Ser o no ser del liderazgo femenino
Hace una década empezamos a trabajar el liderazgo de las mujeres en los cursos de comunicación, cuyo hilo conductor era la identificación y gestión del miedo al rechazo. Tras investigar el miedo y su repercusión en la conducta personal y social de los individuos, concluimos que, si bien las mujeres tienen una cultura propia y distinta de la masculina, esta cultura vive en situación de huésped respecto a la cultura patrón. La vivencia de huésped ha desarrollado en las mujeres cualidades adaptativas: humildad, bondad, cuidado, adaptabilidad, y también la desvalorización de su talento, la infantilización, la dependencia y el victimismo.
Bajo estos modelos de conducta, considerados feminidad, yace el talento y el poder de las mujeres. Por todo ello decidimos sacar al mercado de las ideas un concepto: liderazgo femenino, para significar la autorización del talento de las mujeres. Tuvimos que vencer resistencias, nos decían que las dos palabras, liderazgo y femenino, no podían ir unidas. A pesar de que femenino significa ‘propio de mujeres’, se había convertido, en su uso histórico, en sinónimo de fragilidad, liviandad, erotismo y sumisión. Por todo ello, decidimos divulgar el nuevo concepto.
Ha pasado casi una década y el término liderazgo femenino se ha difundido por el mundo. Pero… muchos de los contenidos que se venden como liderazgo femenino nada tienen que ver con los que dieron sentido al término.
El liderazgo femenino no es un liderazgo opuesto al masculino, no es conciliador, compasivo, en horizontal, frente al masculino, jerárquico, autoritario. Tampoco las mujeres dirigentes representan necesariamente un liderazgo femenino.
El liderazgo femenino es el de todas y cada una de las mujeres cuando identifican los modelos culturales que las llenan de miedo a no ser adecuadas y emprenden el proceso de autorización de su talento, de su poder y de su vida. El liderazgo femenino no se aprende, se rescata de cada una de las mujeres, se rescata de la sumisión, se rescata del poder obsoleto de los modelos tradicionales, y se pone a funcionar creando la cultura femenina de lo público, una cultura renovadora que permita la subjetividad y pueda regenerar ámbitos de la vida pública hoy cuestionados por la crisis.