Disciplina victoriana con mucha deuda
Crispado debate en el Reino Unido sobre la austeridad
Quizás sea injusto echar la culpa a los gobiernos de la periferia de la zona euro por los discutibles resultados de sus políticas de austeridad. A fin de cuentas, llegaron órdenes desde Berlín, Frankfurt y desde los operadores de bonos en Wall Street y la City. Se dispararon los tipos de interés; creció el temor de insolvencia en países que no controlan la divisa en la que están endeudados. Hacía falta dar alguna señal de obediencia.
Pero en el caso británico, las órdenes de recortar todo llegaron desde la mismísima Downing Street, residencia del primer ministro David Cameron y de su chancellor (ministro de Hacienda) George Osborne. Esto pese a que los costes de servicio de la deuda se sitúan en los niveles más bajos desde la gran depresión. Por eso, existe un crispado debate sobre la austeridad en Londres. Economistas británicos como Simon Wren Lewis, de la Universidad de Oxford; Jonathan Portes, del influyente think tank Niesr, o Martin Wolf, desde su influyente columna en el Financial Times (apoyados desde EE.UU. por el premio Nobel Paul Krugman, el exsecretario del Tesoro Larry Summers y Olivier Blanchard, economista jefe del FMI en Washington) acusan el Gobierno de haber cometido un harakiri económico sin motivo ni razón.
A diferencia de España u otros países de la periferia de la zona euro, el Reino Unido habría podido aprovechar el momento, dijo Portes en una con- versación telefónica mantenida la semana pasada. “Con los tipos a largo plazo en niveles históricamente bajos, debería haber aumentado la inversión publica”, dijo. La insistencia de Osborne en que los tipos bajos son el resultado de su restrictiva política fiscal, no es cierto, dice Portes. “Son el resultado del bajo crecimiento”.
Coincide Wren Lewis: debido a la pasividad del BCE, “la austeridad en la europeriferia ha sido más dura de lo que se necesitaba”. Pero “lo que George Osborne ha hecho en el Reino Unido equivale a privar de alimentos a un paciente enfermo y forzarlo a ducharse con agua fría”, ironiza.
Esta “disciplina inglesa” tiene admiradores en Madrid, sin duda. Pero sólo ha servido en el Reino Unido para que crezca aún más la deuda. Ya rebasa el 80% del PIB y sumada a la deuda privada el grado de endeudamiento alcanza el 250% del PIB.
¿Qué ha quedado de la tesis de la “contracción expansiva” con la que los tories ganaron las elecciones del 2010, la versión británica de la salomónica consigna electoral del PP: “¿No se trata de austeridad o crecimiento, sino austeridad y crecimiento también? Pues no queda nada de esta tesis, si es que había gente sensata que la tomaba en serio en primer lugar”, sentencia Portes.
Pero sí hay economistas que defienden a Osborne, pese a todo. Bridget Rosewell, exmiembro del comité monetario del Banco de Inglaterra, y Paul Ormerod, de Volterra Partners, rechazan el argumento de que los estímulos fiscales hubieran evitado el estancamiento. “La política fiscal no es muy eficaz como estímulo económico”, sostiene en una respuesta a Portes. Es más –dice–, la deuda británica está peligrosamente cerca del 90%, que desata crisis de confianza en los mercados. Puede que el Reino Unido tenga más opciones macroeconómicas que la europeriferia, pero no tiene margen para hacer las políticas fiscales expansivas que defienden Krugman y Summers. “EE.UU. es una potencia que puede hacer lo que le dé la gana; nosotros no”, sostienen Rosewell y Ormerod. El riesgo si se diera marcha atrás en las políticas de austeridad: “Subidas de tipos a largo al 7% o 8%y el colapso de la libra esterlina”, dice.
Puede ser verdad. Pero por el momento, las subidas de tipos sobre bonos brillan por su ausencia, pese a la expansión monetaria agresiva del Banco de Inglaterra, y la ligera depreciación de la libra parece muy positiva para el Reino Unido, cuyas exportaciones no han creado una vía de escape de la crisis.