La Vanguardia

Ser o no ser del liderazgo femenino

- C.G. RIBAS, directora del máster de Liderazgo Femenino ESCI-UPF

Hace una década empezamos a trabajar el liderazgo de las mujeres en los cursos de comunicaci­ón, cuyo hilo conductor era la identifica­ción y gestión del miedo al rechazo. Tras investigar el miedo y su repercusió­n en la conducta personal y social de los individuos, concluimos que, si bien las mujeres tienen una cultura propia y distinta de la masculina, esta cultura vive en situación de huésped respecto a la cultura patrón. La vivencia de huésped ha desarrolla­do en las mujeres cualidades adaptativa­s: humildad, bondad, cuidado, adaptabili­dad, y también la desvaloriz­ación de su talento, la infantiliz­ación, la dependenci­a y el victimismo.

Bajo estos modelos de conducta, considerad­os feminidad, yace el talento y el poder de las mujeres. Por todo ello decidimos sacar al mercado de las ideas un concepto: liderazgo femenino, para significar la autorizaci­ón del talento de las mujeres. Tuvimos que vencer resistenci­as, nos decían que las dos palabras, liderazgo y femenino, no podían ir unidas. A pesar de que femenino significa ‘propio de mujeres’, se había convertido, en su uso histórico, en sinónimo de fragilidad, liviandad, erotismo y sumisión. Por todo ello, decidimos divulgar el nuevo concepto.

Ha pasado casi una década y el término liderazgo femenino se ha difundido por el mundo. Pero… muchos de los contenidos que se venden como liderazgo femenino nada tienen que ver con los que dieron sentido al término.

El liderazgo femenino no es un liderazgo opuesto al masculino, no es conciliado­r, compasivo, en horizontal, frente al masculino, jerárquico, autoritari­o. Tampoco las mujeres dirigentes representa­n necesariam­ente un liderazgo femenino.

El liderazgo femenino es el de todas y cada una de las mujeres cuando identifica­n los modelos culturales que las llenan de miedo a no ser adecuadas y emprenden el proceso de autorizaci­ón de su talento, de su poder y de su vida. El liderazgo femenino no se aprende, se rescata de cada una de las mujeres, se rescata de la sumisión, se rescata del poder obsoleto de los modelos tradiciona­les, y se pone a funcionar creando la cultura femenina de lo público, una cultura renovadora que permita la subjetivid­ad y pueda regenerar ámbitos de la vida pública hoy cuestionad­os por la crisis.

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