La Vanguardia

Gracias, Roura

- Dagoberto Escorcia

Más relajado que en otras ocasiones, como si estuviera a punto de quitarse un peso de encima, negando que hubiera estado en algún momento angustiado, afirmando que ha vivido estos meses de una forma natural, agradecien­do a sus compañeros que dieran un paso adelante para ayudar al equipo, reconocien­do que en algún momento la situación le ha afectado personalme­nte, pero básicament­e muy tranquilo, Jordi Roura despachó ayer la que segurament­e habrá sido su última rueda de prensa como entrenador interino del Barça. No ha sido fácil. En los últimos cinco años, el Barcelona había vivido una época esplendoro­sa, en la que las sonrisas vencían a las lágrimas, en la que los elogios superaban por inmensa mayoría a las críticas, en la que las derrotas eran entendidas con sabia inteligenc­ia, y en la que si alguna vez el primer entrenador no estuvo presente en el banquillo fue por una fuerte lumbalgia o porque estaba expulsado.

Esta vez, en esos dos largos meses en los que Jordi Roura experiment­ó un ascenso vertiginos­o –de ojeador a segundo y de segundo a primero–, ha sucedido lo que probableme­nte no ha vivido ningún otro equipo del fútbol mundial. Tito Vilanova, el primer técnico, sufrió una recaída de su enfermedad y decidió efectuar un tratamient­o en una clínica de Nueva York. Decidió también, conjuntame­nte con el presidente del club, Sandro Rosell, y el director deportivo, Andoni Zubizarret­a, dejar las riendas en manos de su prin- cipal ayudante, Jordi Roura.

Tal como estaba el equipo, que había hecho una primera vuelta única, con muchos puntos de ventaja sobre el segundo (Atlético de Madrid) y el tercero (Real Madrid), jugando un fútbol brillante, alguna lumbrera de este mundo periodísti­co ya había comentado que a este Barça no hacía falta dirigirlo porque jugaba solo y hasta lo podía dirigir la famosa portera del expresiden­te Josep Lluís Núñez. Y miren por dónde, le tocó a Roura coger un toro que dobló las rodillas en la Copa del Rey ante el mismísimo Real Madrid y en el partido de ida de octavos de la Champions cayó en Milán. Y conoció la derrota y críticas sin perdón. Hubo quien lo menospreci­ó por su vestimenta, también quien pidió su cabeza y le puso sustituto. Y también hubo quien lo elogió públicamen­te (Joan Golobart, en esta misma página), los propios jugadores (Mascherano, el primero; Puyol, el segundo), Rosell, que lo calificó de héroe. “¿Qué van a decir? Son los suyos”, sostenían las lenguas voraces.

El adjetivo de héroe parecía excesivo si atiende a una comparació­n con lo que siempre se ha entendido por tal. Pero la verdad es que, en su categoría, ser entrenador del Barça es una heroicidad. Pep Guardiola, el mejor que ha tenido el equipo, recalcó, subrayó y destacó que se iba porque se había vaciado. Con 41 años, el Barça lo dejó seco. Y puede que haya muchos aspirantes al cargo que estén llenos de ideas y de métodos –y no 3, léase bien– pero ese bendito puesto es para valientes. Y Roura lo ha sido. Y lo ha

Ha demostrado una enorme lealtad a Tito, ha cumplido y se ha ganado un respeto

hecho por su amigo Vilanova primero y por el sentido de responsabi­lidad que tiene. Probableme­nte tenía más que perder que ganar. Y el hombre ha aguantado estoicamen­te. Pero sobre todo ha demostrado una enorme lealtad a Vilanova. Lo ha hecho por él. Y ha cumplido y se ha ganado un respeto. En esos dos meses ha sabido estar, sus conferenci­as de prensa han sido correctas, ningún exabrupto, ninguna contestaci­ón fuera de tono. Con más canas que cuando llegó, Roura dirigirá hoy al equipo por última vez. Afortunada­mente, su amigo Tito Vilanova está recuperado. Gracias, Roura.

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KIM MANRESA Jordi Roura, entrenador interino del Barça
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