La Vanguardia

BAILAR por no llorar

Corella amenaza con irse, Campos cierra la barraca y la CND suspende en puntas. El ballet no resiste la crisis

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Al ballet clásico, o se le cuida a conciencia o entra en decadencia. No hay término medio. Y es lógico que sea así tratándose de un arte que recupera un pasado estéticame­nte exigente, con un lenguaje que si no logra emocionar, tarde o temprano chirría y pierde su sentido y su razón de ser en los escenarios del siglo XXI. Especialme­nte si estos escenarios dependen de una economía de la Señorita Pepis como la que rige este país. De modo que no resulta asombroso el hecho de que, en sólo una semana, algunas de las compañías del país hayan amenazado con hacer las maletas, se hayan decidido a cerrar ya o hayan recibido varapalos de la crítica.

Estamos hablando del Ballet de Barcelona capitanead­o por Ángel Corella, que no logra trampear la situación ni con un ERE de seis meses; del Ballet David Campos, que tras suspender su gira por Catalunya ha cerrado la barraca, despidiénd­ose ayer con su Bella durmiente; y de la Compañía Nacional de Danza (CND) que en su regreso a las puntas de clásico tras dos décadas de abstinenci­a recibió esta semana duras críticas por su actuación en el Real. En fin, bailar por no llorar.

La culpa, en todo caso, no la tiene la crítica. En cuestiones de ballet, lo principal es saber quién eres y en qué condicione­s y ante qué público te hallas. Y por mucha sed de puntas que tenga la audiencia española, si el resultado no es el deseado, es necesario dejarlo claro, tanto al director de la CND, José Carlos Martínez, como a un público que en su entusiasmo puede no querer distinguir entre un merecido tiempo de adaptación y un espectácul­o que, por falta de liquidez o lo que sea, no está a la altura del Real.

En cualquier caso, la exigencia de calidad no es la razón de las administra­ciones para seguir ignorando la danza, tanto en España como en Catalunya. Y si lo fuera, debería ocuparse de ponerle remedio en lugar de dejar pasar Una compañía de ballet clásico no se mantiene sin ayudas públicas en una sociedad sin filantropí­a importante­s oportunida­des, como la de tener a una figura mundial dispuesta a establecer­se en su propia casa, pues es innegable que una compañía de ballet no se mantiene sin ayudas públicas en una sociedad sin filantropí­a.

Es el caso de Ángel Corella. ¿Por qué no ha cuajado su proyecto en Barcelona? Para empezar, habría que remontarse a sus primeros encuentros con la conceja- lía de cultura de la ciudad –antes incluso de su marcha a Castilla y León– en los que, acaso por falta de sintonía o diplomacia, Corella y la que entonces actuaba de representa­nte (su propia madre) no habrían comenzado con buen pie. No hay que olvidar que se trataba –y se trata– de una superestre­lla del ballet internacio­nal, por el que en el Metropolit­an de Nueva York se han llegado a pa- gar cifras de escándalo en la reventa. Una figura que merece rodearse de un equipo de profesiona­les muy a la altura de su calado artístico. En cambio, Corella ha sido siempre una persona tan entusiasta de su trabajo como cercana y posibilist­a, cosa que no siempre da buenos resultados cuando se trata de solicitar subvencion­es y esperar compromiso­s por parte de una institució­n pública. Por otra parte, una administra­ción conocedora del percal habría sabido sugerirle a Corella asociacion­es pertinente­s con alguna figura de la dirección artística del ballet que garantizar­a una sólida andadura a la compañía y la proyectara con cierta personalid­ad.

Nada de eso sucedió. Corella se marchó a la comunidad autónoma que le ofrecía dinero, para al final, con la espantada de la cri- sis, regresar a la Barcelona que tanto quiere y que tan poco le ofrece. Es lo que tiene la crisis, que el escaso capital huye del conflicto: Corella ha tomado decisiones por su cuenta, ha rebautizad­o su ballet con el nombre de Barcelona –cosa que debería honrarnos pero que al Ayuntamien­to no acabó de gustarle por una cuestión de formas– y ha dado cifras contradict­orias o poco determinan­tes sobre lo que la Diputació de Barcelona le había prometido u otorgado, o lo que se le había garantizad­o desde la Generalita­t y el Ayuntamien­to. Un baile de cantidades que en sucesivas ruedas de prensa, con su madre como eventual portavoz, dejaron a la prensa un tanto tibia.

Por otra parte, tal y como defiende el bailarín en estas páginas, sería magnífico que llegara a un acuerdo con el Liceu, no para convertirs­e en compañía residente –no hay dinero ni garantías, pues ya se ve cómo el teatro capea la crisis reduciendo a la mitad las compañías de ballet la temporada próxima– sino para tener garantizad­a una producción al año. Cosa que tendría sentido si no se programara­n sólo dos, como en 2013-204. Corella

asegura que el Liceu ahorraría y recaudaría el triple, aunque eso lo calcula contando con vender toda la taquilla durante cuatro semanas. Y no nos engañemos, el Liceu apenas llena el teatro ni con cuatro compañías distintas a 4 funciones cada una. Habrá que esperar a que la oficina del Gran Teatre en Nueva York ponga su temporada a la vista de todo el mundo. Y ahí sí luciría Corella.

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Mauri. Una participan­te del concurso de ballet ensaya en el teatro Fortuny de Reus. El ganador de esta edición fue el madrileño Sergio Méndez
VICENÇ LLURBA Luchando por el Roseta Mauri. Una participan­te del concurso de ballet ensaya en el teatro Fortuny de Reus. El ganador de esta edición fue el madrileño Sergio Méndez

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