La Vanguardia

“Habemus Papam”

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Los miércoles suelo ir a almorzar a Casa Leopoldo con mis compañeros de la Lamentable Peña. La Lamentable está formada por un grupo de personas heterogéne­as, tanto en el aspecto personal como en el profesiona­l, a las que les une un sentimient­o de amistad. La peña se creó por una iniciativa del periodista José Martí Gómez y si bien es cierto que en ella predominan los profesiona­les de los papeles, también contamos con un chocolater­o, un magistrado y un hombre de teatro, y nuestro secretario, cuya principal función consiste en servir el whiskey después del almuerzo, es un abogado anarquista, el muy ilustre Mateo Seguí.

Casa Leopoldo (San Rafael, 24) es, con Les Set Portes, uno de los pocos restaurant­es de mi infancia que permanecen en pie. Lo descubrí a finales de los años cuarenta, el día en que mi padre me llevó a tomar aquella famosa parrillada de pescado y marisco, seguida de un descomunal muslo de pavo y, de postre, una oronda, olorosa y sabrosa naranja con que me obsequió el señor Leopoldo –el padre de mi querido y añorado Germán Gil, el Exquisito, padre a su vez de mi no menos querida Rosita, la actual propietari­a–, y que yo me guardé para el desayuno, antes de ir al cole, bien peladita, cortadita en rodajas, regada con unas gotitas de moscatel y espolvorea­da de azúcar, del blanco. Una delicia.

Han pasado los años, muchos años, y ni el barrio del Raval ni Casa Leopoldo tienen nada que ver con mis recuerdos de niño, ni con aquella Casa Leopoldo de principios de los sesenta que describe André Pieyre de Mandiargue­s en su novela La marge (Gallimard, 1967). A Pieyre le agradaba Casa Leopoldo, o chez les Leopol

dos, como dice en cierta ocasión. Pieyre solía ir a almorzar a Casa Leopoldo con Juanita, una putilla de Medinaceli, “la petite pute aux jeux amers et au nez frais”. En su novela, Pieyre nos describe un almuerzo en Casa Leopoldo en el que él y Juanita se zamparon una escudella y un plato de criadillas. El menú costaba entonces veinte pesetas, más diez de un porroncill­o de blanco y el postre. Ahora, el menú sale por veinticinc­o euros. El miércoles (13 de marzo), a los de la peña nos dieron de segundo un arroz cremoso, muy rico, un arroz con rape, servido en un extraño plato en forma de cuenco en el que uno hundía la cuchara, como hacíamos en la mili. Todo sea por la condenada modernidad, o como carajo se llame.

Aquel día se respiraba un cierto jolgorio en la peña. La noche anterior el Barça había milagrosam­ente –como dijo alguien– remontado el 2 a 0 de San Siro frente al Milan. ¿Milagrosam­ente? El milagro hubiese sido que aquel triste, tristísimo Milan, ganase al Barça, un Barça estupendo. ¡4 a 0! Un gol más y gano la porra. Eugenio Madueño nos mostró en su móvil una foto de Messi que corría por la red disfrazado de Papa. “Habemus Papam!”, se leía al pie. Martí Gómez lo encontró de mal gusto, no porque sea del Espa- ñol, sino porque “con ciertas cosas no se bromea”, dijo, y acabamos dándole la razón. Hablamos del futuro Papa y todos estuvimos de acuerdo en que, tras la derrota del Milan, el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán y forofo del equipo de Berlusconi, no tenía nada que hacer.

Terminado el almuerzo me fui a la Rambla, a comprar la prensa italiana, pero no encontré ni el Corriere della Sera, ni La Repubblica, ni La Gazzetta dello Sport: los italianos no habían dejado ni un solo ejemplar. Encontré, sí, L’Équipe, con un dibujo de Hugot en el que se veía una fumata azulgrana saliendo de la chimenea de San Pedro. “Tendría su gracia que los cardenales eligiesen Papa al arzobispo de Buenos Aires”, pensé por un momento. Pero no, el argentino no estaba en las listas.

Al llegar a casa puse la tele; “Habemus Papam”, a la quinta votación. Muy rápido, demasiado. Eso quería decir que ninguno de los dos favoritos, ni el arzobispo de São Paulo ni el de Milán, los dos favoritos de la curia romana, habían logrado imponerse. Que el camarlengo Tarcisio Bertone y el decano del Colegio Cardenalic­io, Angelo Sedano, el compinche de Rouco Varela, no se ha- bían salido con la suya. Habían, pues, ganado los otros, los americanos. ¿Pero quién, cuál de ellos? Media hora más tarde, Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, aparecía, se aparecía, vestido de blanco, en el balcón de la basílica, convertido en Papa. El papa Francisco, como il Poverello de Asís. Toma castaña.

Como la inmensa mayoría de los españoles pertenezco a la Iglesia católica, es decir, que he sido bautizado, pero hace un montón de años que no me considero como tal, vamos, que no comparto “el fervor de un rebaño que espera ser pastoreado”, como escribe el chico Sostres en El Mundo (14 de marzo). No me considero católico, pero siento una gran curiosidad por cuanto ocurre en la Iglesia católica y de manera especial en el Vaticano. ¿Por qué? Pues no sabría decirlo, pero es así. Confieso que la inesperada aparición de ese Papa argentino, un Papa jesuita que se presenta como franciscan­o, como el papa Francisco, me ha causado una cierta impresión. ¿Y qué ocurrirá ahora? El jueves vi en la tele al arzobispo Bergoglio en Buenos Aires, unos meses antes de ser proclamado Papa, diciéndole a un grupo de feligreses que “el poder y el dinero producen el mismo efecto que una ginebra en ayunas”. ¿Cómo le sentará al papa Francisco el poder del Vaticano, podrá con él? Ese hombre es un valiente. Y encima se apasiona con el tango, le encanta Borges y es un hincha del San Lorenzo de Almagro, su club de fútbol de toda la vida, desde que en 1946 ganó la Liga argentina tras vencer, como él, a dos de los grandes: el River Plate y el Boca Juniors. Un club que, mira por dónde, luce en su camiseta los mismos colores que el Barça. Ese hombre me cae simpático. Mucha suerte, papa Francisco. Y ojo con la ginebra...

 ?? ANDREA SOLERO / EFE ?? El papa Francisco dirigiéndo­se a los miles de peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, tras ser elegido nuevo pontífice
ANDREA SOLERO / EFE El papa Francisco dirigiéndo­se a los miles de peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, tras ser elegido nuevo pontífice

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