Diez años después
Mañana hará diez años del inicio de la Guerra de Iraq. Se ha dicho y repetido que esta guerra subrayó la importancia que había tomado la manipulación de la información no sólo en las relaciones internacionales, sino también en el resto de ámbitos de la política y la economía. Pero el recurso a la mentira es tan viejo como la política y como las actividades económicas. Y las técnicas de propaganda ya tenían muchos años a sus espaldas cuando los barcos y los submarinos estadounidenses dispararon los primeros misiles tomahawk sobre los objetivos iraquíes. Lo que subrayó la guerra de Iraq no fue la importancia que había alcanzado la manipulación de la información, sino la magnitud que había logrado la arrogancia de algunos hombres de Estado y de sus equipos, de aquellos que entonces dirigieron, para justificar la invasión armada, esta manipulación.
Hay muchas maneras de mentir. Hay mentiras de mejor o de peor calidad. Y las que, en aquellos momentos, se explicaron eran muy mejorables. Los famosos dossiers británicos de septiembre de 2002 y febrero de 2003 que hablaban de armas de destrucción masiva que se podían activar en tres cuartos de hora no resultaban nada convincentes a la hora de justificar oficialmente una guerra preventiva. Tampoco mejoró su credibilidad el hecho de que se acabara sabiendo que buena parte de sus contenidos no respondía al trabajo actualizado y sobre el terreno de los servicios de inteligencia, sino a una apresurada operación de relleno propagandístico de un material elaborado por el procedimiento de recortar y pegar a partir de viejos documentos de fiabilidad en algunos casos dudosa que estaban en la red al alcance de todo el mundo. La manipulación informativa que precedió la intervención era tan burda que impidió que muchos de los dirigentes de los países tradicionalmente aliados de los EE. UU. y del Reino Unido compraran una guerra que sabían que no podrían vender como legítima a la opinión pública. Y la estúpida campaña de relaciones públicas que la acompañó, a cargo de una empresa especializada en promover la marca de los EE.UU. en el mundo durante sus operaciones militares, tuvo unos efectos más devastadores para esta marca que siete décadas de propaganda soviética.
La mala calidad de la manipulación, que ponía en evidencia, además de las mentiras, la arrogancia de los manipuladores y su desprecio por la inteligencia y la capacidad de oposición de los presuntos manipulables, irritó a la opinión pública de muchos países. Como la del nuestro, sin ir más lejos. El 20 de marzo del 2003 también tuvo sus indignados, que, en muchos aspectos, fueron los precursores de los indignados del 15 mayo del 2011. Tanto los unos como los otros reaccionaban ante las mentiras que camuflan las prácticas oligárquicas de regímenes en teoría democráticos. De hecho, lo que se dirimía en aquella guerra no es muy distinto de lo que está en juego en esta crisis: cómo se reparte la riqueza del mundo.