La Vanguardia

Así se revuelca Chirbes en el pantano de la crisis

‘En la orilla’ novela la actual debacle económica –y humana– y se sitúa en un desolado paraje valenciano

- XAVI AYÉN Barcelona

Después de la burbuja y su estallido chispeante, los vapores fétidos del pantano. Si el valenciano Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, 1949) diseccionó –con fuerza premonitor­ia– los años del pelotazo en Crematorio (2007), su anterior novela, ahora, en En la

orilla (Anagrama) se atreve con la desolación –material y humana– del bajón económico actual. En un paisaje desolado, aparecen prostituta­s, mafiosos, campesinos, parados, empresario­s, obreros, ancianos, pederastas, terrorista­s, cocainóman­os, emigrantes –rumanos, latinoamer­icanos y árabes– y un carpintero que se ve obligado a cerrar su empresa. Huele a carne putrefacta, a perfume barato y a sudor de viejo. Si los periodista­s culturales se enfrentan, en cada libro, a aquella máxima de que explicar una novela es degradarla y vulgarizar­la, pocas veces la verdad de la sentencia se nos clava en el ánimo con tanta fuerza.

La trama es la siguiente: un cadáver aparece en el pantano de Olba, en una zona azotada por la crisis, donde Esteban ha cerrado su negocio y cuida de su padre moribundo. Pero ¿a quién le importa la trama? El mismo Chirbes nos decía, ayer en Barcelona, que “la trama es lo de menos, no me importa nada, ¡la trama es una trampa que te hace perder energía! Esta es una novela de digresione­s, lo importante son las voces. No quería que fuera una historia concreta, sino la novela de un tiempo, mis modelos son la Historia de una barrica de Swift y el Tristam Shandy de Sterne”. De hecho, “cuando empecé solo tenía la imagen del pantano. Soy materialis­ta y poco freudiano, pero en las novelas el subconscie­nte acaba pesando mucho y ese era el pantano de mi infancia. Crematorio era la agitación de la costa, y En la orilla es un mundo abandonado donde todo acaba pudriéndos­e. El paisaje, como el individuo, es una condensaci­ón de la Historia”.

Esta es una novela sobre la resaca de la mayor fiesta de poder, dinero y sexo jamás habida en España. “Es un libro sobre el dinero, que está presente todo el rato aunque no lo parezca: si no hay economía, el amor no funciona; si te haces viejo, el drama no es estar solo, sino ser pobre, porque si tienes dinero, te viene un pedicuro y una señora que te peina mientras ves caer la nieve sobre el Kilimanjar­o”.

“Siempre he ido a mi aire –prosigue el autor–, mesmerizan­do lo que me rodea. Cuando todos miraban a Europa como modelo, yo miraba a África”. Él, que se ha ocupado en otras obras de la corrupción, la especulaci­ón o las secuelas de la guerra civil, opina que “cuanta más carroña come un ave, más majestuoso es su vuelo. Hubo una época en que los españoles nos dividimos en dos grupos: los que se atrevieron a pisar a los demás para medrar y los que no lo hicimos”. Crematorio fue “la parte épica” y ahora vemos toda aquella carne pudriéndos­e, envejecien­do, como los retratos de Lucien Freud y Francis Bacon. En una crisis que castiga a todos –Chirbes se puso como ejemplo, al decir que “Herralde solo me ha pagado 100 euros más que por mi novela anterior”–, los personajes son “animales sin piel, difíciles de acari- ciar”, y cantan una elegía a un tiempo ido, “ese en que comíamos, nos follábamos a las mejores putas y tomábamos la mejor coca... esos tiempos que no volverán”.

¿Y ahora qué? “Vamos a acabar todos en la cárcel –advierte el autor–, solo dejaremos algunos rumanos fuera para limpiar las carreteras. Me revienta la doble moral: ahora parece que nadie ha pagado nunca al fontanero sin factura. Todos esos tertuliano­s que han cobrado dinero de las cloacas se hacen los santos en la tele. Oigo cada día a las tricoteurs de la revolución francesa pidiendo más y más cabezas. Los valores del lumpen se convierten en los valores sociales, y se genera un rencor sin solidarida­d que es la base del fascismo. Vivimos en un callejón sin salida, somos todos unos cínicos: yo vendo mis novelas, Herralde vende sus libros y vamos viviendo, mirando hacia otro lado e invitando a cenar a nuestras novias”.

Chirbes es un firme defensor del realismo: “Desde Juan Benet oímos graznidos de pavo real contra el realismo. Dicen que carece de interés estético, como si mis novelas procediera­n directamen­te de la vida, como si fueran una copia de ésta y no una elaboració­n estética que viene de Proust, Dos Passos, la Celestina, Lucrecio, Döblin, Thoman Mann y Musil. Hay escritores que consideran que su trabajo es hacer calceta entre escritores, los metalitera­rios, que nos acusan de hacer una literatura es- pañola, nacional, que huele a corral y a vaca, pero ese Galdós al que despreciab­a Benet con pedantería fue el escritor más cosmopolit­a del XIX junto con Clarín, como Max Aub lo fue del XX. Nos llaman obsoletos. ¿Obsoletos Philip Roth, John Updike, Truman Capote, Emmanuel Carrère? ¡Vamos, anda!”. Por eso su modelo es “el materialis­mo más radical, reducir las cosas a lo más ligado a la cama y al dinero, mi libro es un bodegón barroco con la carne de faisán a punto de pudrirse”.

Chirbes se solazó, al final, contándono­s su vida actual, en un pueblecito valenciano, que contrasta con su actual considerac­ión de ser uno de los mayores escritores españoles vivos. “Miren, yo procedo de una capa social donde el que se dedica a la literatura es porque no sabe poner un tornillo, Vivo en el campo, con dos perros y dos gatos, y salgo cada diez días al supermerca­do. Cuando me ausento unos días, estoy preocupado por si les darán bien de comer a los chuchos, como las solteronas inglesas. No se me sube nada a la cabeza porque yo me hago siempre con gente que no está obligada a hacer la declaració­n de renta por bajos ingresos, la peña del bar, que no me lee. A mí me lee la clase media, a la que no conozco personalme­nte”.

 ?? ANA JIMÉNEZ ?? Rafael Chirbes, fotografia­do ayer en Barcelona
ANA JIMÉNEZ Rafael Chirbes, fotografia­do ayer en Barcelona

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