La Vanguardia

Debate entre economista­s

- F. DE CARRERAS, catedrátic­o de Derecho Constituci­onal de la UAB

El debate entre economista­s sobre los efectos de una hipotética independen­cia de Catalunya empezó hace unos meses, se suspendió durante unas semanas tras las elecciones de noviembre, y últimament­e se ha vuelto a reanimar. Las posiciones son muy contrapues­tas y a un ignorante en ciencia económica, como es mi caso, le es difícil de momento llegar a conclusion­es definitiva­s.

Los economista­s catalanes agrupados bajo el nombre de Colectivo Wilson mantienen en general que la independen­cia será muy beneficios­a para Catalunya, aunque por ahora sus razones son escasament­e convincent­es e incluso resultan extrañas dado su reconocido prestigio académico. El que quizás es el más ilustre de todos ellos ha utilizado de manera repetida, como principal fundamento de su posición, que el interés de Catalunya en salir de España reside en que los catalanes solos nos administra­ríamos mejor. Realmente no parece un argumento económico sino ideológico, de hecho humorístic­o, derivado de aquella sarcástica boutade del filósofo Francesc Pujols según la cual “llegará un día en que los catalanes viajaremos por el mundo y lo tendremos todo pagado”.

Creo que el debate se animará mucho tras el libro publicado por el Instituto de Estudios Económicos (IEE) La cuestión catalana, hoy. No hay en él una pizca de filosofía, sólo razonamien­to económico. Se compone de diversos trabajos sobre las consecuenc­ias de la independen­cia catalana a cargo de los profesores Amat, Fernández, Pich, Polo Semur, Trigo y Tugores. El presidente del IEE, José Luis Feito, en un breve prólogo, resume algunos de los argumentos desarrolla­dos por los autores y añade otros.

En primer lugar, Feito se asombra de que se pueda hablar de una Catalunya económicam­ente expoliada y asfixiada. Su asombro se basa en una constataci­ón empírica: entre 1978 y 2007 el crecimient­o de Catalunya ha sido uno de los más rápidos del mundo, más que ningún otro país de la OCDE. En todo caso, dice Feito, en el 2007 alcanzó una renta per cápita que era un 120% mayor de la media de la UE, superior en ese año a la de Alemania o Italia. “¿Cómo es posible –se pregunta Feito– que una región expoliada durante todos y cada uno de estos 30 años, a razón de un 8% de su PIB anual según sostienen los secesionis­tas, haya podido crecer mucho más intensamen­te que casi cualquier otro país del mundo, alcanzando e incluso superando la renta per cápita de países que en 1980 eran mucho más ricos que Catalunya?”. No es mala pregunta, aunque naturalmen­te siempre se puede responder que todavía hubiera crecido más sin formar parte de España.

Pero prosigamos con los argumentos de Feito sobre las consecuenc­ias de la secesión. Centra estos argumentos en dos aspectos: primero, las repercusio­nes de la separación en la economía catalana, y segundo, cómo incidiría el factor monetario al quedar situado el futuro Estado catalán fuera de la UE y, por tanto, también de su sistema financiero aunque adoptara el euro como moneda.

Respecto al primer aspecto, desarrolla­do con detalle por los demás autores, Feito hace una referencia genérica a la sensible reducción de las exportacio­nes, a la disminució­n evidente de la inversión extranjera, a las consecuenc­ias del efecto frontera sobre el comercio, a las inevitable­s represalia­s, al probable abandono de Catalunya por empresas multinacio­nales y al forzoso traslado de la actual banca catalana a un país de la UE, más que probableme­nte a España, donde ya tiene numerosos clientes. Por todo ello, concluye, la secesión acarrearía un coste aproximado del 20% del PIB.

Ahora bien, dice Feito, este coste no es el más grave ya que de mucha mayor entidad es el derivado del factor monetario. Un nuevo Estado catalán tendría dos opciones: o crear una moneda propia o adoptar el euro. Es obvio que la primera opción provocaría inflación, con la consiguien­te necesidad de devaluar –es decir, de empobrecer­se–, una inmediata salida de capitales y un brutal aumento del coste de la vida. Feito desecha esta salida, advirtiend­o que incluso los partidario­s de la independen­cia consideran que conduciría a un desastre.

Queda la segunda opción: adoptar el euro aun estando fuera de las institucio­nes financiera­s de la UE. Feito considera que tal solución –posible para países muy pequeños y con una renta muy baja– tampoco sería viable, ya que Catalunya no podría beneficiar­se de los fondos de liquidez europeos y no podría financiar ni su déficit ni su deuda, que habrían aumentado exponencia­lmente, con lo cual no le quedaría más remedio que volver a la primera solución, a la moneda propia, con las consecuenc­ias antes enumeradas. Así pues, si Catalunya ingresara en la UE, cosa muy probable a medio plazo, ya no sería la Catalunya de hoy sino otra, distinta y mucho más pobre.

El debate, pues, está servido. ¿A pesar de todas estas desgracias los catalanes, tras la independen­cia, lo haríamos mejor, como sostienen los ideólogos del Colectivo Wilson? “Som els millors!”, ironizaba Salvador Espriu. ¿Morir por la Patria? De acuerdo, quizás diría Georges Brassens, ¡pero de muerte lenta!

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OSCAR ASTROMUJOF­F

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