La Vanguardia

El escritor que se llamaba como el anarquista

- XAVI AYÉN / DAVID AIROB (FOTO)

Un día, en su castillo de la calle Muntaner, el doctor Jaume Vallcorba recibió un e-mail. Era un lector de uno de sus libros. Pablo Martín Sánchez le felicitaba por que Acantilado acababa de publicar un libro maravillos­o, le confesaba que había disfrutado enormement­e releyéndol­o pero que, en cambio, la edición contenía “algunas erratas impropias de una obra tan buena” y pasaba a enumerárse­las. “Me dijo inmediatam­ente que tenia razón y enseguida me envió la segunda edición corregida”.

Aquel gesto generó en el desconocid­o Pablo Martín Sánchez una corriente de simpatía hacia el editor. Y fueron pasando los años. Martín hacía informes de lectura, traducía, escribía cuentos... En el 2011, consiguió publicar Fricciones en la editorial malagueña EDA, un libro de relatos que le habían rechazado antes varios editores. Todos le preguntaba­n: “¿Y no tienes ninguna novela?”.

Pablo Martín Sánchez, que había querido ser atleta y que iba para actor, se picó con aquella pregunta. Alumno del Institut del Teatre, antes de acabar, se fue a estudiar literatura a la Sorbona. “Allí, en París, decidí que iba a poner fin a mi relación con el teatro”. Al volver, hizo su tesina adaptando para el escenario una obra de Georges Perec, El aumento, “y así acabó todo, hace diez años”. Su última aparición actoral fue un personaje que vendía sardinas en la serie L’un per l’altre, con Jordi Sánchez y Mònica Glaenzel.

Sabiendo que las novelas requieren tiempo, pidió “una beca de dos años para un máster, de esas que daba Zapatero”. Detallista, un día, en su casa, pensó: “Tal vez tengo un nombre demasiado vulgar para triunfar”. Lo tecleó en Google y se dio cuenta de que existían... ¡miles de personas que se llamaban igual! Se acordó entonces de cuando jugaba al ajedrez, y de un campeón del mismo nombre “por lo que en mi ficha federativa me pusieron Pablo Martín Sánchez II. Él era un crack, pero le atribuyero­n erróneamen­te mis derrotas y un día un diario publicó: 'Año nefasto para Pablo Martín Sánchez'”. De todos aquellos homónimos de Google, retuvo a un anarquista, condenado a muerte en 1924 por su participac­ión en la invasión de Vera de Bidasoa, ataque contra el dictador Primo de Rivera que acabó con dos guardias civiles muertos. La historia de aquel hombre iba a ser su primera novela, El anarquista que se llamaba como yo, que se publicó a fines del 2012 en Acantilado, pues su antiguo correspons­al, Vallcorba, se apasionó. Impulsada por el boca-oreja, es uno de esos libros que hay que leer.

El autor ha buceado en archivos, ha hablado con familiares y, sobre todo, ha inventado. A través de su antihéroe homónimo, recorremos el Madrid y la Barcelona a caballo de los siglos XIX y XX, el exilio en París y acompañamo­s a personajes reales, como Vicente Blasco Ibáñez, que estuvo en el ajo. A Martín le interesa la intrahisto­ria “en el sentido unamuniano: no los grandes hechos ni personajes sino las pequeñas cosas consuetudi­narias, los detalles, ver cómo se liaban un cigarrillo en la época”.

Quiere hacer una trilogía del yo “sobre las tres cosas que conforman la identidad de una persona: su nombre, su fecha de nacimiento y el lugar. La del anarquista es la novela de mi nombre. La del lugar –Reus– será bastante sobre Gabriel Ferrater. Pero ahora estoy trabajando en la de la fecha: una novela donde todo sucede el 18 de marzo de 1977, el día en que nací”. La casualidad quiere, pues, que este perfil se publique el día de su cumpleaños.

Hijo de profesora de francés y empresario de la construcci­ón, descendien­te de Gabriel y Galán, doctor en teoría literaria, Pablo Martín Sánchez es asimismo un activo miembro del Colegio de Patafísica, y por tanto seguidor de los principios de Alfred Jarry, de la ciencia de las soluciones imaginaria­s, de... Un momento, ¿y si la historia del anarquista fuera toda mentira? Sería una jugada perfecta, coherente con sus preceptos. “Ojalá –suspira–, me encantaría, y de hecho hay más ficción de lo que la gente suele creer. Pero el caso es cierto”.

Hablamos de su prima, la dueña de la librería española de Berlín: “Ahora, en el mismo barrio, Ana Pareja, la editora de Alpha Decay, va a instalar una librería-café, no sé si se crearán sinergias o lo contrario...”. Luego, de su primo, el traductor de Javier Marías al alemán... Pablo también traduce, teatro –la versión del Quitt de Handke de Lluís Pasqual–, autores como Raymond Queneau o Marcel Schwob y ahora ultima Anima, novela de Wajdi Mouawad –el autor de Incendis– que publicará Seix Barral. “En Holanda una página traducida la cobras a 36 euros, el triple de lo que te pagan aquí. Pocos pueden vivir de eso, aparte del hiperprodu­ctivo Javier Calvo”. Obsesionad­o por la homonimia, como traductor le gusta firmar como Pablo M. Sánchez, pues así coincide con la rúbrica de su amigo, el también traductor Pablo Moíño Sánchez.

Pero el gran triunfo de este hombre, se llame como se llame, es que ahora, cuando teclea en Google su nombre, toda la primera pantalla de resultados es suya.

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