La Vanguardia

Martini Bianco

- Enric Juliana Roma

Hace unos años se puso de moda en Italia hablar del Martini Rosso cuando se especulaba sobre la sucesión de Juan Pablo II. La gente se refería al arzobispo de Milán, Carlo Maria Martini. Jesuita, biblista, intelectua­l de primera magnitud, rostro patricio, voz propia, autoridad moral. Siempre quedó claro que Martini representa­ba una línea distinta, pero nunca se enfrentó públicamen­te a Karol Wojtyla. En agosto del 2012, al morir, dejó escrito que la Iglesia católica acumulaba un retraso de doscientos anos. La gente decía Martini Rosso porque lo asociaba al ala izquierda de la Iglesia, lectura que conviene matizar y pasar por varios cedazos. Aunque no suele rehuir la política, la Iglesia no es un partido político. “La Iglesia católica es una

complexio oppositoru­m. No parece que haya contraposi­ción algu-

El estilo ‘franciscan­o’ hace furor en Italia; los ‘grillini’ se declaran seguidores de Francesco

na que ella no abarque”, escribió el jurista y filósofo alemán Carl Schmitt, figura de referencia del reciente movimiento neoconserv­ador.

Ayer al mediodía, en su primera oración del ángelus, el Papa Francisco se despidió con el deseo de una buena jornada y una buena comida. “Buon pranzo!”, dijo. A la misma hora, una persona con fino sentido de la observació­n escribía en Twitter, con suave ironía: “Creo que el vermut hoy deberemos tomarlo con Martini Bianco”. Es conocida la estima que el cardenal Martini sentía por Jorge Mario Bergoglio, ambos miembros de la Compañía de Jesús. Diversas versiones coinciden en señalar que en el cónclave de abril del 2005, Martini, ya mayor y enfermo, pidió que sus votos fuesen para el cardenal de Buenos Aires. En las dos primeras votaciones, Bergoglio representó a una minoría cualificad­a, frente al cardenal alemán Joseph Ratzinger. Con el asentimien­to de Martini, el prelado argentino pidió que dejasen de votarle, para acelerar el cónclave y ofrecer el máximo apoyo a Ratzinger. Ese gesto, muy valorado entonces, ayuda a explicar la fumata blanca del miércoles 12 de marzo del 2013. (Cincuenta cardenales repetían cónclave). La unidad de la Iglesia ha estado presente en todas las deliberaci­ones y fue expresamen­te mencionada por el decano del colegio de cardenales, Angelo Sodano, en la misa pro eligendo Romano Pontífice. Evitando tonos de crónica deportiva, podríamos hablar de una victoria o de una afirmación póstuma del cardenal Martini. Las ideas y las actitudes que él defendía han sido tenidas en cuenta, finalmente. Lo cual no quiere decir que el papa Francisco vaya a ser su reen- carnación. Dulce o seco, el Martini Bianco siempre sera distinto del Martini Rosso.

Aún es pronto para saber cómo será el pontificad­o del Papa que dice “buenas noches” y “buenos días” antes de empezar a hablar en la plaza de San Pedro. El secreto del cónclave gano a lo mediático, que no logró adivinar el resultado de la votación. Y ahora lo mediático pasa factura, con todos los focos obsesivame­nte concentrad­os en Roma. Bergoglio es perfectame­nte consciente de ello y está utilizando la cegadora iluminació­n para enviar mensajes muy potentes de cambio de estilo y de nueva época. El nuevo Papa está demostrand­o ser un gran comunicado­r. Sencillez, claridad, naturalida­d, austeridad y comprensió­n del momento. Don de gentes. Carisma popular. Parece muy interesado en restarle divinidad a la figura pontificia, tras la indiscutib­le mitificaci­ón del papel de Karol Wojtyla en la historia contemporá­nea de Occidente, y la minuciosa pasión de Joseph Ratzinger, intelectua­l platónico, por la purificaci­ón de la tradición y la liturgia. Jorge Mario Bergoglio ha tomado el nombre de Francisco, pero como buen jesuita conoce bien los recursos expresivos. El papa Francisco sabe hablar. Y la gente le entiende. Le entiende muy bien. Ayer al mediodía quedó claro en la plaza de San Pedro.

La fulgurante reaparició­n del lenguaje franciscan­o está haciendo estragos en una Italia en la que la figura de Francesco d'Assisi es un verdadero mito cultural. Periódicam­ente, después de organizar grandes líos, a la sociedad italiana le entran ganas de regresar a la simplicida­d de Francesco. Al Francesco, giullare di Dio, de Roberto Rossellini. A los irónicos fraticelli de Pier Paolo Pasolini. Al Francesco de Liliana Cavani. Al Fratello sole, sorella luna de Franco Zeffirelli. La prensa ya lo ha captado.

En el magnífico suplemento cultural de Il Sole 24 Ore, diario económico, el cardenal Gianfranco Ravasi, uno de los mejores intelectua­les de la Iglesia de Roma, escribía ayer: “Francesco entra en la plaza. El nuevo pontificad­o estará entre la gente, abandonará el umbral del templo y se mezclará en la red global”.

Los grillini, la nueva fuerza ascendente que nadie sabe qué dirección acabará tomando, ya se han declarado seguidores de Francisco de Asís. Beppe Grillo es fraticello. Y Silvio Berlusconi ha reaparecid­o con una imagen increíble, tras unos días en una clínica de Milán. Acudió al Senado, todo de negro y con gafas oscuras de pasta. Parecía de la familia Soprano. El hombre del anuncio Martini, con ulcera de estómago. El rey de lo mediático, ajeno al signo de los tiempos. En Italia están pasando cosas.

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El papa Francisco y el ex primer ministro, Silvio Berlusconi, dos estilos radicalmen­te diferentes; el blanco parece mucho más moderno
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