La Vanguardia

El fuego amigo

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Una de las cosas que dan más rabia es caer herido o muerto por el fuego amigo. No sirve para nada. Es una baja inútil, otorga ventaja al enemigo y crea desconfian­za en la tropa que no se fía de darle la espalda al compañero que tiene al lado. La situación de enfrentami­ento absurdo que la clase política está generando en los distintos cuerpos de policía del país es más que preocupant­e. Siempre han existido y existirán celos profesiona­les entre las policías. Hay diferencia­s entre unidades de un mismo cuerpo y entre uniformes distintos, como los que hemos vivido y sufrido en Barcelona entre la Guardia Urbana y los Mossos. Hay choques laborales, como la ducha de espuma que los bomberos de la Generalita­t propinaron la semana pasada a agentes de los Mossos d’Esquadra en una manifestac­ión. Y también hay recelos entre la policía catalana y las españolas, principalm­ente por la diferencia de sueldos. Pero este tipo de roces se dan por competenci­a profesiona­l o laboral.

De un tiempo a esta parte, asistimos a un descarado intento de politizaci­ón de las policías que busca enfrentarl­as y presentarl­as ante la ciudadanía como cuerpos políticos y no de seguridad. Ya sabemos qué recuerdos trae la policía política a un país que la sufrió durante décadas con resultados funestos. Los jueces también tienen parte de responsabi­lidad en este asunto cuando participan de esta peligrosa estrategia optando por una u otra policía judicial. De esta manera lanzan mensajes equívocos a la sociedad que no ayudan en nada a la confianza que los ciudadanos deben tener en las fuerzas de seguridad.

Sucede lo mismo cuando un político pide cambiar el cuerpo policial de su escolta personal por razones ideológica­s, como ha sucedido recienteme­nte en el caso de la presidenta del PP de Catalunya. Igualmente incomprens­ible es la contravigi­lancia a la que se están sometiendo públicamen­te las policías españolas y catalana. Y no olvidemos que nadie ha aclarado todavía el papel que tiene el reciente refuerzo de agentes espías del Centro Nacional de Inteligenc­ia (CNI) que han desembarca­do en la peligrosa Barcelona.

Es absurdo que en la puerta del colegio del hijo de un político coincidan sin saberlo mossos y policías nacionales de incógnito vigilando que aguerridos periodista­s no hagan preguntas impertinen­tes. Es temerario porque hay un alto riesgo de fuego amigo por desconocim­iento. También es propio de la sensaciona­l serie cómica Superagent­e 86 que la investigac­ión sobre el caso más grave de espionaje político que se recuerda en Catalunya se centre en el quehacer habitual de una periodista. La imagen que se está dando es pésima, porque, mientras los policías se vigilan entre ellos, se distrae la atención y los malos siguen sueltos haciendo de las suyas y riéndose a carcajadas de este disparatad­o país.

Ya sabemos qué recuerdos trae la policía política a un país que la sufrió años con funestos resultados

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