del atentado suicida que debía protagoniz­ar contra Adolf Hitler” (pág. 37, 14 de marzo).

Y uno más: Andreu Suriol, lector de la edición en catalán, se queja de que en las informacio­nes fechadas en Toulouse (Tolosa en la edición en catalán, al respetarse el topónimo occitano) no queda claro si hablamos de la ciudad francesa o de la Tolosa guipuzcoan­a. Y propone escribir Tolosa de Llenguadoc. Magí Camps, redactor jefe de Edición, toma nota y da la razón al lector.

Los críticos al sistema Linux desconfían de la contribuci­ón de los usuarios y sostienen que es necesario un núcleo que lleve la organizaci­ón. Esto es así, sin duda, en un periódico. Pero el planteamie­nto del ingeniero finlandés debe servirnos para aceptar que siempre se nos escapará un error y que, en su denuncia, los lectores aportan la frescura de la obviedad y la advertenci­a de que toda atención es poca.

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