La manguera del descontento
Oscar Wilde escribió que el descontento es el primer paso en el progreso de un hombre o una nación. Ciertamente, la rebelión ante la injusticia no sólo es legítima, sino que refuerza nuestra condición de ciudadanos. De hecho, la democracia exige la protesta democrática para reforzar su esencia. Es más, no hay democracia sin protesta, sin posibilidad de disentir, no hay libertad sin la potestad de expresar demandas. Algunos politólogos consideran incluso que la protesta es el primer derecho en democracia.
Sin embargo, la manifestación de una protesta requiere de sentido de responsabilidad. Incluso la indignación necesita de la ejemplaridad, porque el control de los medios de la queja subraya su intención y engrandece su mensaje. Los convocantes de las protestas acostumbran a ser los primeros preocupados en que los excesos de algunos no las deslegitimen, que las salidas de tono no sirvan para criminalizar a todo un colectivo.
Es por todo ello que la imagen del jueves de unos bomberos de uniforme rociando con espuma a los Mossos d’Esquadra que protegían la sede de la Conselleria d’Interior desconcierta casi tanto como sorprende. Ver a los policías autonómicos rebozados de blanco por la acción de los bomberos
La protesta es el primer derecho de la democracia, pero sus excesos pueden deslegitimarla
provistos con mangueras no tiene ni pies ni cabeza. Se trataba de un enfrentamiento entre funcionarios por los recortes a los funcionarios. Nadie con sentido común acierta a entender qué se pretendía con la acción. Los bomberos volcaron tres contenedores de basura, quemaron un par de neumáticos, lanzaron petardos y bombas de humo tras rociar a los agentes. Al final, los policías, hartos de ser tratados como muñecos de feria, reprimieron a los manifestantes, coincidiendo con el momento en que traspasaron la barrera de seguridad.
La protesta contra la política de la Generalitat se convirtió en un enfrentamiento entre funcionarios, lo que desde el punto de vista de la lucha sindical es un mal asunto. Las televisiones difundieron las chocantes imágenes y los fotógrafos de prensa tomaron impactantes instantáneas. La nuestra es la civilización del espectáculo, como escribió Mario Vargas Llosa, y el afán de dar a conocer una acción hace que prime la performance sobre el mensaje, lo que acaba banalizando la protesta y frivolizando el relato.
Como muchos ciudadanos, me siento solidario con los funcionarios que año sí y año también ven recortados sus salarios, pero cuesta entender que sus manifestaciones contribuyan al enfrentamiento entre dos colectivos de trabajadores de las administraciones públicas, víctimas de los mismos recortes. Como si no distinguieran entre los autores activos de la medida y los actores pasivos de la rebaja. Decía Johann Goethe que, a veces, el hombre es como la paloma que protesta contra el aire, sin darse cuenta de que es lo único que le permite volar.