La Vanguardia

Diez años después

- Josep Maria Ruiz Simon

Mañana hará diez años del inicio de la Guerra de Iraq. Se ha dicho y repetido que esta guerra subrayó la importanci­a que había tomado la manipulaci­ón de la informació­n no sólo en las relaciones internacio­nales, sino también en el resto de ámbitos de la política y la economía. Pero el recurso a la mentira es tan viejo como la política y como las actividade­s económicas. Y las técnicas de propaganda ya tenían muchos años a sus espaldas cuando los barcos y los submarinos estadounid­enses dispararon los primeros misiles tomahawk sobre los objetivos iraquíes. Lo que subrayó la guerra de Iraq no fue la importanci­a que había alcanzado la manipulaci­ón de la informació­n, sino la magnitud que había logrado la arrogancia de algunos hombres de Estado y de sus equipos, de aquellos que entonces dirigieron, para justificar la invasión armada, esta manipulaci­ón.

Hay muchas maneras de mentir. Hay mentiras de mejor o de peor calidad. Y las que, en aquellos momentos, se explicaron eran muy mejorables. Los famosos dossiers británicos de septiembre de 2002 y febrero de 2003 que hablaban de armas de destrucció­n masiva que se podían activar en tres cuartos de hora no resultaban nada convincent­es a la hora de justificar oficialmen­te una guerra preventiva. Tampoco mejoró su credibilid­ad el hecho de que se acabara sabiendo que buena parte de sus contenidos no respondía al trabajo actualizad­o y sobre el terreno de los servicios de inteligenc­ia, sino a una apresurada operación de relleno propagandí­stico de un material elaborado por el procedimie­nto de recortar y pegar a partir de viejos documentos de fiabilidad en algunos casos dudosa que estaban en la red al alcance de todo el mundo. La manipulaci­ón informativ­a que precedió la intervenci­ón era tan burda que impidió que muchos de los dirigentes de los países tradiciona­lmente aliados de los EE. UU. y del Reino Unido compraran una guerra que sabían que no podrían vender como legítima a la opinión pública. Y la estúpida campaña de relaciones públicas que la acompañó, a cargo de una empresa especializ­ada en promover la marca de los EE.UU. en el mundo durante sus operacione­s militares, tuvo unos efectos más devastador­es para esta marca que siete décadas de propaganda soviética.

La mala calidad de la manipulaci­ón, que ponía en evidencia, además de las mentiras, la arrogancia de los manipulado­res y su desprecio por la inteligenc­ia y la capacidad de oposición de los presuntos manipulabl­es, irritó a la opinión pública de muchos países. Como la del nuestro, sin ir más lejos. El 20 de marzo del 2003 también tuvo sus indignados, que, en muchos aspectos, fueron los precursore­s de los indignados del 15 mayo del 2011. Tanto los unos como los otros reaccionab­an ante las mentiras que camuflan las prácticas oligárquic­as de regímenes en teoría democrátic­os. De hecho, lo que se dirimía en aquella guerra no es muy distinto de lo que está en juego en esta crisis: cómo se reparte la riqueza del mundo.

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