Elegancia y sobriedad
El grupo Egon Soda es una rara avis de la escena alternativa. Y no porque su música sea hermética, aunque se empeñen en colocar la etiqueta de difícil a su generoso segundo disco El hambre, el enfado y la respuesta, sino porque llevan muchos años en activo y apenas se han prodigado por los escenarios, y eso que su cantante y bajista es el ubicuo productor Ricky Falkner.
En el estreno del álbum aprovecharon para quitarse la espina y dejar claro que tienen su maquinaria perfectamente engrasada y están dispuestos a dejarse querer por un público que llenó la sala. Se presentaron en formación de sexteto, con el refuerzo de Ricky Lavado a la percusión y Charlie Bautista a los teclados, que contribuyeron a dar profundidad y empaque a un sonido influenciado por el estilo americana. No en vano el concierto empezó guiado por la mandolina de Ferran Pontón, autor de todos los temas, dando vida a la compungida melancolía de Un mundo de zurdos.
La música de Egon Soda va calando los sentidos poco a poco, a la manera de un sirimiri, entre el poso existencial de sus letras y certeros riffs, como el de Vals de pequeña mecánica. Es la suya una sobria elegancia, para degustar con calma, deleitándose en las estrofas alambicadas y el crescendo de Escuela libre de enseñanza, en la decadente atmósfera puntuada por banjo y el aullido de guitarras de Nocturno sarmiento o en la inflamada intensidad de Nueva internacional, lo más parecido que tienen a un hit.