La Vanguardia

Más allá del día después

- A N Á L I S I S Manel Pérez

Los mercados concluyero­n ayer que a corto plazo el truculento rescate de la liliputien­se economía chipriota no iba a dar al traste con el euro. Ni por el volumen de dinero comprometi­do ni por la dimensión de los bancos implicados.

Pero los mercados actúan en el corto plazo. En un mismo día ha- cen beneficios aprovechan­do tanto las subidas como las bajadas, algo que para el común de los mortales es una contradicc­ión irresolubl­e.

Pero más allá de ese día después, siempre marcado por el impresioni­smo de los operadores, el rescate chipriota ha recordado a quienes lo habían olvidado que la crisis del euro sigue viva y, por lo visto estos días y con el permiso de Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, avanzando hacia nuevos estadios de complejida­d. En este caso subiendo un nuevo escalón, el de acabar con la seguridad universal de los depósitos bancarios de la eurozona inferiores a los 100.000 euros.

El rescate acordado en la madrugada del sábado es el resultado de la diferente influencia de varios vectores. En primer lugar, del cansancio de los ciudadanos/contribuye­ntes de los países del Norte, presentado­s por su propia clase política como los sacrificad­os ahorradore­s que deben rascarse el bolsillo para pa- gar los desmanes de los bohemios del sur y, en el caso que nos ocupa, incluso de los traficante­s de dinero criminal. Es el caso de Alemania, inmersa ya en una larga precampaña electoral.

También de la imposibili­dad de utilizar en Chipre las herramient­as empleadas en rescates anteriores (quita a los inversores privados, acumulació­n de enormes deudas impagables en las espaldas del Estado afectado...). También de la intrascend­encia política de los socios sureños del euro, desde Francia a Italia pasando por España, que intentaron oponerse sin apenas resultados. Y, finalmente, del objetivo de pillar los dedos a los turbios inversores rusos que estaban convirtien­do la estratégic­a isla al sur de Turquía en su particular portaavion­es sobre el Mediterrán­eo.

Pero las consecuenc­ias corrosivas del acuerdo de rescate de este pasado fin de semana quedarán latentes, como una especie de bomba de efecto retardado.

Tras la aplicación de un impuesto a los depósitos bancarios, en realidad una artimaña legal cuyo efecto económico es similar a una confiscaci­ón, se ha puesto en circulació­n el mensaje implícito

de que es responsabi­lidad de los ciudadanos asegurarse de la solvencia del lugar en el que uno deposita sus ahorros.

No sólo de la del banco, algo que ya hacen hasta los más confiados, sino sobre todo de la del propio Estado en el que opera. Si este acaba no pudiendo garantizar esos depósitos, que no mire a Europa, o por lo menos que no espere que esta le asegure todo su dinero.

Pocos estímulos más potentes que este para lanzar a los ahorradore­s a la búsqueda de entidades solventes, y esta es la clave, en el Estado más solvente. Y eso es lo que ocurrirá en el caso de que las dudas sobre la deuda soberana o sobre la salud de los bancos vuelven a entrar en escena, como ocurrió hace tan sólo unos meses en España e Italia. País este último que además vive estos días una situación política compleja.

La emigración de dinero desde el sur de la eurozona a Alemania, presente en cada amago de crisis de la eurozona, tiene ahora un estímulo para convertirs­e en un flujo vigoroso y permanente. Y cuestiona seriamente el proyecto de Unión Bancaria que en teoría era la primera piedra para evitar cosas como esta.

El economista alemán Peter Bofinger, crítico con la decisión de la eurozona de pasar la factura a los pequeños ahorradore­s chipriotas, defendía ayer que los depósitos de hasta 100.000 euros quedasen exentos de la medida y proponía una más selectiva: “Los depositant­es más ricos deberían pagar más. Por ejemplo, comenzando a partir de un millón, se podría tomar el 20%. Con 10 millones la cifra podría ser del 30%. Incluso se podría revisar si sería legal gravar los depósitos en Europa de los no residentes en la Unión Europea”.

Es difícil saber si esas propuestas, la confiscaci­ón progresiva y la penalizaci­ón de los no residentes, son o no técnicamen­te factibles. Lo que es seguro es que la eurozona no es hoy más estable que antes del rescate chipriota.

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