Atención, silencio
Pablo d’Ors logra un inesperado éxito con ‘Biografía del silencio’, un breve y personal ensayo sobre la meditación
“El silencio fomenta la atención, y sólo cuando estamos atentos podemos vivir”, dice D’Ors
“Casi ninguna reflexión mueve a la acción; la mayoría conduce a la parálisis. Es más: reflexionamos para paralizarnos, para encontrar un motivo que justifique nuestra inacción. Pensamos mucho la vida, pero la vivimos poco”. O “Me ha costado cuatro décadas comprender que el hombre empieza a vivir en la medida en que deja de soñar consigo mismo”. O “Lo que queremos es que el mundo se pliegue a nuestras apetencias. Nos pasamos la vida manipulando cosas y personas para que nos complazcan (...) No manipular, limitarse a ser lo que se ve, se oye o se toca, ahí radica la dicha de la meditación”.
Son algunas de las reflexiones que el novelista Pablo d’Ors (Madrid, 1963) vierte en su breve ensayo Biografía del silencio (Siruela), un relato de su experiencia con la meditación que se ha convertido en inesperado best seller y va por la cuarta edición. Un ensayo que guarda estrecha relación con una novela que D’Ors publica en Pre-Textos, El olvido de sí, sobre la aventurera búsqueda espiritual del vizconde Charles de Foucauld, quien, dice, “escuchó siempre su conciencia y siempre la obedeció. Algo insólito: apenas la escuchamos y ca- si nunca le hacemos caso”.
“Hago silencio desde los 30 años”, cuenta D’Ors, “pero una cosa es hacer silencio o meditación y otra tomárselo como disciplina muy rigurosa, lo que hago desde hace ocho años. Hasta los 40 vivía sumando, pensaba que la identidad era una conquista que se adquiría a base de sumar experiencias, viajes, datos. Luego vi que no es una conquista, sino un descubrimiento”, explica el escritor, que es sacerdote católico y capellán en un hospital y que recuerda que se interesó por el mundo religioso leyendo los libros de Lobsang Rampa, que, ríe, luego resultó un impostor.
En su opinión, “el ruido es el problema número uno en Occidente. La dispersión, que nos hace no saber dónde estamos ni quienes somos, genera un desasosiego del que sólo se puede salir pensando, llevando un ritmo más lento, humano. Lo más fácil es dejarte llevar, pero sin vida interior la vida no es humana, vivimos muy por debajo de nuestras posibilidades”. Y el silencio, apunta “fomenta la atención, y sólo cuando estamos atentos podemos vivir. Só- lo amamos cuando estamos atentos, como decía Simone Weil”. Y remarca que a eso ayuda la meditación, que funciona a través de la vía perceptiva y no la discursiva: “La percepción te coloca en el presente”.
Sabe que hay mucha gente hoy que utiliza la meditación despojada de cualquier religiosidad, pero cree que “con relativa facilidad pueden engendrar actitudes auténticamente religiosas”. Y lo dice él que desde el cristianismo se ha acercado al budismo: “Siempre digo que lo propio del cristiano es ser pontífice, tender puentes, el deseo del encuentro con el otro. La verdad, la belleza y el bien no tienen copyright”.
Por lo demás, dice, la meditación está al alcance de todos. “Se aprende como a amar, equivocándote, intentándolo, fallando. Hay un anhelo de plenitud que es lo más importante. La meditación te ayuda a mirar las sombras interiores, la ambición, la codicia, y ver que no es lo que nos define de manera más radical”. Él comenzó leyendo sobre el zen, “que es el desierto interior, el silencio en el sentido más puro y duro”, luego practicó a solas y más tarde buscó guía. “Lo que me aporta la meditación es el olvido de mí mismo. Escuchar bien sin pensar en ti. La técnica más importante, un arte, es concentrarse en la respiración, en la inspiración y la expiración, que reproducen el ritmo esencial de la vida: tomar y dar, acoger y entregar. Sin eso, la vida no funciona”.