Un día de cine
La Fundació Miró se adentra en el cine experimental desde los sesenta hasta hoy
La última atracción del MoMA no ha sido uno de esos iconos de la historia del arte que convocan multitudes, sino la película The clock, de Christian Marclay que dura precisamente 24 horas.
La gran atracción del MoMA en los últimos meses no ha sido por una vez uno de esos iconos de la historia del arte que convocan multitudes, sino una película de 24 horas de duración: The clock, la soberbia obra de Christian Marclay (León de Oro de la última Bienal de Venecia) que recorre el arco temporal de un día en tiempo real (la hora que marcan los relojes que vemos en la pantalla coinciden siempre con la de los espectadores) a través de miles de fragmentos de películas. Claro que en el MoMA la presencia del cine es algo habitual –hace ya muchos años que lo incluyó entre las artes a exponer– aunque, eso sí, recluido en el lugar que se supone le corresponde, la sala de exposiciones. Pero resulta que desde los años sesenta los artistas han estado experimentando nuevas formas de proyección, otras maneras de visionar el cine dentro del museo que modifican el rol del espectador. A ellos dedica la Fundació Miró una magnética exposición, Insomnia, que reúne algunos clásicos del cine experimental y se asoma al presente a través de una serie de propuestas que subvierten la narrativa convencional. Insomnia estará en cartel hasta el 16 de junio.
La comisaria, Neus Miró, toma prestado el título, Insomnia, de la frase con la que Hollis Frampton (1936-1984) concluía un texto sobre la relación entre fotografía y cine: “Finalmente el cine ha seducido a su musa. Se llama Insomnia”. “Frampton consideraba que desde la aparición del vídeo el cine se vuelve obsoleto y entonces resurge como arte; por ese motivo necesita una musa”, matiza Miró. El mismo Frampton, también poeta y fotógrafo, cabeza de filas de la vanguardia americana junto a otros grandes como Michael Snow, es el encargado de abrir la exposición con una obra, Nostalgia (1971) que, como la de Christian Marclay, constituye una hermosa y emocionante reflexión sobre el paso del tiempo. Aquí lo marcan una serie de fotografías que se van quemando, una a una. lentamente sobre una placa eléctrica, mientras una voz relata sus recuerdos acerca de las imágenes... Sólo que a medida que avanza nos damos cuenta de que la narración no corresponden a la que estamos viendo sino que anticipa la siguiente. Recuerda el pasado y nos anticipa el futuro. Memoria y profecía, como la definió su autor.
La experiencia es chocante, rica y compleja, como la que, desde otro planteamiento (el interés de Frampton se centraba principalmente en la relación fotografía-cine), proponía pocos años después, en 1975, Lis Rhodes con su Light music, una obra icónica del cine
La muestra se centra en las nuevas formas de proyección y de visionado dentro del museo
expandido: dos proyecciones enfrentadas que crean un espacio envolvente, casi escultórico gracias a la combinación de luz y humo, en el que el espectador se convierte en parte de la pieza. Pero para experiencias fuertes (ojo, porque no es apta para epilépticos) la que urdió Peter Kubelka (Viena, 1934) en Arnulf Rainer (1960) dentro de un cubo fundido en negro. El artista reduce la película a una modulación rítmica de los cuatro elementos básicos del ci- ne: luz y la oscuridad, sonido (agresivamente ensordecedor) y el silencio. Dura poco más de seis minutos. Cuando la película se estrenó en Viena en mayo de 1960, las 300 butacas del teatro estaban llenas; al acabar apenas quedaban una docena de conocidos.
La exposición muestra también los trabajos de artistas que han diseñado nuevos espacios para el cine, como el Movie-Drome (1963) de Stan VanDerBeek, una carpa cúpula que hacía las veces de pantalla o el Cinéma de Dan Graham, un proyecto pensado para integrarse en los bajos de un edificio de oficinas y que, gracias a un sistema de pa- redes semi-translúcidas, desde el exterior se puede visionar las películas, al tiempo que los espectadores que están dentro de la sala ven a los viandantes, como si fueran polizones, sumergidos en las imágenes que ven en la pantalla.
Insomnia, que a la postre sabe a poco, concluye con dos ejemplos recientes en los que los artistas subvierten la narrativa convencional, con resultados altamente poéticos y sugerentes en el caso de Ah, Liberty! de Ben Rivers (un documental que muestra un año en la vida de una familia rural a través de únicamente de los niños, de cómo se cuidan entre ellos) y un tanto inquietante, en el Vidéo del canadiense Stan Douglas, una relectura a través de una cámara de seguridad de El proceso de Kafka, con la mirada puesta en las versiones de Welles y Beckett.