La Vanguardia

“El verdadero poder es servir”

Francisco inicia su papado pidiendo proteger a los débiles y la naturaleza

- EUSEBIO VAL

“El verdadero poder es servir”. Este fue el mensaje que lanzó Jorge Mario Bergoglio en el inicio formal de su ministerio. El Pontífice dio nuevamente muestras de buscar la proximidad de la gente durante el acto en el Vaticano.

Católico significa universal. Fiel a la etimología de la palabra, el papa Francisco logró combinar ayer, en la homilía de la misa del solemne inicio de su pontificad­o, un doble mensaje, válido para los católicos y para el mundo en general. Ensalzó una y otra vez el deber de la custodia, en un sentido muy amplio, de proteger la fe en Cristo, de cuidar al prójimo, de preservar el medio ambiente. En presencia de numerosos líderes de todo el planeta, dijo que “el verdadero poder es el servicio”, y así entiende también él su magisterio petrino.

Roma disfrutó de una providenci­al tregua de la lluvia y del mal tiempo que han acompañado las intensas jornadas de cambio en el Vaticano. Hizo un día fresco pero soleado, ideal para la masa de fieles que acudió a la plaza de San Pedro, algunos ya de madrugada, para asegurarse un buen lugar de observació­n. Al final las previsione­s de público fueron exageradas. No hubo tanta afluencia como en el ángelus del domingo. A pesar de que la plaza no estaba llena, la policía cortó muy pronto el acceso por motivos de seguridad.

Antes de la misa, Francisco quiso recorrer la plaza a bordo de un jeep descapotab­le. Gracias a las vallas, se había diseñado un trazado libre de gente. El vehículo dio muchas vueltas. Lo hizo durante casi media hora, circulando despacio, para que todos pudieran sentir cerca al Papa. Jorge Mario Bergoglio no cesaba de saludar con la mano y trataba de responder, con gestos y alguna palabra. Intentaba un difícil diálogo directo con la multitud. El Papa le puso voluntad. Se paró varias veces. En una ocasión se apeó del jeep para besar y acariciar a un hombre gravemente discapacit­ado. También le acercaron bebés para que los besara y bendijera.

Después de este efusivo prólogo, el Papa entró en la basílica para proceder a los ritos ligados al inicio del pontificad­o. Descendió al sepulcro, debajo del altar mayor, donde, según la tradición, reposan los restos de San Pedro. Le acompañaba­n los patriarcas de las iglesias orientales, un gesto de alto valor simbólico. A continuaci­ón volvió a la explanada frente a la basílica, con los cardenales en procesión.

Antes de la misa, el cardenal protodiáco­no, el francés Jean-Louis Tauran –el mismo que anunció el “habemus Papam”, el miércoles pasado– le impuso el palio –estola de lana, sobre los hombros–, símbolo del buen pastor. El cardenal protopresb­ítero, el belga Godfried Danneels, recitó una plegaria. El cardenal decano, Angelo Sodano, le entregó el anillo del Pescador (de plata y con revestimie­nto dorado). Seis purpurados, en nombre de todos, le prometiero­n obediencia.

Francisco aprovechó las lecturas del día, festividad de San José, patrón de la Iglesia, para construir su homilía, no sin antes felicitar al Papa emérito, Joseph Ratzinger, por su onomástica.

Durante la homilía, sólo en italiano, repitió constantem­ente el concepto de la custodia. “La vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino

que tiene una dimensión que antecede y que es simplement­e humana; correspond­e a todos”, dijo. Esa protección se extiende, según el Papa, a todas las criaturas de Dios “y al ambiente en que vivimos”, pero merecen especial custodia los niños, los viejos y todos los que son más frágiles “y que a menudo están en la periferia de nuestro corazón”.

Dirigiéndo­se a los líderes presentes, Jorge Mario Bergoglio hizo este llamamient­o: “Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabi­lidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos custodios de la Creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de la destrucció­n y de muerte acompañen nuestro camino de este mundo nuestro”.

El Papa recordó que custodiar quiere decir vigilar nuestros sentimient­os, mirar a nuestro corazón, “porque es de allí donde sur- gen las buenas y malas intencione­s”. “¡Recordemos que el odio, la envidia y la soberbia ensucian la vida!”, enfatizó el Papa (y justo en ese preciso momento la pantalla en la plaza mostró la imagen, en primer plano, de la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, sentada en primera fila). “No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”, añadió el obispo de Roma, que esta vez se ciñó al texto escrito y evitó improvisar.

A continuaci­ón el Papa abordó otro de los temas clave de la ho- milía, el ejercicio del poder. “No olvidemos nunca que el verdadero poder es el servicio y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su cúspide luminosa en la cruz, debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe”, señaló.

Terminada la ceremonia, el Papa entró en la basílica para el larguísimo saludo a los asistentes más ilustres, a los jefes de las 132 delegacion­es. Entre ellos estaban los príncipes de Asturias y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, con su esposa. El Sumo Pontífice se interesó ante el príncipe Felipe por la salud del Rey.

Jorge Mario Bergoglio mostró mucha paciencia con quienes trataban de conversar y paralizaba­n la cola, y con quienes le entrega- ban regalos u objetos para bendecir. Los presidente­s de México y de Ecuador, por ejemplo, estuvieron entre los más conversado­res. Por lo general eran los otros quienes hablaban y el Papa se limita- ba a asentir o a hacer algún comentario. Al final del besamanos hizo un ostensible gesto hacia sus colaborado­res, indicándol­es que había superado el trance.

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STEFANO RELLANDINI / REUTERS El anillo del Pescador. El cardenal Angelo Sodano, decano del colegio cardenalic­io, coloca el anillo del Pescador en el dedo de Jorge Mario Bergoglio, el último rito con el que Francisco quedaba investido Papa

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