Una ola de terror salafista marca el aniversario
Iraq se desgarra en manos de un primer ministro corrupto y dictatorial
Era previsible que los enemigos del mal llamado nuevo Iraq aprovechasen el décimo aniversario de la invasión que derrocó a Sadam Husein para sus venganzas. La población de Bagdad padeció ayer, y no por primera vez, una pavorosa ola de atentados, sincronizados a lo largo de dos horas, que provocaron medio centenar de muertos y unos 200 heridos. Los barrios chiíes, como Ciudad Sadr, fueron el blanco de los terroristas. La capital volvió a ser escenario de bombas y tiroteos indiscriminados contra la población civil. La violencia sectaria, latente desde la invasión, es consecuencia del nuevo orden impuesto por los ocupantes y los nuevos gobernantes.
El 19 de marzo del 2004, primer aniversario de la ocupación, escribí desde Bagdad que la guerra se había declarado sobre la falsa alegación de que Sadam tenía armas de destrucción masiva. La intervención violó las leyes básicas del orden internacional. El nuevo Estado era inviable, desgarrado por las luchas entre suníes, chiíes y kurdos. La sociedad estaba descoyuntada y sin norte. La ilusión de que EE.UU. procuraría una vida mejor fue un espejismo.
La mortífera ola terrorista de ayer, que también salpicó a Kirkuk, la capital petrolera kurda, se la atribuye el grupo salafista Estado Islámico de Iraq, vinculado a Al Qaeda. El primer ministro, el chií Nuri el Maliki, dirige un gobierno corrupto, ineficaz, como si fuera un dictador protegido por Irán. Vivió 25 años en el exilio y, con el visto bueno de Estados Unidos, volvió a Iraq para depurar a la minoría suní que había gobernado con Sadam Husein y que aún hoy está marginada.
La desintegración de Iraq demuestra el fracaso de EE.UU., tanto de su ocupación militar como de su diplomacia. Derrotado también en Afganistán, Washington se encara a un Oriente Medio más volátil, donde vuelve a librarse una suerte de guerra fría con Rusia. La iraquización de Siria es un hecho consumado. La retórica estadounidense en defensa de la democracia ha defraudado a la mayoría de árabes.
Como se lamenta Ignacio Rupérez, ex embajador de España en Bagdad, “cada día se reducen más los países que viven seguros en Oriente Medio”. Los atentados de ayer –y cada mes mueren unas 300 personas a causa del terror– son expresión cotidiana del conflicto entre suníes y chiíes, cuya identidad ha sido exacerbada de manera asesina por las nuevas autoridades políticas.