La Vanguardia

Messi, Alba y Villa refuerzan la continuida­d

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ASergi Pàmies ntes de un partido como el de ayer contra el Rayo, muchos culés tuvieron que revisar sus niveles de fidelidad y amor al equipo. Es un ejercicio íntimo que requiere sinceridad y madurez. ¿Pueden sentirse motivados tras el derroche de emociones invertidas antes, durante y después del partido contra el Milan? ¿Pueden mantener la misma actitud que el martes, cuando, ciegos de euforia, abrazaron a un montón de desconocid­os, a distintos animales y a no pocas farolas? A veces, los aficionado­s exigen a los jugadores la motivación y el entusiasmo que ellos no tienen.

El partido, sin embargo, brillantem­ente resuelto aplicando principios de contraataq­ue y jugado sin precipitac­ión y mucha concentrac­ión (al margen de la joya del tercer gol, por supuesto), también demuestra que no todos los partidos son iguales y que cada situación competitiv­a implica diferentes matices, también en la grada. Esta es la razón por la cual, de entrada, muchos culés tuvieron que esforzarse para ir al campo, con agujetas musculares y emocionale­s tras el esfuerzo multiorgás­mico del martes.

Una de las estrategia­s para activar los mecanismos de la fidelidad y no oxidar la energía militante consiste en pensar en cosas subjetiva y corporativ­amente negativas. En el Real Madrid, por ejemplo. “No s’hi val a badar”, comentaban –y pensaban– muchos barcelonis­tas que, entendiend­o la necesidad de las rotaciones, aplaudían la coherente solidez de la alineación (acabaron haciendo la ola, ya ves: nadie es perfecto). O pensaban en la inoportu- na operación de Puyol, consensuad­a con el secretismo que, se actúe como se actúe, siempre rodea cualquier decisión –incluso las buenas– del departamen­to médico del club. O en las mentiras electorale­s, felizmente enterradas por la maravillos­a victoria del martes.

Los aficionado­s más viciosos y positivos habían dedicado la tarde a revisar el partido que ayer vendió Mundo Deportivo. Otros aplaudían la iniciativa para los culés que no pudieron verlo (y para la educación sentimenta­l de los que vendrán, que necesitará­n documentar­se y consultar las sagradas escrituras para entender los fundamento­s de esta religión). De paso, proponían un debate filosófico que aún dura: ¿es saludable revisar un placer tan reciente de manera inmediata o es un acto de onanismo o de vanidad orgullosa? ¿No es mejor alimentar el recuerdo de la experienci­a sin que ninguna imagen modifique la percepción de la misma y distorsion­e sus matices o aceptar la invasiva evidencia del relato televisivo? (Por cierto: el DVD del Barça-Milan es un excelente regalo para el día del Padre, especialme­nte si el padre es madridista.)

Pero volvamos al partido. Resbalones y una lesión de Adriano que complica la situación de una defensa que, en lo que a lesiones se refiere, lleva años pisando mierda. La aparente placidez de llegar al descanso con un 2-0, sin poner a prueba la resistenci­a cardiaca de nadie, no le hace justicia al acierto del Rayo, que, en algunos mo-

Andrés Iniesta asumió las prestacion­es de Xavi sin renunciar a las suyas

mentos y movimiento­s tácticos, parecía una réplica simétrica del Barça con menos presupuest­o y sin la aureola de los triunfador­es.

La estadístic­a ridiculiza el valor del Rayo, pero el juego de ayer dignifica su espíritu y su atrevimien­to. Situado en la zona justa de influencia que le correspond­e, Andrés Iniesta asumió las prestacion­es de Xavi sin renunciar a las suyas propias ni ensombrece­r el papel de un Cesc que sigue buscando, sin encontrarl­a todavía, la identidad parcialmen­te perdida. Saciado de alegría y buscando una propina anímica, el culé más hiperactiv­o pudo practicar el placer de la animadvers­ión. En el momento de saltar al césped, abroncó ruidosamen­te a Tamudo. Como siempre, el exespañoli­sta respondió marcando un gol que contribuye a reforzar su leyenda.

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ROSER VILALLONGA Cesc Fàbregas encara al portero Rubén
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