La gruta invisible
La brisa del papa Francisco llega a la cueva de Manresa, epicentro de la espiritualidad jesuita
Cuál es el camino más corto para llegar a la cueva? –pregunto a la encargada del gran parking que hay bajo la Seu de Manresa.
–No te lo sabría decir. No he ido nunca allí –contesta–.
La cueva de San Ignacio, donde nació una espiritualidad global, atrae a equipos de televisión japoneses y a peregrinos lejanos como Michael, de Missouri, que el sábado escribía fascinado una nota en el libro de visitas. Gracias a lo que ocurrió aquí hace cinco siglos tenemos hoy –de Holanda a Australia pasando por Congo– sesenta casas, colegios y centros universitarios que llevan el nombre de Manresa. Como el Manresa Center de la Universidad de Saint Louis. Pero la encargada del parking no ha entrado nunca en la cueva: está a sólo cinco minutos de su garita.
Es la marca de esta gruta: tan universal como desconocida por los manresanos y catalanes. ¿Qué ocurrió en su interior en 1522? Que san Ignacio colgó sus vestiduras militares frente a la Moreneta, bajó descalzo a Manresa y en esta cueva, frente al río Cardener y la silueta de Montserrat, escribió sus Ejercicios Espirituales. Es el epicentro de su revolu
ción: apaleado en Barcelona y encarcelado en Salamanca por su nueva espiritualidad, san Ignacio tuvo que marchar a París y fue allí, en la iglesia de Nuestra Señora de Montmartre, donde juró “servir a nuestro Señor dejando todas las cosas del mundo”. Nacía la Compañía de Jesús.
La calidad y la diversidad geográfica, y no la cantidad, definen hoy el peregrinaje a la gruta. “Vienen sabiendo lo que buscan”, afir- man los encargados. Una cueva invisible y global a la vez.
El próximo sábado organizarán un día de “puertas abiertas” en un lugar –la cueva y la Casa de Ejercicios levantada encima en el siglo XIX– que tiene siempre abiertas las puertas. A veces aparece algún magrebí –hay muchos en Manresa– preguntando si puede entrar. “Claro que sí”.
El jesuita Josep Maria Bullich oficiaba ayer la misa de doce en la iglesia de la cueva. Hizo suyo el mensaje que el papa Francisco lanzó su primer día de papado: que la Iglesia es mucho más que una oenegé piadosa. “No es lo mismo hacer el bien en nombre de Jesús que desde la bondad humana”, dijo el padre Bullich, que defendió con fuerza el papel de la Iglesia en el gran escándalo: “Por cada sacerdote pederasta hay 500 que se dejan la vida donde Dios perdió la zapatilla”.
El padre Bullich hace suyo el mensaje del nuevo Papa hasta en el padrenuestro. “Como lo primero que hizo Francisco al salir al balcón”, dice al invitar a los fieles a rezarlo.
El primer jesuita elegido Papa no ha visitado nunca la gruta donde san Ignacio vio la luz
Cuando fue elegido, la prensa buscó las claves del nuevo papado en el hecho de ser jesuita. ¿Hasta qué punto es eso importante? ¿De qué orden era Juan Pablo II? ¿Y Benedicto XVI?
El único Papa que pasó por la gruta de San Ignacio –siendo cardenal– fue Juan XXIII, que era franciscano. Y nadie tiene aquí constancia de que Francisco, el primer jesuita que llega a Papa, haya entrado nunca en la cavidad donde san Ignacio escribió la espiritualidad de los jesuitas.
Es el misterio de la gruta más universal.